XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Gn 18, 1-10; Sal 14; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras María estaba atareada en muchos quehaceres. Al fin se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo?. Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada.».

Lc 10, 38-42


La semana pasada el tema de la liturgia fue la parábola del samaritano, a través de la cual el evangelista Lucas, que escribe a los griegos convertidos al cristianismo, hacía presente que el amor al prójimo no está limitado a las fronteras de la nación o de la raza, sino que el amor al prójimo se inspira en el Amor de Cristo a todo hombre, sin acepción alguna, porque Cristo con su muerte en Cruz reconcilia a la humanidad con el Padre. Así, a la pregunta del escriba: «¿...qué tengo que hacer para tener vida eterna?», la respuesta es el credo de Israel: «...amarás al Señor tu Dios..., y al prójimo como a ti mismo…». Y frente a la segunda interrogante de éste: «¿...y quién es mi prójimo,...?», se nos hace presente al buen samaritano, aquel que vive el amor al prójimo traducido en la entrega, en el servicio. Precisamente esta semana la liturgia nos presenta textos relacionados con nuestra actitud frente a la visita o presencia de Dios en nuestra vida.

Con frecuencia los comentarios de estos textos han estado centrados en la alternativa entre acción y contemplación. Sólo una lectura demasiado anecdótica o superficial del texto podría llevarnos a esta posición tan simplista y moralizante. Lamentablemente, aquellos que viven la Fe desde esta perspectiva moralista llegan en un momento a experimentar una gran aridez en sus vidas, llegando incluso a renegar o abandonar la Fe, porque los esfuerzos que realizan resultan estériles porque su obrar lleva como consecuencia el esperar un resultado, que en el campo de la Fe no se puede medir de modo aritmético, porque la Fe es gracia y don de Dios, no producto de un esfuerzo humano. Por ello, es importante ver el texto desde una perspectiva más elevada. Escuchar al Señor, acogerlo, consiste fundamentalmente en tener una actitud compuesta de fe y de atención. El primer paso es comprender lo que el Señor quiere de cada uno de nosotros y para ello lo que cuenta es la disposición interior del corazón.

La primera lectura y el evangelio tienen una relación muy estrecha. Podemos decir al respecto que la hospitalidad de Abraham, propia de los pueblos de oriente, se ha visto enriquecida; porque él ha recibido una palabra, que lo ha invitado a salir de su tierra y de su parentela y lo ha puesto en camino, por consiguiente su hospitalidad no sólo responde a una actitud cultural sino también a una apertura de la esperanza en la que vive, el deseo de que la Promesa –Palabra se cumpla, y por eso no sólo ve a tres peregrinos sino que, desde su esperanza, ve a Dios que pasa por su vida de manera visible. Los personajes preguntan a Abraham: «¿Dónde está tu mujer Sara?». Y le prometen un hijo. Este es el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho a Abraham: «…Haré de ti un gran pueblo…».

Abraham al ser llamado padre de la fe, nos indica la actitud que debe tener todo creyente, todo aquel que confiesa a Cristo como su Señor. Pues tenemos que señalar que para Abraham desde el momento en que una voz lo invita a salir de su tierra y de su parentela, su vida ha ido cambiando paulatinamente en la medida que él vivía en el cumplimiento de la Promesa. Por eso cuando la primera lectura termina con la promesa de que tendrá un hijo aún en su vejez, se nos hace presente como nosotros los hombres no somos obstáculo a las promesas fieles de Dios, y que éstas se van realizando y aconteciendo en nuestra vida.

Por ello, en el salmo responsorial se manifiesta la hospitalidad de Dios que nos recibe en su casa. Entre este salmo, que anuncia la hospitalidad de Dios, y la primera lectura, que narra la hospitalidad de Abraham, hay un vínculo estrecho: el del intercambio que se establece entre Dios y los hombres; es un modo nuevo de expresar la Alianza de Dios con los hombres. Escuchar la Palabra y acoger la Promesa es lo fundamental.

De esta manera podemos enlazar esta primera lectura con el evangelio. Cristo en el evangelio de San Mateo les dice a sus discípulos: «…Id y anunciad el evangelio…, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he dado…» (Mt 28, 18 ss.), esta es la actitud del discípulo que es enviado a una misión. Pero, hoy dice el evangelio que María escuchaba atentamente a Jesús, esta actitud de estar «…a los pies del Maestro…» es también la actitud del discípulo. Muchas veces no caemos en la cuenta de que cuando hablamos de discípulo, sobre todo en el ámbito eclesiástico, creemos que se trata solamente de aquel que está en una actividad pastoral. El evangelio de la presente semana nos hace referencia al discípulo en cuanto aquel que es instruido por el Maestro; por eso las palabras con las cuales Jesús responde a Marta: «…María ha escogido la mejor parte que no le será quitada…». Y de eso se trata, de que Dios pasa a nuestro lado, por nuestra vida y está en nosotros el elegir lo más importante: escuchar, acoger lo que tiene que decirnos, dejando las otras cosas. Entonces podemos decir que el discípulo de Cristo es uno que no sólo es instruido en los misterios del Reino, sino que también es uno que se convierte en un testigo del Reino de los Cielos. Aquí encontramos un paralelismo con la primera lectura, pues Abraham es un hombre que vive de la Promesa de Dios, y María es una que vive de la Promesa del Reino, que se cumple en Cristo Jesús.

En esta perspectiva no queremos significar que la hospitalidad de Marta sea negativa; pero de las palabras de Jesús dirigidas a ella, cuando reclama al Maestro porque su hermana no le ayuda: «…Marta, Marta te afanas de muchas cosas y sólo una es importante…», San Agustín dice: «…mientras Marta preparaba un banquete al Señor, María disfrutaba ya del banquete del Señor (Sermón 104)». San Agustín nos indica, con este comentario, que muchas veces, sin darnos cuenta, la vida cristiana se nos puede diluir en el servicio por el servicio. Por eso San Pablo nos dice: «…Hacedlo todo en el nombre del Señor…», indicándonos así que al servicio, en la vida del discípulo, le debe preceder siempre la Palabra que viene de Dios, esta Palabra debe ser como el motor que guíe la vida y la actividad del discípulo.

Del sentido del servicio, en la vida del discípulo, nos habla también la segunda lectura cuando San Pablo dice: «…me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia…». Porque el discípulo que escucha la voz del Maestro, en su vida está llamado a vivir el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo; por consiguiente, su vida que se expresa a través de su servicio estará llamada a reproducir y ser signo de este misterio salvífico de Cristo. Por eso San Pablo sigue diciendo más adelante en la segunda lectura: «…Dios ha querido dar a conocer a los suyos la gloria y riqueza que este misterio encierra…». Como cita San Mateo en el sermón de la montaña: «… para que los hombres viendo vuestras buenas obras den gloria a vuestro Padre en el cielo…».

Para concluir citamos a San Agustín: «Estaban, pues, en aquella casa las dos vidas y la fuente misma de la vida: en Marta la imagen de lo presente, en María la imagen de lo que está por venir. Lo que Marta hacía, eso somos aquí; lo que María hacia, es lo que esperamos. Es decir que María y Marta designan no sólo dos posibilidades de esta vida, sino el término y el camino. La figura de la vida en este mundo es Marta, para todos. Y María escogió "la mejor parte" sólo en cuanto que es tipo de lo permanente, de aquello que ya no se le quitará, de la hartura eterna por el Verbo en el nuevo mundo (Sermón 104, 3, 4 en PL 38, 618)». Por lo tanto, todos los discípulos, seguidores de Cristo, estamos llamados a ponernos como María a los pies del Maestro y escucharle, así nuestra vida y nuestro obrar tendrán su inspiración en Cristo y toda actividad que realicemos será un instrumento para llevar a los hombres a Cristo; pues si escuchamos la Palabra del Maestro y permitimos que esta se encarne en nosotros verdaderamente seremos: «…luz, sal y fermento en el mundo…».


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú