XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 66, 10-14; Sal 65; Ga 6, 14-18; Lc 10, 1-12. 17-20

Después de esto designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id, mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis decid primero: “Paz a esta casa”. Y si hubiere allí un hijo de paz vuestra paz reposará sobre él, sino, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comed y bebed lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El Reino de Dios está cerca de vosotros”. En la ciudad en que entréis y no os reciban salid a sus plazas y decid: “Sacudimos sobre vosotros hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies. Sabed, de todas formas, que el Reino de Dios está cerca”. Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad.

Regresaron los setenta y dos, y dijeron alegres: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.” Él les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.”

Lc 10, 1-12. 17-20


La semana anterior concluíamos el comentario con el apremiante mandato de Cristo que las lecturas remarcaban fuertemente: la llamada de Cristo a seguirle. De una manera particular en la primera lectura y luego en el evangelio, a través de la figura del profeta Eliseo y la llamada: “Sígueme” del mismo Jesús. La presente semana las lecturas nos hablan, expresamente, sobre la misión de aquellos a quienes Dios llama y la actitud de parte de éstos llamados a la misión.

En el presente domingo el Señor designa y envía setenta y dos discípulos a todos los pueblos y lugares donde Él pensaba ir. Además de los Apóstoles y siguiendo su testimonio, muchos otros son llamados y enviados por el Señor para que fueran precursores, mensajeros y testigos que anuncien la presencia y llegada de Cristo y proclamen el advenimiento del Reino de Dios. La necesidad de anunciar la salvación es muy grande, por la abundancia de mies y escasez de operarios. Dios se manifiesta cercano, acogedor, misericordioso y envía a los suyos a proclamar ese mensaje, van con muy pocos medios materiales pero confiados en el Señor, apoyados en Dios que es infinito en amor y misericordia, anunciando que ha venido a salvar al mundo a través de la “ignominia de la cruz” y “la necedad de la predicación”.

La liturgia de esta semana nos lleva a la interrogante: ¿Cuál es la misión del discípulo de Jesús en el mundo? Estos 72 discípulos, de alguna manera parecen tener una categoría inferior que otros enviados, pero no una misión evangelizadora distinta. San Lucas ofrece una especie de manual breve de instrucciones para sus tareas apostólicas. Son elegidos directamente por Cristo, reciben unas instrucciones para verificar la misión fundamental que ha de llevar a cabo toda comunidad.

El apóstol Pablo en la segunda lectura, habla en nombre de la Iglesia de Cristo. La muerte de Cristo crucificado aparente derrota se mostrará ahora como la verdadera victoria. El mundo aparentemente victorioso está crucificado, es decir, está muerto y es inofensivo, mientras que el apóstol: «… está crucificado para el mundo…», ha hecho inofensivo lo que es mundano en él. Y estas dos cosas en virtud de la cruz de Cristo, que es lo único de lo que San Pablo se gloría. Que «…lleve en su cuerpo las marcas de Jesús…», es sólo el signo de su seguimiento estricto. Sólo a partir de la cruz de Cristo puede Pablo, en nombre de la Iglesia prometer «…paz y misericordia…» a todos los que «…se ajustan a esta norma…»: que la victoria sobre el mundo se encuentra únicamente en la cruz de Jesús y en sus efectos sobre la Iglesia y sobre el mundo.

Por eso que en el evangelio, cuando Jesús envía a sus discípulos: «…como corderos en medio de lobos…», puede decir algo así únicamente porque Él mismo ha sido enviado por el Padre como el «Cordero» en medio de los hombres, que se comportan como lobos con respecto a Él, para que así se consiga el triunfo del: «…Cordero como degollado…». Jesús ha venido al hombre completamente indefenso; su única arma era su misión. Jesús desarma primero completamente a los que tienen que anunciar su mensaje: a los «… pocos obreros…», éstos en primer lugar deben desear la paz, no importa que ésta sea aceptada o no; y si esta paz no es aceptada, en modo alguno hay que tratar de imponerla por la fuerza, sino que hay que marcharse a otro sitio. Pero tanto a los que los acogen como a los que los rechazan, sus mensajeros deben anunciarles que el Reino de Dios está cerca, para que la gente pueda prepararse convenientemente, pues el tiempo apremia. No deben alegrarse o entristecerse por el éxito o el fracaso; el éxito no está incluido en la misión; el verdadero éxito se encuentra únicamente en el Señor de las misiones, que mediante su cruz ha expulsado a Satanás del cielo. El Cordero de Dios solo «…ha vencido…». Únicamente en Él, y no en sí mismos, tienen los enviados «… potestad para pisotear… todo el ejército del enemigo…». Esta certeza debe bastarles a los enviados.

Se nos presenta así la actitud del discípulo, como dirá Jesús en otra parte del evangelio de Mateo: «… el discípulo no es más que el maestro…». También tenemos que añadir que así como Cristo padeció en su vida pública, igualmente los discípulos de Cristo estarán llamados a que, como dice San Pablo: «… en mi cuerpo completo la pasión de Cristo…». Y el mismo San Pablo en otro pasaje dirá: «...una de las características del discípulo es tener capacidad en el sufrimiento…». Entonces como podemos ver, el anunciar el evangelio no debe tomarse como una forma de conquistar la mente y las conciencias de las personas, sino que el discípulo, el testigo del evangelio ha sido transformado y vive como un hombre nuevo por el Misterio Pascual de Cristo: su muerte y su resurrección del Señor.

El mandato de Cristo es para todos aquellos que lo han aceptado a Él como el Señor. Pero aquí podemos añadir que en la libertad del hombre, en la medida que acepte a la persona de Cristo podrá decir, como San Pablo nos dice en la segunda lectura: «… el mundo está crucificado para mí…». Pues el discípulo que no ha muerto a los presupuestos y atractivos del mundo no vivirá la misión de una manera plena; y estará tentado a buscar el salario; cuando Cristo mismo nos dice cual es el verdadero salario: «…estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo…».


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú