XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 66, 18-21;   Sal 116;   Hb 12, 5-7. 11-13;   Lc 13, 22-30 

Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Él les dijo: “Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta diciendo: “¡Señor, ábrenos!” Y os responderé: ‘No sé de donde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas’. Pero os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los malhechores!’.

“Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el  Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios.

Pues hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos.”

Lc 13, 22-30 

En el Evangelio Jesús recuerda que todos estamos llamados a la salvación y a vivir con Dios, porque frente a la promesa de salvación no hay personas privilegiadas. Todos estamos invitados a pasar por la puerta estrecha de la renuncia y donación de uno mismo. De tal manera también nos lo pone de manifiesto el profeta Isaías cuando expone el designio que Dios salvar a todos los hombres para hacerles partícipes de su gloria; y en la Carta a los Hebreos se nos exhorta a aceptar las pruebas como parte de una metanoia necesaria que procede de las manos de Dios, «…porque el Señor, a quien ama, le reprende…».

El interrogante al problema fundamental de la existencia, que es la pregunta de los judíos: «…Señor, ¿son pocos los que se salvan?...», pregunta tan actual no nos puede dejar indiferentes, Jesús no responde de manera inmediata o directamente, sino que anima a sus interlocutores a desear el ser salvados. Esto significa también afirmar que la salvación no está reservada a una raza, sino a todos quienes acepten y crean en Cristo: «…Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán…».

A medida que Jesús avanzaba hacia Jerusalén, el tema de la entrada al Reino de Dios se iba haciendo más próximo, el tiempo de Jesús para llamar a la conversión a su propio pueblo se acortaba; aún para los discípulos, se acercaba la hora del gran escándalo (la muerte en cruz); y para los judíos, no parecía quedar más alternativa que deshacerse del molesto profeta que no respondía a los esquemas religiosos tradicionales ni a la expectativa política trazada. En este contexto no resulta extraña la pregunta que alguien hace: ¿Serán pocos los que se salven? La respuesta que dio Jesús a aquel típico representante de la religión imperante está, en primer lugar, dirigida al pueblo judío como tal, a quien Jesús le exige que entre, si quiere, por la puerta estrecha, la única que conduce al Reino.

En los tiempos en los cuales vivimos el hombre moderno, ante un mundo pluralista, es muy fácil que no encuentre la puerta estrecha. No por casualidad en el evangelio de hoy por dos ocasiones se repite la palabra: puerta. Luego del pecado original el hombre es expulsado del paraíso, de la vida divina, porque el pecado lo ha llevado a creer que puede ser dios de sí mismo, y una expresión de esta situación de lejanía y de ruptura con Dios la podemos contemplar en su plenitud en el pasaje de la torre de Babel; pues hoy el hombre moderno, alejado de Dios o no viviendo radicalmente su fe en el Dios de Jesucristo, vive como en un Babel.

Las dos puertas nos pueden estar diciendo que son las dos alianzas que Dios ha pactado: una con el pueblo de Israel y la segunda alianza, que es la plena, con todos los hombres en Cristo. Pero estas dos puertas conducen al Único Dios de la vida. Por eso, en el evangelio de San Juan, Cristo dice que también debe apacentar a otro rebaño. Al respecto San Pablo dice que el verdadero judío no es aquel que nace de la carne o de la sangre, ni de la circuncisión, sino aquellos que se han hecho uno con Cristo: «…ya no soy yo sino es Cristo que vive en mí…».

Cristo en el evangelio de San Juan se denomina a sí mismo que Él es «…el camino, la verdad y la vida…», y por ello la puerta de la que el texto del evangelio de este domingo está hablando y que es estrecha, no se debe entender en el sentido literal de la palabra, sino que es estrecha porque uno es el camino verdadero que conduce a la vida y, por lo tanto, ante una sociedad tan pluralista en la cual nos encontramos, el camino que conduce a Dios Padre es la misma persona de Cristo, y todo  lo que significa creer, aceptar y vivir unidos a Cristo, según el estado de vida que cada uno haya abrazado.

La pertenencia a la Iglesia y la vida cristiana es un don de Dios por eso que la Carta a los Hebreos, que parece que no va mucho en concordancia con el evangelio, nos ayuda a comprender que para poder vivir en la dimensión del amor de Cristo, necesitamos cada día ser amonestados, corregidos y ayudados por nuestra Santa Madre Iglesia, que a través de mediaciones humanas nos ayuda a crecer y a adiestrarnos en este amor de Cristo. Concluyendo al respecto nos dice San Agustín: «…Preguntaron al Señor: ¿Son pocos los que se salvan? (Lc 13,23). ¿Qué respondió a esto? No dijo: «No son pocos, sino muchos los que se salvarán». No fue esa su respuesta. ¿Qué respondió, pues, a la pregunta de si eran pocos los que se salvarían? Esforzaos en entrar por la puerta estrecha (ib., 24)…Oídme vosotros, los pocos. Sé que sois muchos, pero obedecéis pocos. Son pocos, pues, los que se salvan en comparación de los muchos que se pierden, pero estos pocos han de constituir una gran masa (que)…con cuánta confianza ha de decir: «Yo conocí que el Señor es grande» (Sal 134,5)…» (San Agustín, Sermón 111,3).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú