Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch 12, 1-11; Sal 33; 2 Tim 4, 6-8. 17-18; Mt 16, 13-19

«Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Ellos dijeron: “Unos que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o uno de los profetas.” Díceles él: “Y vosotros ¿quién decís que soy?” Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Replicando Jesús le dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos; y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.”»

Mt 16, 13-19


La liturgia de la Palabra en esta Solemnidad de San Pedro y San Pablo presenta dos elementos que aparentemente se contradicen, pero que en realidad se complementan recíprocamente, por una parte la extraordinaria vocación de los apóstoles Pedro y Pablo; y por otra, las dificultades que tuvieron que afrontar en el cumplimiento de la misión que les confió el Señor, hasta el martirio.
En el pasaje evangélico, Jesús se dirige a Simón Pedro, en las cercanías de Cesarea de Filipo, con estas palabras: «…Te daré las llaves del reino de los cielos, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desata do en el cielo…». Cristo anuncia de esta manera la institución de la Iglesia, fundándola en el ministerio de Pedro, que para ella reviste, en consecuencia, un significado esencial y permanente. Pedro en nombre propio y de los demás Apóstoles, hace su profesión de fe: «…Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo…». En esta confesión afirma el fundamento seguro de nuestro camino hacia la comunión plena, porque si queremos ser discípulos de Cristo, debemos comenzar desde Cristo. Como a Pedro, también a nosotros se nos pide que confesemos que Él es la piedra angular, la Cabeza de la Iglesia. La persona y la función de Pedro están enmarcadas dentro de un contexto eclesial.

Por ello hoy con gran alegría la Iglesia celebra conjuntamente la memoria de ambos apóstoles: San Pedro y San Pablo. La «Piedra» y el «Instrumento elegido» que se encontraron definitivamente en Roma, donde llevaron a cabo su ministerio apostólico, sellándolo con el derramamiento de su sangre. El misterioso itinerario de fe y de amor, que condujo a Pedro y a Pablo de su tierra natal a Jerusalén, luego a otras partes del mundo, y por último a Roma, constituye en cierto sentido un modelo del recorrido que todo cristiano está llamado a realizar para testimoniar a Cristo en el mundo.

En el salmo responsorial escuchamos: «Yo consulté al Señor, y me respondió, me liberó de todas mis ansias». Entonces vemos en la experiencia de los santos, que hoy conmemoramos, la realización de estas palabras del salmista. La Iglesia es puesta a prueba continuamente. El mensaje que le llega siempre de los apóstoles San Pedro y San Pablo es claro y elocuente: por la gracia de Dios, en toda circunstancia, el hombre puede convertirse en signo del poder victorioso de Dios. Por eso no debe temer, quien confía en Dios, libre de todo miedo, experimenta la presencia consoladora del Espíritu también, y especialmente, en los momentos de la prueba y del dolor.

Hoy podemos mencionar un primer aspecto de esta liturgia cual es el hecho que la Iglesia está llamada a transmitir a todas las generaciones: «el anuncio de la fe», lo que significa: «la continuidad del ministerio apostólico y, por consiguiente, ésta es la genuina raíz de la misión de la Iglesia». La auténtica tensión y esperanza en la que el mundo está llamado a vivir, ya que espera que este anuncio resuene en la vida de los hombres. La Buena Noticia de Cristo es la confesión de Pedro, la confesión de la Iglesia y, por consiguiente, la confesión de la humanidad. Porque por medio de este anuncio se genera la felicidad plena y la esperanza verdadera, que en la respuesta de Cristo a la confesión de Pedro toda la humanidad está llamada a vivir: «...Bendito eres Simón Pedro porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre...». Entonces, en la acogida del anuncio del Evangelio todo hombre será bendecido por Dios, porque en Cristo, Dios quiere bendecir al hombre y salvarlo.

Un segundo aspecto está basado en lo que Pedro simboliza o expresa como figura de la Iglesia. La proclamación de Pedro «Piedra de la Iglesia», los símbolos usados por Jesús, revelan la intención de Cristo no sólo de fundar su Iglesia sino el deseo de que ésta sea presidida por alguien que confirme a sus hermanos en la fe, la fe que Pedro ha profesado. En este sentido, la primera lectura presenta a Pedro como aquel que continúa la misión de Cristo. En la época de Cristo había pobres, gente necesitada, marginada, olvidada, sufriendo las injusticias de la sociedad de la época, pero Pedro, como Vicario de Cristo, hace alusión directa a un pasaje en el que Jesús responde: «... lo del César al César y lo de Dios a Dios». En la misma línea, Pedro dice: «...No tengo oro ni plata pero lo que tengo te doy, en el nombre de Cristo levántate...». Por consiguiente la figura del Vicario de Cristo en la Iglesia es una garantía para todos los cristianos para que veamos que el Señor a través de la cruz, vence siempre.

El testimonio de fe y el arduo combate que tuvieron que librar los apóstoles Pedro y Pablo a causa del Evangelio, si los consideramos sólo desde una perspectiva humana terminaron en una derrota. Ellos siguieron fielmente el modelo de Cristo, pues ambos Apóstoles, teniendo su mirada fija en el misterio pascual, no dudaron de que precisamente esa aparente derrota a los ojos del mundo, fuera en realidad el inicio de la realización del plan de Dios.

Por consiguiente, si vivimos la fe cristiana no sólo estamos llamados a creer en Dios, sino también a creer y amar a la Santa Madre Iglesia que Cristo ha fundado en la fe de Pedro, y a vivir obedientes a aquel en quien Cristo nos deja su presencia: su Vicario. Es al Papa a quien Dios ha puesto como nuestro hermano mayor en la fe, que está para guardarnos y guiarnos en el camino correcto hacia el encuentro con el Padre. Por eso todo creyente y, de forma especial, todo ministro ordenado está llamado a vivir en la fe unidos en obediencia al Vicario de Cristo, el sucesor de San Pedro.

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú