XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Ha 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94; 2Tm 1, 6-8. 13-14; Lc 17, 5-10

"¿Quién de vosotros que tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: 'Pasa al momento y ponte a la mesa?' ¿No le dirá más bien: 'Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme y luego que yo haya comido y bebido comerás y beberás tú?' ¿Acaso tiene que dar las gracias al siervo porque hizo lo que le mandaron? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os mandaron, decid: No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer."

Lc 17, 5-10 

El Profeta Habacuc, en la primera lectura de este domingo se lamenta ante el Señor porque observa el aparente triunfo del mal en el pueblo, castigado por medio del invasor y esclavizado por una vida escandalosa. «… ¿Hasta cuando clamaré, Señor...? (...). ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes...?...», dice el Profeta. El Señor le responde con una visión en la que le invita a la paciencia y a la esperanza, pues llegará el día en que los malos serán castigados, por no tener un alma recta, «…pero el justo vivirá por la fe…», aquí se nos renueva la promesa. Aun cuando muchas veces nos pueda parecer que triunfa el mal y que quienes lo llevan a cabo viven como si Dios no existiera, a cada uno le llegará su día, en el cual saldrá vencedor quien ha mantenido fidelidad al Señor. Esto es parte del misterio y del don de vivir la fe, porque solo alcanzando este don podemos tener la apertura a Dios, que nos llama cada día y en cada momento a vivir como hijos suyos confiados en que se haga su voluntad sobre nuestra vida, dice el Salmo 16: «…yo me llenaré de tu semblante…».
Podemos enlazar esta primera lectura con el evangelio, ya que el profeta Habacuc dice concretamente: «...que el justo vivirá de la fe...», y los apóstoles piden: «...Señor: auméntanos la fe...». ¿Estas palabras significarán que los discípulos ya tenían fe y querían creer más, o que habían descubierto que no tenían fe y la estaban pidiendo? Recordemos que en ocasiones el Señor llama a los apóstoles «…hombres de poca fe…», pues no están a la altura de las circunstancias.
La historia de Habacuc es muy ilustrativa, y la buena voluntad de los discípulos también, aunque ellos se dan cuenta que no confían lo suficiente y desean confiar más, por ello su petición. Surgen dos cuestiones básicas a través de este evangelio, la primera, si nuestra confianza está puesta en Dios o en otras cosas, como el dinero, la autosuficiencia, nuestras buenas obras. La segunda, si nuestra confianza en Dios es suficientemente fuerte como para vivir radicalmente la vida cristiana. El Siervo de Dios Juan Pablo II, en una de sus últimas intervenciones, invitó a todos los creyentes a vivir con orgullo la vida cristiana, diciendo que: «...si la gente que no vive en la verdad vive orgullosa de aquello que realiza, cuánto más nosotros que conocemos la verdad...». Esta es la fe de la cual hoy día el evangelio habla, no solamente está expresando una fe de adhesión a Cristo, sino sobre todo lo que implica vivir creyendo en Cristo y unidos a Cristo.

Ciertamente que con nuestra manera de vivir y de actuar nosotros respondemos a su llamada y nos acercamos a Él; pero la salvación no la obtenemos nosotros, sino que nos es dada. Pero, si la fe del creyente solamente es una acumulación y un conocimiento de verdades, entonces esto no permite ver el milagro de la fe. Porque vivimos en la hipocresía del fariseo practicante, en el esfuerzo del que no falla, que nos lleva a mirar a los demás por encima del hombro, a creer que todo es por nuestro mérito. Y no es así, «…somos siervos…». Hay muchos episodios en el evangelio que expresan esta fe vivencial en Cristo, fe que es abandono, obediencia y disponibilidad, tenemos en el evangelio de Mateo, el pasaje del centurión que dice: «...basta que lo digas de palabra y mi siervo quedará sano...»; o el pasaje del leproso que le pide a Cristo: «...Señor, si quieres, que quede limpio...». Por eso, Cristo que se ha despojado de sí mismo y se ha hecho hombre como nosotros, se ha hecho siervo de nosotros porque ha amado la voluntad del Padre. San Pablo tiene una frase muy elocuente al respecto, cuando dice: «... pues llevamos este tesoro en vasos de barro...», porque él sabe, concretamente, que la vida nueva, de la cual participa, es un don de la fe en Cristo Jesús, y que si no vivimos en esta fe nuestra vida solamente es barro.

San Agustín, comentando este texto y comparándolo con el Salmo 147, dice: «Cristo se ha hecho hombre para despreciar aquello que tú amas». Por eso que nuestras dudas de fe, nuestra incredulidad, provienen muchas veces de que dentro de nosotros mismos no hay un radical abandono, ni confianza plena, en las promesas de Dios manifestadas en Cristo, o porque condicionamos nuestra fe a que se realice aquello que nosotros pensamos que Dios tendría que hacer por nosotros, nuestros planes, y por consiguiente no existe abandono y confianza radical en Cristo.

Podemos relacionar este aspecto con la segunda lectura, cuando San Pablo exhorta a Timoteo a mantenerse firme en la vocación recibida y a llenarse de fortaleza para proclamar la verdad sin temores: «…Aviva el fuego de la gracia de Dios...; porque Dios nos ha dado su espíritu. Por eso pidamos al Señor que nos ayude a no tener miedo, que Él purifique nuestra fe y nos ayude, para que así como Cristo, que se despojó de sí mismo para abandonarse plenamente en las manos de su Padre, nuestra fe también pueda ser un vaciarnos de nosotros mismos para vivir creyendo en las promesas y en la fidelidad de Dios. Entonces al final de nuestras vidas se podrá cumplir en nosotros la palabra: «...somos pobres siervos y hemos hecho lo que teníamos que hacer...».
En palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II: «… “Si tuvierais fe diríamos somos siervos inútiles...”. La fe no busca cosas extraordinarias, sino que se esfuerza por ser útil, sirviendo a los hermanos desde la perspectiva del Reino…» (Homilía de S.S. Juan Pablo II en la misa dominical, 4 de octubre de 1998)

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú