Solemnidad de la Epifanía del Señor, Ciclo C

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 60, 1-6;   Sal 71;   Ef  3, 2-3. 5-6;   Mt 2, 1-12 

Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle." Al oírlo el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocando a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo  les preguntaba dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: "En Belén de Judea porque así está escrito por el profeta: Y tú Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel."

Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después enviándolos a Belén, les dijo: "Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle." Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y avisados en sueños que no volvieran a Herodes, se retiraron a su país por otro camino. 

Mt 2, 1-12

La liturgia habla hoy de Cristo luz: luz que se encendió en la Noche Santa; la misma luz que guió a los pastores hasta el portal de Belén indicó el camino, el día de la Epifanía, a los Magos que fueron desde Oriente para adorar al Rey de los judíos, y resplandece para todos los hombres y todos los pueblos que anhelan encontrar a Dios, los anawin del Antiguo Testamento.

El ser humano ya dispone naturalmente de una luz que lo guía: es la razón, gracias a la cual puede orientarse, aunque a tientas (Hch 17, 27), hacia su Creador. Pero, dado que es fácil perder el camino, Dios mismo vino en su ayuda con la luz de la revelación, que alcanzó su plenitud en la encarnación del Verbo, Palabra eterna de verdad, ya así nos lo dijeron los padres conciliares en el Concilio Ecuménico Vaticano I. La Epifanía celebra la aparición en el mundo de esta luz divina, con la que Dios salió al encuentro de la débil luz de la razón humana. Así, en la solemnidad de hoy, se propone la íntima relación que existe entre la razón y la fe, las dos alas de que dispone el espíritu humano para elevarse hacia la contemplación de la verdad, como nos lo hizo presente el Siervo de Dios Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio, y como ha vuelto a retomar el tema el actual Papa Benedicto XVI, en su discurso en la Universidad de Ratisbona: "Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones" (Alemania, 12 de septiembre de 2006).

Cristo no es sólo luz que ilumina el camino del hombre. También se ha hecho camino para sus pasos inciertos hacia Dios, fuente de vida. Un día dijo a los Apóstoles: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre» (Jn 14, 6-7). Y ante la objeción de Felipe añadió: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre. (...) Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14, 9.11). La epifanía del Hijo es también la epifanía del Padre. El mismo Cristo afirmó que había venido para «dar a conocer al Padre», para «explicar» a los hombres quién es Dios y para revelar su rostro, su «nombre». La vida eterna consiste en el encuentro con el Padre (Jn 17, 3). La Iglesia prolonga en los siglos la misión de su Señor: su compromiso consiste en dar a conocer a todos los hombres el rostro del Padre, reflejando la luz de Cristo: luz de amor, de verdad y de paz. Para esto el divino Maestro envió al mundo a los Apóstoles, y envía continuamente, con el mismo Espíritu, a los obispos, sus sucesores: «…en esto reconocerán que son de mis discípulos: si os amáis como yo os he amado…»

En el umbral del inicio del presente año el hombre tiene gran necesidad de experimentar la bondad divina, de sentir el amor de Dios. También a nuestra época se puede aplicar el oráculo del profeta Isaías: «La oscuridad sobre la tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti aparece» (Is 60, 2-3); por decirlo así, la Iglesia está llamada a revestirse de luz (Is 60, 1), para resplandecer como una ciudad situada en la cima de un monte: la Iglesia no puede permanecer oculta (cf. Mt 5, 14), porque los hombres necesitan recoger su mensaje de luz y esperanza, y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16).

Conscientes de esta tarea apostólica y misionera, que compete a todo el pueblo de Dios, pero especialmente a cuantos el Espíritu Santo ha puesto como obispos y pastores de su Iglesia (cf. Hch 20, 28), vamos como peregrinos a Belén, a fin de unirnos a los Magos de Oriente, mientras se ofrecen dones al Rey. Pero el verdadero don es Él: Jesús, el don de Dios al mundo. Debemos acogerlo a Él, para llevarlo a cuantos encontremos en nuestro camino. Él es para todos la epifanía: la manifestación de Dios, esperanza del hombre, la liberación del hombre, la salvación del hombre; Cristo nació en Belén por nosotros: Venid, adorémoslo y reconozcámoslo como el Señor de la historia, que se ha dignado entrar en nuestra historia por su Encarnación.  

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú