Fiesta de San Juan, Apóstol y Evangelista
Juan 20,2-8: Os anunciamos lo que hemos visto y oído * El otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcroAutor: Fr. Nelson Medina F., O.P
Sitio Web: fraynelson.com
Temas de las lecturas: Os anunciamos lo que
hemos visto y oído * El otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al
sepulcro
Textos para este día:
1 Juan 1,1-4:
Queridos hermanos: Lo que existía desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y
palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible),
nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que
estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo
anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el
Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea
completa.
Juan 20,2-8:
El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue
donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les
dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto."
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos,
pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al
sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó
también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el
suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las
vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Homilía:
Temas de las lecturas: Os anunciamos lo que hemos visto y oído * El
otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro
1. Ojos a lo alto, mirada a lo profundo
1.1 Dos características destacan indudablemente, en los escritos del
apóstol Juan; dos notas que parecen contradecirse en términos físicos, pero se
complementan bellamente cuando se trata de espiritualidad: altura y profundidad,
es decir: ojo a lo alto y mirada a lo profundo.
1.2 Este es el evangelista que hunde su mirada en el misterio admirable del
Verbo y arranca del Cielo palabras que parecían prohibidas a los mortales. La
audacia de su mensaje compite con la belleza de su expresión, de modo que el
corazón creyente, cuando de veras lee a Juan, llega asentir esa especie de
embriaguez deliciosa que se siente en los lugares altísimos, cuando todo se hace
visible y adquiere por así decirlo su lugar en el conjunto sobrecogedor e
imponente.
1.3 Nadie piense, sin embargo, que estamos hablando de un poeta de fantasías o
de un novelista de seres o sensaciones imaginarias. Apegado a lo concreto y a lo
real, mira qué nos ofrece: "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la
vida...". No es un vendedor de quimeras, no es un soñador atorado en sus
ilusiones: es ante todo un testigo.
2. Estar en comunión
2.1 Es difícil saber cuál podría ser la "gran palabra", el concepto
clave de la enseñanza de Juan: ¿la Palabra?, ¿la pareja ver-creer?, ¿la vida? Lo
más seguro es decir que, más que una palabra o una única idea, en el corazón de
la doctrina de Juan tenemos un conjunto armonioso y complementario de
experiencias vividas desde Dios y hacia Dios. En este sentido el término clave
sería "comunión".
2.2 Estar "en comunión" es precisamente participar-de, recibir y compartir,
aprender y ejercer un lenguaje, vivir lo mismo aunque no en la misma forma, en
fin, llegar a ser con el otro. Es algo tan central en el mensaje de Juan, que
llega a decirnos: "eso les anunciamos para que también ustedes estén en comunión
con nosotros" (1 Jn 1,3).
2.3 Es preciso que nuestra fe católica redescubra la potencia de esas
expresiones. "Estar en comunión", "comulgar", que es su equivalente, significa
mucho más que participar de un rito, asentir a una doctrina o permanecer bajo
una disciplina eclesiástica, aunque todo ello tiene también su valor. Es
respirar de un mismo Espíritu, tener unas referencias experienciales comunes,
haber aprendido juntos un modo de hablar sobre el Señor, llorar con las lágrimas
del hermano y reír con su sola sonrisa.