I Domingo de Adviento, Ciclo A.

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 2, 1-5;Sal 121; Rm 13, 11-14; Mt 24, 37-44

 

 

"Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. "Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.

 

Con el presente domingo empezamos un nuevo Año Litúrgico y lo iniciamos  con el tiempo de Adviento. La liturgia invita a todo hijo de la Iglesia a comunicar a todo hombre que: «Dios viene», expresión aparentemente tan sintética que contiene una fuerza de revelación siempre nueva. El Papa Benedicto XVI dijo al respecto: «…Detengámonos un momento a reflexionar: no se usa el pasado--Dios ha venido-- ni el futuro, --Dios vendrá--, sino el presente: «Dios viene», se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que siempre tiene lugar: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá una vez más. En cualquier momento, «Dios viene»…» (Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas del Domingo I de Adviento, 2 de diciembre de 2006). En este sentido “Adviento”, es una palabra latina que significa: llegada, venida; y es el primer tiempo del año litúrgico, que tiene como finalidad prepararnos de manera fructífera, al nacimiento de Nuestro Salvador y Señor Jesucristo, que viene a la tierra para llevar a término la obra de salvación del Padre, que quiere a la humanidad reconciliada y en comunión con Él.

La exhortación a velar-vigilar resuena muchas veces en la liturgia de la Iglesia, pero especialmente en el tiempo de Adviento, tiempo de preparación no sólo para la Navidad, sino también para la definitiva y gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos. Dice San Cirilo de Jerusalén: «…Hay dos venidas (del Verbo): una oscura como la lluvia sobre un velo, otra resplandeciente de gloria, la que llegará. En la primera venida Cristo aparece envuelto en pañales dentro de un pesebre, en la segunda vendrá envuelto de la luz como en un manto…» (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 15, 1-3: PG 33, 870-874).

El tiempo de Adviento tiene un significado marcadamente escatológico que invita al creyente a la opción radical de vivir, cada día, en presencia de: «…Aquel que es, que era y que vendrá…» (Ap 1, 4), Aquel al que pertenece el futuro del mundo y del hombre. Esta es la esperanza cristiana. Sin esta perspectiva de la esperanza cristiana nuestra existencia sería vana y se reduciría a un vivir para la muerte.

En el evangelio, Jesús no duda en volver al recuerdo lejano de los tiempos de Noé, cuando la gente «comía y bebía» descuidadamente sin preocuparse de la cuestión fundamental: su relación con Dios. Y así, desprevenidos, fueron arrollados por la catástrofe del diluvio. Una advertencia más bien inquietante, porque muchas veces para nosotros el sueño puede ser el desinterés, el sentirnos ajenos al Plan de Dios, es decir el ver la salvación como algo que no nos concierne directamente. En tal sentido, esperar al Salvador significa sentirse interesados, reconocer que tenemos necesidad de salvación, admitir que somos pecadores y sentir necesidad urgente de la conversión día a día. Velar es precisamente lo contrario de la evasión. Velar quiere decir romper con las «obras de las tinieblas» como dice San Pablo: con la mentira, la hipocresía, la vanidad. El cristiano vela no porque tenga miedo a la llegada del Señor, sino porque quiere que el Señor, cuando se presente –lo cual será de improviso- lo encuentre viviendo en el amor y servicio a los hermanos, porque Dios irrumpe en la historia verticalmente, desde lo alto; viene para todos a una hora que nadie espera; precisamente por eso hay que estar siempre vigilantes.

Relacionando el evangelio con la primera lectura, en ella el profeta Isaías muestra que los que  esperan a Dios son un monte espiritual por cuya luz pueden orientarse todos los pueblos, porque solamente de aquí saldrá: «...la ley, el árbitro de las naciones...»; sólo por ellos este mundo de por sí oscuro, podrá «...caminar a la luz del Señor...». La promesa del Dios que viene contiene también una advertencia, la visión de que algunos serán tomados y otros dejados, una división según un juicio de Dios;  pero sólo en el sentido de una exhortación a estar despiertos y preparados.

En la segunda lectura, el estado de vigilancia pide en primer lugar distinguirse del mundo que no tiene esperanza, que no cambia nada esencial en las costumbres de la vida cotidiana: comer, beber, casarse, sin sospechar siquiera que con la venida de Dios puede irrumpir en el mundo algo comparable al diluvio. San Pablo, llama a estas actividades puramente terrenales, porque no han sido realizadas con relación a la luz que comienza  a brillar. El apóstol no desprecia lo terreno: hay que comer y beber, pero nada de excesos, hay que casarse, trabajar en el campo y en el molino: «...pero nada de lujuria ni desenfreno,... riñas ni pendencias...». Nos manifiesta que hay que estar despiertos es ya un comienzo de luz, un prepararse con las «...armas de luz...», para no volver a caer en el sueño, para luchar contra la tibieza que produce el acomodarse al mundo abandonando a Dios.

Seguir a Cristo, no significa que nosotros le sigamos por nuestra cuenta.  Puedo seguirlo si Cristo habita en mí, yo espero en El; si Cristo habita en mí, veo el amor del Padre, que en Cristo me ha amado hasta entregarlo a la muerte de Cruz, y en quien he recibido el perdón de mis pecados y he sido reconciliado, llamado y elegido. De esta manera, la palabra nos invita a vivir muestro tiempo presente no poniendo nuestra esperanza en las cosas que podamos poseer o aquellas que nos puedan ofrecer; sino fundamentar nuestra vida en la piedra angular que es Cristo, Señor de nuestra vida y de la historia, que nos revela al Padre. 

San Bernardo, abad, en sus Sermones sobre el Adviento nos dice: «…Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida: el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda: en espíritu y poder, viene por las palabras que el mismo Cristo nos ha dicho: «…La obra del Padre es que creáis en Aquel a quien Él ha enviado…» (o sea por el anuncio y la acogida del mensaje del Reino de Dios);  y, en la última o tercera venida, en gloria y majestad…» (Sermón 5 en el Adviento del Señor, 1-3: Opera omnia, edición cisterciense, 4, 1966, 188-195).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú