II Domingo de Cuaresma, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Gn 15, 5-12.17-18;

Sal 26; Flp 3, 17-4,1;

Lc 9, 28b-36


Tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: "Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías", sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: "Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle." Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

Lc 9, 28b-36


En este segundo domingo del Tiempo de Cuaresma contemplamos a Jesucristo dándose a conocer, revelándose a sus apóstoles. Por eso el Cristianismo, no es un hecho de conocimiento sino una revelación, y por consiguiente la fe, es la expresión más originaria, porque no podemos llegar a conocer del amor de Dios si éste no se nos revela a nosotros como un Don. Así la fe no es un acto de conocimiento, la fe es fruto del encuentro con Aquel que se nos revela. La liturgia de esta semana nos llama a participar de la experiencia de los apóstoles, es decir, a entrar en esta nube para escuchar la voz del Padre que nos dirá «...este es mi Hijo el Amado...».

En este contexto litúrgico celebramos la transfiguración de Jesús en la montaña. «...Maestro, qué hermoso es estar aquí...», Pedro no sabía lo que decía. Quería detenerse en la montaña, construir en lo alto tres chozas, quedarse allí con Jesús viendo visiones, lejos de la realidad del mundo. Pero aún no había terminado de pronunciar estas palabras cuando escuchó la recomendación del cielo: «...Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle...». Y cuando sonó esa voz, Pedro y los otros discípulos que subieron con el Maestro a la montaña, se encontraron de nuevo solos con Jesús, la Palabra encarnada, la Promesa de salvación comprometida con nuestra historia. Esto es como la vuelta a la realidad, a la realización de las promesas, a la obediencia, al seguimiento de Jesús, es una vuelta a la solidaridad con todos los hombres.

Moisés y Elías son los dos personajes misteriosos que acompañan a Jesús en el momento de la transfiguración. Ellos representan a la Ley y a los Profetas. Cristo transfigurado, en medio de ellos, se nos manifiesta como la culminación definitiva de la ley y de los profetas, es decir, del Antiguo Testamento. En Él queda cumplida la esperanza mesiánica del Pueblo de Israel. En Él llega a su punto culminante la Historia de la Salvación. En Él la humanidad ha quedado definitivamente salvada.

También las palabras de San Pablo «...el transformará nuestra condición humilde...», que aparecen en la segunda lectura, nos hacen referencia al tema del día. La transfiguración de Jesús, anticipo misterioso de su gloriosa resurrección, la cual es la primicia y la garantía de una transfiguración universal que habrá de llevarse a cabo en la Pascua. Todos estamos llamados a compartir la transfiguración de Jesús. Aunque, para ello, tengamos que compartir primero su pasión y su muerte: la entrega generosa de nuestra vida para los demás. Se invita con insistencia a los cristianos a que sigan el modelo, que es el Apóstol, y a no dejarse llevar a cosas terrenas. Ya son ciudadanos del cielo; no es ya cuestión, por lo tanto, para un cristiano de poner su gloria en lo que constituye su vergüenza y tomar la tierra como objetivo de su vida.

El cristiano se halla, pues, situado frente a una elección que no puede eludir. Tiene que elegir libremente y tiene que elegir siempre. Ciudadano ya del cielo, vive todavía en esa forma de esclavo asumida por Cristo, que se humilló hasta la muerte (Flp. 2 6-11). Pero el día de la venida del Señor será también para el cristiano fiel el momento de ser transfigurado en la gloria lo mismo que Cristo glorioso.

Por ello las palabras de este segundo domingo de Cuaresma se nos manifiestan como invitación, llamado a la conversión: cambiar de vida, elegir y seguir al Apóstol; lo que en definitiva es seguir a Cristo a través de su camino pascual para resucitar con Él en la transfiguración y la gloria. Como nos dice el salmo responsorial: «Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro: no rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida». Por eso que esta cuaresma nuestros actos de conversión han de estar inspirados y agraciados por la palabra de Cristo, para que nuestra vida se transfigure, y al final de este tiempo participemos del Don del resucitado.
 

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú