III Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 2, 13-25: Volvernos a Jesús (III)

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne

 

 

¿Qué significa una Iglesia cuya única misión es ofrecer la Fe en Jesucristo muerto y  resucitado? ¿Será ofrecer una cadena de  plegarias? ¿Qué significa  la experiencia de Jesús resucitado en la cotidianidad de la existencia humana? ¿Promover un misticismo colectivo o piedad  espiritualista? NO ¡!!

            La comunidad-Iglesia: mujeres y varones reunidos en nombre de Jesús, escuchando su Palabra, celebrando la Eucaristía, compartiendo los bienes, van despertando a la alegría de la vida… Van captando con mirada nueva al Dios viviente-Padre-Amigo-Compañero de quien lo busca con sencillez  y sinceridad de corazón. Jesús cumple sus promesas ( Mateo 18,20 – Juan 14,8-14).

            La gente que, en forma individual ó mejor sería en forma comunitaria,  se da tiempo para leer-reflexionar orando las páginas de los Evangelios va encontrando al Dios que Jesús vino a mostrar. Un Dios cercano e interesado por la felicidad de la gente,  Dios familia: Padre-Hijo-Espíritu Santo, Dios-Amor ( Juan 14,22-26 – 1Jn.4)

Y a su vez cada bautizado va tomando conciencia d el hecho maravilloso de que ser cristiano significa pertenecer en Cristo al nuevo Pueblo de Dios ( 1 Pedro 2, 5-10) con la misión de promover, animar la construcción de una nueva civilización del amor.[1]

Se va entendiendo la Iglesia no como un poder religioso frente al poder civil, sino como la piensa Jesús cuando define a  sus discípulos como luz, sal, levadura entre los demás pueblos y naciones (cfr. Mt.5,13-16) Una Comunidad-Iglesia centrada en la vida humana  como les enseñaba S.Pablo a los cristianos romanos de su tiempo: “les ruego que dediquen toda su vida a servir a Dios y hacer todo lo que a él le agrada. Así es como se le debe adorar. Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar. Así podrán saber qué es lo que Dios quiere, es decir, todo lo que es bueno, agradable y perfecto” Y continúa en Rom.12 concretando  criterios y actitudes de quienes viven de la Fe en Jesús Resucitado y así vivir una vida cristiana auténtica.  Con la lectura orante de los Evangelios se va adquiriendo la mentalidad de Jesús sobre Dios y la humanidad entera. Para Jesús, Dios no es algo etéreo. Es la “compañía” más cercana a cada persona que comparte las vicisitudes  de la existencia dando capacidad de enfrentar la dureza de la vida en una paz interior hasta afrontar el mismo misterio de la muerte. A medida que la Iglesia a través de sus respectivas comunidades y éstas desde cada corazón abierto al Evangelio, va comprendiendo que el interés del Dios de Jesús no son tanto las ceremonias religiosas sino un mundo humano y amable, una convivencia armoniosa en real fraternidad.

            La Iglesia-Pueblo de Dios para dar gloria a Dios, en seguimiento fiel a Jesús, ha de buscar una vida digna, sana y dichosa para todos, empezando por los más excluidos o sobrantes en la sociedad actual.  (S.Ireneo, siglo II)

            Esta mentalidad-siempre nueva y para no pocos extraña, se va adquiriendo sentándose a la mesa de la Palabra de Dios. (Biblia-Evangelio).Y esta nueva concepción de la existencia se va haciendo realidad sentándose a la mesa de la Cena del Señor como S.Pablo gustaba llamar a la Eucaristía. (Misa) Con mujeres y varones alimentados en estas dos mesas, cuenta el Padre Dios para ir finalizando, generación tras generación, el Mundo Nuevo que inició, resucitando a su Hijo Jesús. Es la experiencia de la Fe en Jesús, hecha Iglesia luz, sal, levadura. Es la Fe en Jesús Resucitado, que mujeres y varones  viven en las más diversas estructuras de la sociedad. Así, ese “otro mundo” que reclaman como posible los Foros Internacionales y buscan, afanosamente, los Gobiernos, Sindicatos, Juntas vecinales y Partidos Políticos, se irá construyendo, lenta y silenciosamente, en tanto, mujeres y varones  operen en esos lugares alimentados en estas dos mesa. Es la Iglesia-comunidad  que conduce a la FE en JESÚS, Piedra angular del  Reino de Dios anunciado por él  e iniciado con su muerte y resurrección.        


[1] Concilio VaticanoII: releer al menos Lumen Gentium-Dei Verbum-Gaudium et Spes