IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 3, 14-21: 2, 13-25:
Volvernos a Jesús (IV)

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne

 

 

Se acerca la Semana Santa. En nuestro mundo post cristiano, para la mayoría de la gente es un período de mini-vacaciones. Para quienes conservan un cierto grado de fe cristiana es una semana en la que la Iglesia Católica despliega notable actividad religiosa. Principalmente el recuerdo de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Lamentablemente recordado por mucha gente,  sentimentalmente, como una de las mayores tragedias humanas tal cual lo presenta el mundo cinematográfico. Pero lejos, de una movilización desde lo hondón del corazón humano para convertirse a Jesús y su Evangelio.

Con asistir a las ceremonias religiosas de la Semana Santa se corre el riesgo de dejarla como memoria pasada: fecha calendario con cierto tinte religioso tranquilizante.

            Si hay un tema que los católicos tienen que rever  es la celebración de la Semana Santa. Ha pasado con la Semana Santa lo que  suele pasar con algunos árboles. Toda la vitalidad de sus raíces se van en frondosidad de ramas y hojas y no dan  fruto.

Con el correr de los siglos se fue perdiendo la raíz cristiana: la Pascua del Señor. Para recuperar en el Pueblo de Dios la fe en la Muerte y Resurrección de Jesús, se  fue solemnizando el anuncio de la   FE PASCUAL en un despliegue de  largas ceremonias.

Con un resultado contrario al propósito que se buscó, al organizar de modo especial, una semana, Semana Santa: poner a flor de conciencia del Pueblo de Dios (la Iglesia) lo que enseñaba S.Pablo con frase lapidaria:                  

JESÚS ES NUESTRA PASCUA (1.Corintio 5, 7)

Desde el Concilio Vaticano II se viene haciendo un gran esfuerzo pastoral para recuperar la centralidad fontal de la Pascua del Señor en la vida cotidiana del Pueblo de Dios (Iglesia). No bastan cambios litúrgicos. Jesús será  pascua cotidiana  de las-os cristianas-os, en tanto en cuanto, las parroquias se vayan transformando en una red de comunidades cuyos integrantes se nutran  de la Biblia y de la Eucaristía; en tanto en cuanto, las estructuras eclesiásticas, faciliten redescubrir la íntima relación entre la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía que nos impregna de la comensalidad fraterna; que nos ilumina y fortalece para encontrar caminos para construir, en concreto  aquí y ahora, el Reino que Jesús anuncia en su Evangelio y comenzó a construir con su Muerte y Resurrección. Una Iglesia  transformada en una red de comunidades orantes con la Palabra de Dios y que celebre la Eucaristía como Jesús celebró la última Cena: compendio de su vida y mensaje  acerca del Reinado de Dios, una Iglesia.

            Este mundo necesita una  Iglesia (Pueblo de Dios) que bien se nutra en las dos mesas, en la de la Palabra y en la de la Eucaristía para dejar de ser cómplice de una sociedad que arrincona a los que no pueden competir y exalta la felicidad del tener con afán de máximo lucro. Porque una Iglesia bien alimentada en estas dos mesas engendra cristianas/os que sacuden la apatía y la pasividad ante la muerte prematura de la niñez desnutrida, enfermos carentes de atención médica y ancianos desvalidos. Es el Pueblo de Dios (Iglesia) que escucha a sus pastores que como Juan Pablo II expresa textualmente: “Debemos reconocer a Cristo en los más pobres y marginados, a los que la Eucaristía, comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo ofrecido por nosotros, nos compromete servir. Como indica la claramente  parábola del rico, que quedará siempre sin nombre y del pobre Lázaro, en el fuerte contraste entre ricos insensibles y pobres necesitados de todo, Dios está de parte de estos últimos. Por eso, también nosotros debemos ponernos de esta parte”[1]. Y no es partidismo político sino la causa del Reino.

El llamado a conversión que Jesús hace hoy  a su Pueblo, es que  no se organicen misas para ponerlas a disposición de quienes quieran cumplir con sus obligaciones religiosas. Porque El, desde la última Cena,  ha entregado a la  Iglesia  la Eucaristía para que la gente  pueda vivir su muerte y resurrección (Pascua) y así ser capaz de construir un mundo justo en fraterna solidaridad glorificando a Dios, Padre de la Humanidad. A esta meta nos encaminamos a través de las  alternativas históricas. Es la misión cristiana. 


[1] Juan Pablo II en Redemptoris  hominis 13-14 y en el Angelus 27-IX-1998.