IV Domingo de Adviento, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Mi 5, 1-5; Sal 79: Hb 10, 5-10; Lc 1, 39-45


En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas por parte del Señor!"

Lc 1, 39-45


El presente domingo nos pone ya en la antesala del Misterio del nacimiento del Salvador. Indudablemente que las figuras de Jesús como de María están orientando toda nuestra liturgia para celebrar el evento del nacimiento del Hijo de Dios. Al respecto la epístola a los Hebreos nos hace presente, indirectamente, la necesidad de la encarnación de Cristo: "... Señor nos has dado un cuerpo para hacer tu voluntad...".
Al respecto, Cristo al tomar el seno virginal de la Virgen María, al tomar morada en ella el día de la noche de Navidad, nos está expresando el inicio del cumplimiento de las promesas del Padre, porque toma un cuerpo como el nuestro sólo para manifestar y dar cumplimiento a la promesa del Padre.

El lugar del nacimiento de Cristo va en congruencia con el hecho de tomar un cuerpo como el nuestro, y esto incluso quiere decir como dice san Pablo: "... Cristo en todo sentido ha querido expresar que ha hecho todo un descendimiento sin reserva para bajarse y asemejarse a los hombres en toda su condición, menos en el pecado..."

El encuentro de María con Isabel también tiene dos momentos muy importantes, que el Papa Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris Mater, hace referencia a la expresión: "Bendita la que ha creído que se cumplirán todas las cosas que fueron anunciadas de parte de Dios." Esto esta queriendo significar, que Isabel ve en María a aquella que es bendita porque sin reserva se ha abierto a los designios de Dios.

Este hecho extraordinario e irrepetible, desde la fe se puede realizar en cada uno de nosotros, pues también nosotros estamos llamados a ser bienaventurados como la Virgen María en la medida en que nos abramos a los designios del Padre, y el único designio del Padre es que podamos acoger a Cristo en nuestra vida; así lo atestigua san Juan en su evangelio: "... la obra del Padre es que crean en Aquel que Él ha enviado..."

La vida cristiana no consiste solamente en un comportamiento filantrópico o ético, sino que la vida cristiana es una bendición de Dios que brota de la acogida de aquel que nace en nuestro corazón, que tome nuestras entrañas y las transforme, como dice la carta a los Hebreos para que realmente nuestro cuerpo sea una expresión de la realización de la obra de Dios en nuestra vida. Por eso cuando Isabel llama a María bienaventurada, inspirada ella también por la gracia de Dios recibida, proclama a María como la bienaventurada, esto significa que entre aquellos que han sido alcanzados por la gracia de Dios no existe la envidia, sino todo lo contrario la armonía y la comunión brotan de la participación del designio de Dios.

Toda la trama del evangelio es para poner de manifiesto estos signos de la intervención de Dios en la vida del hombre que se abre a su gracia, donde no interesa tanto el lugar que nos corresponda dentro del designio de Dios, sino en cuanto a estar dentro de este plan salvífico-redentor.

La liturgia de este domingo es una invitación a que podamos vernos identificados en estas dos mujeres, una anciana estéril y una joven virgen, donde en ambas se contempla esta intervención de Dios. Por la cultura en la cual nos encontramos, pragmática, relativista, agnóstica, pensamos muchas veces que la vida cristiana se labra según nuestro esfuerzo y conocimiento del misterio; pero sólo al escuchar el presente evangelio, humildemente tenemos que aceptar que la vida cristiana es una llamada de Dios a participar de su designio y de su obra. Y así lo dice el evangelio de san Mateo expresamente: "... te doy gracias Padre Señor del cielo y de la tierra porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los sencillos..."

Según la escritura, los pobres, los sencillos son los creyentes, son aquellos que están abiertos a vivir en la esperanza, y que son conscientes que esta esperanza, en la cual viven, no es esa esperanza que brota de su entendimiento; sino que es una esperanza en la que Dios llama a vivir y a fundamentar nuestra vida y nuestra existencia en este mundo, y que nuestra felicidad estará en cuanto esta esperanza se realice plenamente en nuestra vida. Y esto es lo que cantan Isabel y María en el evangelio, un cántico de gratitud a Dios, por ser testigos en sus propias vidas de la realización de las promesas de Dios y de su cumplimiento. Como no esperar con gozo la celebración del nacimiento de Cristo pues las palabras de San Agustín son muy elocuentes, cuando dice: “el Dios se hace hombre para que el hombre pueda ser Dios”; y como el Papa Benedicto XVI, en su Mensaje por el Día Mundial de la Paz, nos ha hecho recordar: “en Cristo, en la acogida de Cristo, el hombre recobra su dignidad primigenia, esto es el ser imagen y semejanza de su Creador” (Diciembre 15, 2006, Mensaje por la Paz).

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú