IV Domingo de Cuaresma, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Gn 5, 9ª-10-12; Sal 33; 2Co 5, 17-21; Lc 15, 1-3.11-32


Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este acoge a los pecadores y come con ellos." Entonces les dijo esta parábola. Dijo: "Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. "Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. "Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta. "Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" "Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."


Lc 15, 1-3.11-32


En este cuarto domingo de cuaresma, la liturgia nos presenta una de las páginas más hermosas en cuanto a comprender el amor misericordioso de Dios, el Padre de la misericordia. Estamos hablando de la Parábola del hijo pródigo. Al respecto, no podemos pasar por alto el evangelio de la semana pasada, pues nos presentaba al viñador, pidiendo un poco más de tiempo, para que la higuera, estéril, dé fruto. Por eso no por casualidad el pasaje del hijo pródigo, viene luego de esta parábola. De esta manera nos vamos encaminando, a través de la misma liturgia, que nos va llevando a ponernos frente a una revelación esencial para vivir la Pascua. Porque ante nuestra vida vacía por los fracasos de no encontrar fruto, se nos quiere llenar de esperanza, como nos lo recordaba el evangelio del domingo pasado. No encontramos fruto un año y otro año en esa higuera en medio de la viña. Nos pensamos amos de la higuera, nos sentimos dueños de nuestra vida, pero de nada nos sirve, porque el fracaso, la soledad nos persigue. Cuando se está cansado de tanto fracaso y tribulación, a uno le dan ganas de abandonar todo, pero aparece un servidor en esa viña. Y este servidor nos invita a la paciencia, a la sensatez, a la esperanza. «...Déjala un año más, no la cortes. Yo la cavaré, la regaré, la abonaré...», lo escuchamos el domingo pasado. Y nos fuimos de la Iglesia con el eco de esa frase llena de esperanza.
Es así que San Lucas, este domingo nos hace un retrato, lleno de un realismo conmovedor y nos revela a Dios como Padre, que ama de modo incondicional. Y esta revelación se nos hace en un momento de la historia del mundo en que más necesitamos redescubrir a Dios como Padre, porque nunca antes este mundo ha sido menos fraterno, ya que unos, estando y viviendo en casa, no hemos descubierto a Dios como Padre y otros, lo hemos abandonado, hemos partido al país lejano, como el hijo pródigo.

La parábola de este domingo, llamada del «hijo pródigo», es más bien la del «padre misericordioso», es la que nos revela qué sucede en una comunidad dividida por el pecado de quienes la abandonan y por el pecado de quienes se niegan a la reconciliación. «...Un hombre tenía dos hijos. El más joven dijo a su padre: Dame la parte de fortuna que me corresponde. Y el padre repartió su fortuna...». El hijo menor abandona el hogar, rompe la unidad familiar, dilapida los bienes de su comunidad. Y más aún, se desliga le las responsabilidades para marcharse solo. El pecado siempre es un acto comunitario, o mejor dicho: contra la comunidad. El pecado no es sólo una «cosa mía», como solemos decir a veces. Pues esa cosa mía atenta contra los demás. Ante esta actitud se contrapone la del padre, él prefiere perder parte de sus bienes antes que perder al hijo. Respeta su libertad, calla y espera. El hijo ya no es un niño, quiere hacer su vida, probar otros campos. Y el padre confía en él... Deja partir a su hijo pequeño, teniendo su corazón angustiado, pero con la esperanza que llegará a ser suficientemente adulto para comprender un día el amor de su padre. Importante detalle del evangelio: Dios confía en nosotros más de lo que nosotros confiamos en él, es un padre que ama de verdad y por ello es respetuoso de la libertad y de la autonomía de sus hijos.

Se nos presenta a un hijo rebelde e irreflexivo, irresponsable, que quiere vivir su vida y que rechaza estar sometido; que cree será más libre, si es totalmente independiente. Es esta rebelión típica de nuestro tiempo y de todos los tiempos: el rechazo del padre, de la autoridad, y por consiguiente, también de Dios. Característica de este mundo moderno, relativista que pretende vivir una religión sin Dios, porque propone que dios es el mismo hombre. Dios no existe y si existe, el hombre vive como si no existiera. Es la religión de la permisividad. Todo me está permitido, porque el límite que dios me pudiera poner, ha desaparecido con el mismo dios.
Acabó con su fortuna, nos dice el relato, en una vida de locuras… Después conoció la miseria de la vida de pecado: se quedó sin dinero, se quedó sin amigos, se quedó sin amores, se degradó tanto que terminó con los cerdos en un estado de miseria total. El pecado se nos presenta siempre en primer lugar, como atrayente, agradable, seductor. El maligno es lo suficientemente hábil para ocultarse y engañarnos. Tras su fracaso, «...entonces, recapacitando, se dijo: cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras que yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti...». Tuvo este hijo rebelde la sensatez de saber reconocer su equivocación, aunque motivado más por el hambre que estaba pasando, cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras que yo aquí me muero de hambre. Su actitud de arrepentimiento, de encaminarse, el volver le lleva a hacer una manifestación que es un paso a su conversión: «...Padre he pecado contra el cielo y contra ti...». El hijo pródigo lo único que deseaba era ser aceptado, comer como los criados de su padre. Como en él el amor había muerto, no podía imaginarse o admitir, que él pudiera ser amado. Ya no se creía ni hijo. Pero en medio de esta situación reflexiona «recapacitando, dijo...», tiene coraje para mirarse tal cual es y reconoce su pecado. En efecto, el «arrepentimiento» del hijo no fue el simple gesto interior de decir: «esto lo hice mal», sino que implicó todo un proceso de «vuelta a la comunidad», para integrarse nuevamente a aquella familia que había abandonado; si bien él mismo, preso de la desconfianza, sospecha que no será bien recibido. Pero retorna.

«...Su padre lo vio, cuando aun estaba lejos”, y lo llegó a reconocer, a pesar de la distancia, porque el verdadero amor agudiza la vista. “Y lleno de compasión corrió, se arrojó a su cuello y le abrazó… Mandó que le pusieran el más bello vestido, un anillo en su mano, como hijo de un gran señor, zapatos… e hizo preparar un gran festín”. He aquí como el padre acoge al hijo rebelde. Todo es amor. Y le trata no como pordiosero, sino como gran señor, por eso manda que le pongan un anillo en su mano, como un gran señor.

El caso del hijo mayor es peor y más complicado. El hijo mayor se cree justo. El no ha abandonado a su padre. No ha dejado la casa, como su hermano. Pero el hijo mayor tenía su corazón muy lejos de su padre. Trabajaba en la casa, pero allí estaba con espíritu y actitud de jornalero, no se reconocía como hijo. Pero también para este hijo mayor hubo un padre: «...su padre salió...», es el padre quien toma la iniciativa y sale en su busca; y se pone a rogarle. No ruega el hijo al padre, sino el padre al hijo. El hijo estaba lleno de envidia y de soberbia. Y el padre le quitó todo el veneno que llevaba en su corazón: «...Hijo mío, tú siempre has estado conmigo; todo lo que tengo es tuyo...».

A todos, la cuaresma nos revela, que tenemos un padre que viene a nuestros corazones de hijos pródigos, porque Dios es Padre y quiere a sus hijos: a los que le dejaron y abandonaron; y a los que, quedándose en casa, le sirvieron y le trataron con espíritu de criados y jornaleros interesados en sus salarios y no con espíritu de hijos.

El hijo pródigo a partir del regreso vive en la fiesta porque no solo ha sido perdonado, sino que se le ha revelado el Padre, al que antes de dejarlo, no lo había conocido aún. Por eso en la segunda lectura S. Pablo nos dice: "«...somos embajadores de Cristo...». Un embajador es uno que representa a otro, si esto lo relacionamos con Cristo respecto a Dios; pues Cristo no ha sido el embajador del Padre pero nos lo ha revelado, entonces en nuestra vida, estamos llamados a expresar este amor misericordioso del Padre, que va más allá de un solo sentimiento humano, sobre todo cuando estamos llamados a amar al que nos ha hecho el mal. Por esto las lecturas de esta semana nos invitan, a que sólo en la escucha de la palabra del Hijo y en la esperanza que Dios cumpla sus promesas en nosotros, viviremos la pascua del Señor, pero sin olvidarnos, que ésta se irá renovando y haciéndose presente cada día hasta la Pascua definitiva.


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú