III Domingo de Cuaresma, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Ex 3, 1-8ª.13-15;   Sal 102;   1Co 10, 1-6. 10-12;   Lc 13, 1-9 

 

En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo." Les dijo esta parábola: "Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?" Pero él le respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas."

 

Lc 13, 1-9 

Este tercer domingo de cuaresma, nos encontramos con uno de los textos evangélicos más contradictorios; se nos presentan situaciones que provocan preguntas y hasta acusaciones frente a los creyentes. ¿Se puede hablar de la salvación de Dios en un mundo atravesado por el sufrimiento y la pobreza?, porque la pregunta ulterior es ¿dónde está Dios?. En el primer domingo de cuaresma hemos visto a Cristo rechazar a Satanás, porque Él se ha presentado como el nuevo Israel, cuya alianza no se escribirá más en piedra, sino en el corazón de los hombres (Ez 31). El segundo domingo, el evangelio nos ha presentado la Transfiguración del Señor, en quien el Padre encuentra su complacencia; y para esto, si escuchamos su voz, será su palabra la que nos arranque de aquello que nos impida participar de esta vida nueva, de este Espíritu de Cristo. En este tercer domingo hay una progresión en la liturgia orientada hacia el misterio de Pascua.

En este camino de Cuaresma se nos presenta hoy la figura impresionante de Moisés, conocedor profundo del hombre y, sobre todo, amigo de Dios. «Salvado de las aguas», salvador de su pueblo, Moisés es figura de Jesús. Dios se revela a Moisés en el Sinaí como «El que es» y le encarga la liberación de su pueblo para introducirlo en la tierra de la libertad. Dios ve que su pueblo está «afligido y humillado» y conoce todas sus angustias. En otras palabras: Dios entra en la historia dolorosa de un pueblo que vivía esclavo en Egipto, como comparte también hoy el sufrimiento de todos los hombres y mujeres sometidos por las tribulaciones y el pecado.

¿Está o no está Dios entre nosotros? El Evangelio de hoy hace referencia a estas preguntas. Algunos oyentes de Jesús le cuentan un hecho escandaloso que acaba de suceder y que llenó de indignación al pueblo: Pilato, el representante de Roma, ha mandado degollar a unos galileos en el preciso momento en que estaban ofreciendo en el templo sus sacrificios. Podemos imaginar el dramatismo del momento, la indignación de todos. ¿Por qué? ¿Qué hacer? Jesús asume los acontecimientos como ocasión para dar una enseñanza: «...Os digo que si no os convertís, todos pereceréis lo mismo...».

Las calamidades y el sufrimiento no son un castigo de Dios, como creían los fariseos piadosos. La explicación última del problema del mal sigue siendo un misterio. Lo que para Jesús no ofrece duda es que todos los hombres somos pecadores. Nadie puede sentirse justo ante Dios. Todo hombre necesita la salvación de Dios. Lo queramos o no reconocer, todos vivimos aún en el país de Egipto, esclavos del pecado, y tantas veces no somos solidarios del sufrimiento y la pobreza de los otros.

Para Jesús, el más hondo mal del hombre, su más dura esclavitud, radicada en el propio corazón del hombre. Por eso, su mensaje es, ante todo, una llamada al cambio de la persona, a la conversión del corazón (metanoia). Como nuevo Moisés, Jesús ha venido «...a salvar a su pueblo de los pecados...» (Mt. 1, 21). Cuando el hombre entra en esta dinámica de conversión, comienza a descubrir el significado del nombre de Dios. Entonces se llega a comprender, mejor que con definiciones, quién es ese «Dios que salva». Solamente la conversión del corazón es la condición que hará posible la llegada del reino de Dios, porque el cristianismo es la religión del corazón. Ahora bien, la conversión no se reduce a una buena disposición interior ni a un deseo de ser mejores. Con la parábola de la higuera que no da frutos Jesús nos enseña que Dios espera de nosotros obras de amor, justicia y verdad (obras de vida eterna). De lo contrario, la conversión no es auténtica. Mientras no sigamos este camino, permanecemos en nuestros pecados y no es fecunda en nosotros la salvación de Dios. Porque, «...¿Cómo puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien ve?...».

Como conclusión del evangelio de hoy vemos que el Señor espera nuestra respuesta libre,  porque quiere contar con nosotros para transformar el mundo. «...Señor, no cortes la higuera; déjala todavía este año, a ver si da frutos...». Lo mismo que con el pueblo de la antigua Alianza, el Señor tiene paciencia con nosotros. Por eso espera nuestra respuesta. Como espera la vuelta del hijo pródigo. Dios, para salvarnos, toma siempre la iniciativa, pero espera que el hombre en su libertad se acoja a sus designios, como la Virgen María ante el anuncio del ángel: «...hágase en mí según tu palabra...». Recordemos los signos. Cuando regala el vino, primero pide el agua y cuando multiplica la pesca, pide que echen primero la red. Podría hacerlo de otra manera, sin nosotros. Podría hacer llover los panes, que brotaran ríos de agua, vino y leche, curar a todos los enfermos, pero lo ha hecho así por respeto, para dignificar al hombre. Por eso como dice San Pablo: «Cristo se ha despojado se su rango de Dios y con su pobreza ha revestido de riqueza nuestra miseria».

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú