II Domingo de Pascua, Ciclo A
Juan 20,19-31:
Mujeres y hombres nuevos

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne
 

            ¿Pasó Pascua? La festividad litúrgica de Pascua 2008, ciertamente ha pasado. Fue el Domingo pasado… en fecha calendario. No pasó la Pascua de Jesús. Su muerte y resurrección se  han eternizado. Es el fundamento inconmovible de nuestra Fe Cristiana. Es la fuente inagotable de la Esperanza Cristiana contra toda esperanza, meramente humana. Es el fuego inextinguible del Amor Cristiano.

            Pascua es lo más terrenal y lo más celestial, lo más humano y divino que ha acontecido. Un hombre que termina su historia terrenal con la muerte y Dios que muestra su poder y su amor divino, resucitándolo. Pascua es el signo inefable que Dios es AMOR. Difícilmente se encontrará otra palabra que sintetice la realidad de la vida cristiana que esta palabra traspasada de júbilo: Pascua. Paso de la muerte a la Vida.

            Pascua: muerte y resurrección de Jesús es el acontecimiento definitivo de y para la historia del Género Humano. Para la felicidad  y felicidad eterna de la  mujer y hombre de todos los tiempos, JESÚS RESUCITADO es la  propuesta de DIOS-AMOR.

            Pascua  es el origen de la Iglesia. Sin la resurrección de Jesús los discípulos nada hubieran podido decir ni hacer. La vida histórica de Jesús… sus enseñanzas, sus milagros hubieran sido un paréntesis para el resto de sus historias personales. Hubieran vuelto a la rutina diaria en sus tareas domésticas y laborales y religiosas que tenían antes de conocer y seguir un  extraordinario  Rabino de Nazaret. Un sabio rabino más…

            Pascua  es la Salvación para la humanidad entera. Por eso, S.Pablo no se cansa de repetir que Jesús muerto y resucitado es nuestra Pascua. A tal punto que celebrando la fiesta de Pascua, los cristianos  “debemos ser… sinceros y honestos”. “No hagamos daño a nadie –insiste– pues seríamos como el pan  que se hace con levadura vieja” Antes había afirmado “seamos personas nuevas”,  “ dejemos de pecar” (1.Cor 5,7-8)

            La Fiesta de Pascua que acabamos de celebrar si verdaderamente la hemos celebrado  no nos ha dejado como éramos antes de dicha fecha; de lo contrario no la estamos celebrando… No estamos encontrándonos con el Resucitado y nuestra vida cristiana languidece… se atrofia y entramos en la triste mediocridad de prácticas religiosas alienantes. La Iglesia Católica, programando un Tiempo Litúrgico Pascual, en cuatro semanas anteriores a la Festividad de Pentecostés, hace un llamado, en renovado anuncio pascual, a la Fe Pascual de actuales  discípulas/os de Jesús. Los textos litúrgicos, hasta con repeticiones machaconas, insisten en la Presencia del Resucitado en la cotidianidad de la existencia  tanto en lo personal como comunitaria. Presencia transformante. Nada sensible. Manifestada en capacidad de amor solidario.

Las mujeres y los hombres que se van encontrando con Jesús resucitado, van adquiriendo criterios y actitudes con nueva y original mentalidad. Una nueva cosmovisión de mujeres y hombres nuevos con lucidez crítica, con libertad y solidaridad fraterna, con energía interior para superar conflictos sin ser conflictivos, con honda pobreza de corazón capaz de combatir la pobreza injusta, con firme esperanza en lograr la plenitud del Reino haciendo de cada instante de esta existencia “Pascua” en la PASCUA DE JESUS MUERTO Y RESUCITADO. Por eso con S.Juan (1ª 3,14) decimos nosotros creemos que vamos pasando de la muerte a la vida porque amamos a todos como hermanos. Si participamos de la Misa con Fe pascual iremos experimentando esta experiencia transformadora de una  fuerza inmensa del amor, incluso hasta amar a quienes nos hacen mal devolviéndoles el bien que necesiten. Porque la Misa es el Cuerpo y la Sangre del Resucitado con tal efusión del Espíritu de Amor –Espíritu que resucitó a Jesús – que destierra, de quién comulga, todo egoísmo y moviliza el compartir fraterno, única fuente válida de  justicia equitativa tan largamente esperada