XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

2R 5, 14-17; Sal 97; 2Tm 2, 8-13; Lc 17, 11-19


Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: « ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» Al verlos, les dijo: « Id y presentaos a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: « ¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?» Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.»

Lc 17, 11-19

La semana anterior en el evangelio Jesús nos decía: «...si tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a este sicómoro arráncate y él os obedecería...», con esta expresión nos ponía de manifiesto que la fe sin obediencia no tiene ningún sentido. Porque la fe no solamente es una adhesión a una serie de doctrinas sino que es la participación por la unión a la persona de Dios en Cristo. En las lecturas del presente domingo sigue el tema en relación con la fe, de un modo que viene a completar lo que ya la liturgia de la semana pasada a través de los textos nos revelaba, lo que verdaderamente significa la fe.
En la primera lectura tenemos el pasaje de Naamán el sirio, sanado de la lepra por el Profeta Eliseo. Primero se nos hace ver el enfado del sirio, que se niega a obedecer la orden de Eliseo de bañarse siete veces en el Jordán para curarse de la lepra, pero que ante el consejo de sus siervos que debe obedecer al profeta queda curado: no propiamente por su fe, sino en virtud de la obediencia. El Señor se sirvió de este milagro para atraerlo a la fe, un don mucho mayor que la salud del cuerpo. Entonces se produce la segunda curación, la curación interior del sirio, que se llena de admiración, no por el poder del profeta de hacer milagros, sino por la fuerza del propio Dios: «…Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel…», exclamó Naamán al comprobar que se encontraba sano de su terrible enfermedad, en adelante sólo quiere adorar exclusivamente al Dios del profeta Eliseo y como vínculo de su adhesión se lleva tierra para sobre ésta hacer sus holocaustos.

El evangelio de San Lucas presenta a Jesús yendo hacia Jerusalén: «…vinieron a su encuentro diez leprosos…», nueve son judíos y uno samaritano. La enfermedad y la miseria es lo que reúne a estos hombres que no podían habitar dentro de las ciudades y estaban obligados a vivir solos. Es precisamente el sufrimiento que los pone en situación de búsqueda, porque cuántas veces el sufrimiento es la única manera en que despierta el hombre de la rutina en que vive, así estos leprosos están dispuestos a hacer lo necesario para recobrar la salud. A gritos suplican a Jesús que los cure, ya que por sí mismos los enfermos no pueden hacer más que gritar pidiendo auxilio. Han oído hablar de sus milagros y le salen al encuentro. Parece que no han oído nada sobre el valor liberador de su doctrina, por eso la reacción posterior. Jesús les manda al sacerdote, al representante de la religión, para que testifique oficialmente la curación -único que podía hacerlo- y puedan volver a formar parte del pueblo. Pero para los judíos enfermos el rito litúrgico prescrito en la ley es tan decisivo que atribuyen toda la gracia de la curación a la ceremonia prescrita. Exactamente igual que algunos cristianos, que consideran que cumplir las prácticas es el auténtico centro de la religión y olvidan completamente la gracia recibida de Dios, que es el punto de partida y la meta en la vida de la Iglesia. El fin desaparece en el medio, que a menudo apenas tiene ya algo que ver con lo genuinamente cristiano y que es pura costumbre, mera tradición rutinaria. Tendrá que ser un extranjero (un samaritano), es decir, alguien no familiarizado con la tradición, el que perciba la gracia como tal mientras va de camino y vuelva a dar las gracias al lugar adecuado, pues Cristo ha venido para salvar al hombre, para rescatar al hombre, y por eso las palabras de Cristo: «...tu fe te ha salvado...» por consiguiente este leproso no solamente ha estado curado sino salvado.

La fe en Cristo no solamente significa la certeza de que Dios cura, sana y salva, sino que sobre todo Dios cura la naturaleza del hombre, la transforma, la recrea, hace un hombre nuevo con un corazón capaz de amar al enemigo, de no defenderse ante las injusticias, porque sabe que Dios es justicia, lo capacita a aceptar el sufrimiento porque ha vencido a la muerte en Cristo y Él es nuestra vida. De allí el sentido de la curación de los diez leprosos, como lo describe el evangelista, que no en vano menciona esta enfermedad por casualidad, pues la lepra como sabemos es una enfermedad que va degenerando progresivamente en el hombre en su cuerpo, que no le lleva a la muerte inmediatamente, pero que sí es una muerte progresiva en el sentido existencial y, es más terrible la muerte existencial que la física, por eso Cristo le dice «...tu fe te ha salvado...».
La actitud del samaritano, que regresa a dar gracias a Dios postrándose delante de Cristo, es una actitud que describen los evangelistas para significar el reconocimiento y la aceptación de Cristo como el Señor, el Salvador. En este sentido, la fe del creyente se traduce en una acción de gracias ante la experiencia de la intervención de Dios en su vida. La fe para Jesús no significa cumplir unas normas religiosas, sino vivir abiertos a la acción de Dios en nuestra vida. Esta pequeña historia que propone Lucas a través de la curación del leproso samaritano, que es el único que regresa a dar las gracias tiene un sentido aún mayor, porque está significando el itinerario de la conversión y de la salvación. Comentando este pasaje del evangelio San Agustín dice: «… ¿Qué daré en retorno al Señor por poder recordar mi memoria todas estas cosas sin que tiemble ya mi alma por ellas? Te amaré, Señor, y te daré gracias y confesaré tu nombre por haberme perdonado tan grandes y tan nefandas acciones mías…» (Confesiones 11, 7).

El evangelio y la primera lectura de esta semana que remarcan este hecho milagroso de la curación de leprosos, nos están revelando a Dios Salvador, y que la fe no solamente es un acto de adhesión a la Palabra de Dios que se revela, sino que este acto de adhesión nos llevará también a que en nosotros, en la obediencia a la Palabra de Dios, esta Palabra se encarne y como dice el Profeta Isaías: «... así como la lluvia es enviada del cielo para empapar la tierra y fecundarla, y no vuelve al cielo hasta cumplir su misión...», igualmente en nosotros, si acogemos la Palabra obedientemente, ella cumplirá su misión. Y la misión, de esta Palabra de Dios que se ha hecho carne en Cristo, es llevarnos nuevamente al encuentro con el Padre a través de la conversión y la reconciliación en nuestra vida.

El cristiano está llamado, en Cristo, a vivir con gratitud su vida ante Dios, no solamente por los bienes que Dios le puede conceder, sino que fundamentalmente por el hecho de que en Cristo Dios hace de cada uno de nosotros una Nueva Criatura, porque en Él ha recreado nuestra vida, y en Cristo el hombre recobra la imagen y semejanza con la cual Dios lo ha creado desde el principio, según el texto del libro del Génesis.

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú