IV Domingo de Pascua, Ciclo C.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch 13,14.43-52; Sal 99; Ap 7,9.14b-17;Jn 10,27-30

 

 

“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”. 

Jn 10,27-30

 

 

En las lecturas del domingo pasado hemos visto a los apóstoles, alegrarse por los padecimientos que sufrían por confesar el nombre de Cristo. En el evangelio, la triple pregunta de Cristo a Pedro y la respuesta de éste: “…Señor tú lo sabes todo…”. Estas frases nos ayudan a entrar en la imagen del Buen Pastor; con la cual la Iglesia expresa el amor de Cristo hacia su rebaño. Dios quiere que todos los hombres se salven. Este designio universal de Dios que ya se había manifestado en el Antiguo Testamento, se renueva y confirma después de la resurrección bajo el don del Espíritu. Es así que la liturgia de este domingo está llena de la alegría pascual, donde todos nosotros nos alegramos de ser “...su pueblo y ovejas de su rebaño...”, proclamamos “...las grandezas de Dios...”, y a través del Salmo se nos anuncia que está alegría está presente porque sabemos que “...el Señor es Dios, que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño...”.

 

La figura de la Iglesia como rebaño de Dios conducido por Cristo nos manifiesta claramente que: “ no existe la Iglesia sin pastor, pues es el pastor quien congrega a las ovejas, y es ante su presencia que las ovejas sienten pertenecer a un mismo rebaño”, así lo explica la  Constitución Dogmática Lumen Pentium cuando habla de las figuras de la Iglesia. La vida eterna que el Pastor da sólo se puede otorgar a quienes le acepten y  quieran escucharle y seguirle para formar parte de un solo rebaño. Esta vida eterna es lo que anuncian los Apóstoles, y en particular Pablo y Bernabé en la primera lectura. Primero se la anuncian al pueblo judío y son injuriados, entonces, ante el rechazo de la vida eterna, Pablo y Bernabé se vuelven hacia los gentiles. No pueden callar: "...así nos lo ha mandado el Señor: Yo te haré luz de los  gentiles, para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra...". Remarcando los efectos de estas palabras con una frase: "...los que estaban destinados a la vida eterna,  creyeron...". Así queda manifiesto que si el pueblo elegido por Dios no acepta creer en su Hijo muerto y resucitado  para su salvación, el anuncio pasará a los gentiles, a los que Dios ha preparado ya, pues, como hemos mencionado líneas anteriores,  la  salvación es universal, aun cuando el pueblo judío tuvo por derecho el primer puesto en  esta voluntad salvífica del Señor.

 

En nuestros días se vive muchas veces una ruptura con respecto a la relación entre pastor y oveja. Si Dios hubiese tenido una imagen diversa para expresar cómo el hombre puede realizarse en toda su plenitud como persona humana en este mundo y, por consiguiente su tránsito a la eternidad, no nos hubiese proporcionado esta imagen del “pastor y las ovejas”. La Iglesia quiere que miremos durante todo este tiempo pascual, hacia la cruz y la resurrección, y que midamos nuestra vida humana a través de ese misterio, que se realizó en la cruz y en la resurrección. Cristo es el Buen Pastor porque conoce al hombre: a cada uno y a todos. Lo conoce con este conocimiento único pascual. Nos conoce porque nos ha redimido, hemos sido rescatados a gran precio.  Nos conoce con el conocimiento y con la ciencia más interior, con el mismo conocimiento con que Él, Hijo, conoce y abraza al Padre y, en el Padre, abraza la verdad infinita y el amor. Y, mediante la participación en esta verdad y este amor, Él hace nuevamente de nosotros, en Sí mismo, los hijos de su eterno Padre; obtiene, de una vez y para siempre, la salvación del hombre: de cada uno de los hombres y de todos, de aquellos que nadie arrebatará de su mano.

 

La antítesis que vive el mundo secularizado se sintetiza, fundamentalmente, en una ruptura con cualquier tipo de relación en la que el hombre pueda tener dependencia. Esta “autonomía” aísla al hombre del propio sentido de su vida y de la relación con sus semejantes. La autonomía –falso sentido de libertad-,  en el cual el hombre quiere vivir, es el origen y la causa de la incapacidad del hombre para una relación de vida en común, porque falta una realidad que lo ayude a relacionarse, y a vivir en una identidad mutua. Esta realidad es la familia, Iglesia doméstica, que en estos tiempos está constantemente atacada por una sociedad que relativiza todo principio, llena de valores nominalistas, en donde lo que hoy se propone como válido, mañana se desecha y se propone otro tipo de valor. Como consecuencia, se crea un estado profundo de inestabilidad en el cual la persona inconscientemente concibe la vida como una realidad en la que todo es mutable y, por lo tanto, no hay verdad sólida y consistente en la cual pueda fundamentar su vida. Así, se crea una serie de corrientes de pensamientos en las cuales la persona humana puede elegir según su conveniencia o según la influencia que la mayoría puede ejercer sobre ella.

 

Sin embargo y a pesar de  pesar de toda la inestabilidad del destino humano y de la debilidad de la voluntad y del corazón humano, la Iglesia nos manda Hoy a mirar la potencia, la fuerza irreversible de la redención, que está en el corazón y en las manos del Buen Pastor, obra de amor, que no retrocedió ante el escándalo de la cruz: “Nadie os arrebatará de mi mano” (Jn 10,28). La Iglesia nos anuncia Hoy la certeza pascual de la redención, la certeza de la salvación. Cada uno de los cristianos está llamado a la participación de esta certeza: ¡Realmente hemos sido comprados a gran precio! ¡Realmente hemos sido abrazados por el Amor, que es más fuerte que la muerte, y más fuerte que el pecado! Conozco a mi Redentor, conozco al Buen Pastor de mi destino y de mi peregrinación.

 

La imagen del pastor que posee ovejas propias y las defiende, afirma Jesús que nadie podrá arrebatarlas de la  mano de su Padre, a quien Él se las ha confiado; pues el Padre y Él son uno. Si queremos subrayar estas palabras podemos decir que el amor al cual estamos llamados los cristianos es a amarnos como Cristo nos ha amado, y el amor de Cristo lo hemos experimentado en principio a través del perdón de nuestros pecados. Esto quiere decir que este amor del Buen Pastor se debe expresar entre nosotros, primero, a través del perdón; pues si yo no perdono a aquel que me ha ofendido ¿cómo esta persona podrá creer que la amo?. Manifestemos con nuestros actos y acciones diarias la voz de Jesús, nuestro pastor, porque El es el único que nos puede llevar a la vida.

 

Nuestro Santo Padre Benedicto XVI manifiesta en su Mensaje por la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de este año, cuyo tema es “La vocación al servicio de la Iglesia comunión”, que: «"El amor eucarístico" motiva y fundamenta la actividad vocacional de toda la Iglesia porque las vocaciones al sacerdocio y a los otros ministerios y servicios florecen dentro del pueblo de Dios allí donde hay hombres en los cuales Cristo se vislumbra a través de su Palabra, en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía».

 

Hoy un día tan especial para la Iglesia que de manera particular reza por sus Pastores y por las vocaciones al sacerdocio, queremos desde aquí que se unan al Gozo y Acción de Gracia que invade la vida de Nuestro Querido y Estimado Monseñor Miguel Irízar Campos, Obispo del Callao, porque este día dedicado al Buen Pastor, él ha querido elegirlo para celebrar sus 50 años de Ordenación Sacerdotal. Que el Señor siga proveyendo a su Iglesia de pastores insignes como nuestro Padre y Pastor Mons. Miguel Irízar Campos CP, Dios siga haciendo fecundo su ministerio. ¡Muchas Felicidades Padre! 

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú