I Domingo de Cuaresma, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Dt 26, 4-10;

Sal 90,

Rm 10, 8-13;

Lc 4, 1-13


Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: "Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan." Jesús le respondió: "Esta escrito: No sólo de pan vive el hombre." Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra; y le dijo el diablo: "Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, toda será tuya."
Jesús le respondió: "Esta escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto." Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; porque está escrito: A sus ángeles te encomendará para que te guarden. Y: En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna." Jesús le respondió: "Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios." Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno.


Lc 4, 1-13

La liturgia del domingo pasado nos ha puesto en la antesala de este tiempo: primer domingo de Cuaresma. ¿Qué significa amar al enemigo? San Pablo en la segunda lectura nos hablaba del hombre celeste, en otras palabras del hombre que en Cristo ha sido recreado. Las lecturas del miércoles de ceniza, nos han hablado de las tres medicinas contra nuestra voluntad contraria a los designios de Dios, que nos son dadas como una forma de amaestrarla - domesticarla, se nos invita de manera especial a: ayunar, orar y dar limosna.
Estamos en Cuaresma: En este mundo secularizado, en el que difícilmente se hace lugar a la religión y a las celebraciones, hace falta una radicalidad para no perder el sentido de la Cuaresma, que es un tiempo fuerte, que marca el sentido de la existencia cristiana: camino y peregrinación hacia la Pascua. La celebración pascual es lo que repetimos domingo a domingo como en una anticipación gozosa de nuestro destino y de nuestro futuro esperanzador.

Vivimos tan apresurados, tan aferrados a los medios de vida y a sortear los obstáculos para conseguirlos, que apenas si nos queda tiempo para nosotros mismos. La Cuaresma no es ni debe ser un paréntesis en la vida, sino una llamada a la reflexión y la cordura durante toda la vida, un tiempo para la serenidad. Es una oportunidad para guardar silencio y escuchar la palabra de Dios recogida en la Biblia, que es palabra de vida y para la vida. Necesitamos, pues, confrontar nuestros criterios y nuestros ideales con la palabra de Dios, para no desvirtuar nuestra fe y no perder el horizonte de la esperanza cristiana.

La cuaresma es invitación a la oración. La oración es la primera consecuencia de la fe. No podemos vivir como si tal cosa. Si somos creyentes, si escuchamos la palabra de Dios, si leemos el evangelio y lo ponemos en práctica, tenemos que entrar en comunicación con Dios y orar. Orar es principalmente participar en la liturgia de la Iglesia, en la eucaristía de cada domingo o de cada día, en el sacramento de la reconciliación.

Según el evangelio de hoy, la actividad pública de Jesús se inicia con un peregrinaje sin patria por el desierto, comparativamente se recuerdan los cuarenta años que Israel anduvo errante por el desierto. Y fue en este tiempo de prueba, dificultades y tentaciones en el cual el pueblo sucumbió al pecado más de una vez. Pero a la par, este fue un tiempo de relación con Dios de manera solitaria, tiempo durante el cual la fe se va forjando de manera definitiva. Jesús también vivió este tiempo, también ayunó en el desierto y se vio sometido a múltiples tentaciones relacionadas con su misión mesiánica. Las tentaciones de este tiempo para Jesús son pruebas duras y sumamente profundas. Todo lo que le propone Satanás pudo parecerle muy útil para lograr afirmar su posición de Mesías frente al pueblo. Pero aún sintiendo como hombre, Jesús replica y se opone al demonio, con respuestas amargas y trabajosamente conseguidas, pero con la fortaleza que su Padre y la obediencia a su misión le brindan. Las respuestas de Cristo son una confesión existencial de fe.

No solo de pan vive el hombre, aunque es verdad que necesitamos comer y vestirnos y divertirnos y trabajar. Pero el afán por ganarnos el pan puede anular otros afanes que también debemos alimentar. Porque el hombre no vive sólo de pan. Jesús nos enseña que hay otro alimento: hacer la voluntad de Dios. Y si es verdad que tenemos que ganarnos la vida, no podemos olvidar que todos somos hijos de Dios y que también los demás tienen que trabajar y ganarse la vida.

No tentarás al Señor tu Dios: Otro peligro que pone a prueba la fe de los creyentes es el intento de reducir la religión a un sucedáneo, a un consuelo de nuestras frustraciones o de nuestra impotencia. Querríamos que la religión sirviese para remediar nuestros infortunios y nos desconcierta el silencio de Dios ante nuestras legítimas pretensiones. Pero Dios, que es nuestro Padre, nos ha hecho responsables y jamás hará por nosotros lo que nosotros tenemos que hacer. Creer en la providencia no es pensar que Dios está en nuestras manos, a nuestra disposición. Al contrario es creer que, sin renunciar a nuestra responsabilidad, estamos en última instancia en las manos de Dios.

Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto: Hay con todo un gran peligro para nuestra fe y es la idolatría. Nos confesamos creyentes y reconocemos creer en Dios y en Jesús. No obstante, nuestra manera de proceder indica que nuestros dioses están muy lejos de Dios. Porque hemos puesto nuestra confianza en nuestros ídolos y hemos abandonado al Dios de nuestro Señor. Ponemos más confianza en las obras de nuestras manos (la técnica, la ciencia, la política, el progreso), que en nuestros semejantes. No nos fiamos de nadie y tampoco nos fiamos de Dios. Lejos de fundar nuestra vida en el amor al prójimo, la hemos basado en el recelo y en el odio. Tenemos que poner las cosas en su sitio, empezando por ponernos en nuestro sitio nosotros y luego a todos los demás. Sin endiosamientos. Porque uno sólo es el Señor y todos los hombres somos hermanos.

Así como Cristo confiesa con todo su corazón -alma- y fuerzas a su Padre, nosotros sólo unidos a Cristo al confesar nuestra fe, con toda nuestra existencia; con el corazón -el alma y nuestras fuerzas, hacemos profesión de fe, y por consiguiente rechazamos el ofrecimiento que nos hace el diablo. De esta manera nosotros en este tiempo de Gracia seremos conscientes de que las insidias del diablo arruinan nuestra vida y que podemos estar bajo su dominio, si nuestra confesión de nuestra fe en el único Dios no es expresión auténtica de nuestra propia historia de salvación, que Dios en Cristo obra en cada uno de nosotros.

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú