III Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 35, 1-6. 10; Sal 145; St 5, 7-10; Mt 11, 2-11


Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: "¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?" Jesús les respondió: "Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!" Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino. "En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.

La semana pasada las lecturas nos llamaban a la conversión como expresión de la esperanza que caracteriza la vida cristiana, esperanza de peregrinos en la tierra llamados a participar a través del Hijo del reino del Padre. Este domingo, Tercero de Adviento, la Iglesia repite la pregunta que fue hecha por primera vez a Cristo por los discípulos de Juan Bautista: «…¿Eres tú el que ha de venir?...», esta pregunta es el centro mismo de la liturgia del Adviento, va dirigida a Cristo quien nos brinda una respuesta mesiánica a través de las lecturas que hoy se van a proclamar, en las cuales se nos invita a entrar en un gozo pleno, en una paciencia de espera, en un no escandalizarnos de Aquel a quien Juan Bautista nos señala como el Cordero de Dios que ha venido para perdonar los pecados del mundo.
La figura del Bautista, como la del profeta Isaías, es importante en esta semana, la grandeza de Juan Bautista le viene de su humildad, resplandece con la radiante luz del Mesías pero no quiere de ningún modo otorgarse algún protagonismo: «…Es preciso que él crezca v que yo disminuya…». En el evangelio de esta semana Juan Bautista representa a todos los hombres honestos y justos del Antiguo Testamento y de todas las épocas, que tienen la valentía de expresar sus dudas e interrogantes. Le manda un recado a Jesús con una pregunta que revela su propia indecisión: «… ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?...». Nuestro Papa Benedicto XVI dice al respecto: «… la aparición del Bautista lleva consigo algo totalmente nuevo. El cuarto Evangelio nos dice que el Bautista «no conocía» a ese más Grande a quien quería preparar el camino. Pero sabe que ha sido enviado para preparar el camino a ese misterioso Otro, sabe que toda su misión está orientada a Él…» (BENEDICTO XVI, Jesús de Nazareth, Planeta, Bogotá, 2007, p. 36).
Juan el Bautista tiene que soportar en la cárcel la oscuridad que Dios le impone, como la oscuridad por la que todos los santos han pasado, él mismo no lo reconoce, y esto ha de ser como parte de su futuro testimonio de sangre. El había esperado a un hombre poderoso, que bautiza con espíritu y fuego. Y en el evangelio aparece un hombre humilde. Sin embargo, Jesús calma su inquietud mostrándole que la profecía se cumple en Él; en milagros concretos que aumentan la fe del que persevera: «...dichoso el que no se sienta defraudado por mí...». Probablemente por causa de esta oscuridad impuesta al testigo, es que Jesús le alaba ante la multitud, aún sin conocer del todo al Mesías anunciado, Juan se ha entendido a sí mismo como lo que realmente es, se ha entendido como el mensajero enviado delante de Jesús, el que le ha preparado el camino. Así se ha designado a sí mismo como simple voz que grita en el desierto, anunciando el milagro de lo Nuevo que ha de venir. Juan se ha reconocido como el más pequeño en el reino, anunciando que viene Uno que es más grande que él, demostrando así tener la humildad de ceder el sitio y eclipsarse, y esto porque ha sido iluminado por la luz de la nueva gracia.
La pregunta que dirige Juan al Señor manifiesta claramente la sorpresa y, en cierta forma, el escándalo que causará la presencia y la intervención de Jesús de Nazaret entre nosotros. Jesús fue objeto de sorpresa y escándalo para sus contemporáneos, aún para Juan Bautista quien cuando vio a un Mesías que llamaba a todos al desprendimiento de las riquezas y que invitaba a su reino interior, que exaltaba a los dóciles, a los pacíficos, a los misericordiosos, se quedó sin saber qué hacer, sin comprender del todo la manifestación de este Salvador, que él mismo anunciaba. Jesús se presenta renovando todas las cosas, revelando aspecto de la religión que no se habían conocido hasta entonces y que aún en nuestros tiempos no acabamos de comprender. El pueblo de Israel había creído -y esperaba- que Jesús revelara lo que ya conocían, la religión que habían seguido hasta ese momento y que representaba a un Dios a la medida de nuestras ideas, que obra según nuestros planes. Pero, el reino de Dios anunciado por Jesús es una realidad totalmente nueva, por ello que la pregunta de Juan el Bautista sigue vigente en medio de la historia de los creyentes.
Podemos enlazar este evangelio con la primera lectura, cuando el profeta Isaías describe la transformación del desierto en tierra fértil como consecuencia de la venida de Dios: «...Mirad a vuestro Dios...», el desierto es el mundo que Dios no ha visitado todavía; pero ahora Dios viene. El hombre es ciego, sordo, cojo y mudo, cuando todavía no ha sido visitado por Dios. Pero ahora los sentidos se abren y los miembros se sueltan. Por razón de los ídolos que adoraban en lugar del Dios vivo eran ciegos, sordos, cojos y mudos, estaban alejados del Dios vivo, pero ahora «...vuelven los recatados del Señor...», son liberados de la muerte espiritual y renacen a la verdadera vida. Es a esto precisamente a lo que alude Jesús en el evangelio cuando describe su acción en respuesta a la pregunta que le hacen los enviados de Juan. «…Id a anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo...» Jesús se remite a sus obras y a los escritos del profeta Isaías.
San Ambrosio de Milán dice: «… Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: « ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». No es sencilla la comprensión de estas sencillas palabras, o de lo contrario este texto estaría en contradicción con lo dicho anteriormente. ¿Cómo, en efecto, puede Juan afirmar aquí que desconoce a quien anteriormente había reconocido por revelación de Dios Padre? ¿Cómo es que entonces conoció al que previamente desconocía mientras que ahora parece desconocer al que ya antes conocía? Yo —dice— no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu Santo...». Y Juan dio fe al oráculo, reconoció al revelado, adoró al bautizado y profetizó al enviado Y concluye: Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el elegido de Dios…» (Exposición sobre el evangelio de san Lucas, Lib 5, 93-95.99-102.109: CCL 14, 165-166.167-168.171-177)
En la respuesta al Bautista, Jesús anuncia el cumplimiento de la profecía de Isaías, y al mismo tiempo anuncia la misión evangelizadora de la Iglesia, misión que consiste en llevar a los hombres no sólo al encuentro, sino también al conocimiento de Cristo. La Iglesia tendrá que realizar el papel del Bautista y llevar a sus oyentes -evangelizados- al encuentro con Cristo porque ella es el instrumento del cual Dios se sirve para manifestarse.
Por eso, Cristo termina diciendo en el Evangelio: «… no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño del Reino de los Cielos es mayor que él…». El elogio que Jesús hace de Juan Bautista es también aleccionador. La Iglesia, que tanto ha venerado al Precursor, ha de sentirse identificada con Juan: ella tampoco es la luz por sí misma, ella prepara el camino al Señor. La Iglesia es más que profeta: no sólo anuncia a Cristo, lo lleva dentro porque es Cuerpo de Cristo.


Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú