XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Dt 6.2-6; Hb 7,23-28; Mc 12, 28b-34


«¿Cuál es el mandamiento más importante?” Jesús contestó: “El más importante es éste: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos”. El maestro de la ley le dijo: “Muy bien, Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo: “No estás lejos del reino de Dios”. Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole».

Mc 12.28b-34


Una usanza que no tiene mucho tiempo en la sociedad moderna y que está mentalizando todos los estratos sociales, que en su origen cuando los primeros colonizadores irlandeses llegaron a los Estados Unidos, de esta “fiesta” –que hoy se le llama Hallowen, palabra que en lengua irlandesa es una deformación de lo que en el origen era la vigilia de los santos-, podemos decir que esta fiesta moderna, que hoy arrastra a la masa de tantos hombres a celebrarla, expresa el sentido secular y tenebroso de lo que es la muerte sin Dios. Celebrar la memoria de los Santos, significa celebrar el tránsito de nuestro peregrinaje por este mundo a la patria eterna, y qué es lo que al hombre le garantiza que la muerte ha sido vencida, dice San Pablo: “...ya no soy yo sino es Cristo que habita en mí y mientras vivo en este mundo vivo de la fe en el Dios que me amó hasta dar la vida por mí...”. A continuación ofrecemos el comentario breve a cada lectura de este domingo.
La segunda lectura subraya una vez más de la manera más clara el carácter existencial del sacerdocio de Jesús, que ya no necesita ofrecer sacrificios de animales; en el templo —algo que los sacerdotes anteriores debían hacer cada día por sus propios pecados y por los del pueblo—, sino que se ofrece a sí mismo como víctima sin mancha en una auto inmolación necesaria para nuestra verdadera expiación. Y como «…Jesús permanece para siempre…», su ofrenda sacerdotal en la cruz no es un hecho del pasado; Jesús «tiene el sacerdocio que no pasa», su sacrificio es siempre y en todo momento algo actual «porque vive siempre para interceder en nuestro favor». Por eso su Eucaristía, a partir de esta su existencia eterna, puede hacer presente aquí y ahora su sacrificio único en virtud
de su sacerdocio que no pasa.

En el evangelio de hoy queda claro que no habría sido necesario llegar a ninguna desavenencia entre judaísmo y cristianismo. Hay unidad en lo que respecta al mandamiento más importante e incluso respecto a la necesidad de añadir el mandamiento del amor al prójimo al del amor a Dios, que lo trasciende todo. Aparece incluso una declaración de Jesús según la cual el letrado que le ha interrogado en el evangelio «…no está lejos del reino de Dios…». Pero la unanimidad llega aún más lejos: el letrado añade al final de su réplica, aprobando lo que acaba de decir Jesús, que este doble primer mandamiento «…vale más que todos los holocaustos y sacrificios…», con lo que se sitúa el cumplimiento del amor a Dios por encima de toda veneración puramente cultual; algo que, por lo demás, ya había sido previsto por Oseas: «…Quiero misericordia y no sacrificios….» (Os 6,6). Pero es quizá aquí donde se manifiesta la enorme distancia que existe entre la comprensión judía y la comprensión cristiana (de la que dará testimonio la segunda lectura): si los sacrificios de la Antigua Alianza se tornan caducos con Cristo, es porque su cumplimiento del amor a Dios y al prójimo en su muerte en la cruz y en la Eucaristía hace coincidir pura y simplemente amor vivido y sacrificio cultual, y porque gracias a esta suprema entrega de amor, el amor de Jesús al Padre y a nosotros los hombres alcanza una intensidad que era inconcebible en la Antigua Alianza. Pero esto no invalida el primer mandamiento que Israel supo formular de modo tan admirable (ni siquiera la Nueva Alianza pudo expresarlo mejor); la diferencia está solamente en que antes de Jesús nadie pudo llegar «….hasta el extremo….» (Jn 13,1), como llegó Jesús, en el amor a Dios y al prójimo.

Es en la primera lectura, donde el gran mandamiento se expresa por primera vez y en toda su perfección. Está introducido con la afirmación: «…El Señor nuestro Dios es solamente uno…». No hay más dioses, «nuestro Dios» es el único Dios. El politeísmo divide el corazón del hombre y su culto; el único Dios exige la totalidad indivisa del corazón humano con todas sus fuerzas. Por eso entre el amor que Dios exige y el corazón humano no hay ningún dualismo: no es como si el corazón estuviera dentro y el mandamiento viniera de fuera o de arriba, sino que, por el contrario, el mandamiento debe quedar escrito en el corazón del hombre: «Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria»; con otras palabras: el amor a Dios exige desde dentro todo el corazón y todas sus fuerzas.

En este último mes el Papa Benedicto XVI, sobre todo en el congreso Eucarístico que clausuró en Verona, Italia, dijo concretamente que estamos llamados a vivir la vida cristiana radicalmente para ser testigos veraces del Cristo resucitado. En ese sentido según el texto bíblico de la primera lectura, cuando el autor sagrado escribe: “...amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas...”, podemos hacer una relación con las tentaciones del pueblo de Israel en el desierto y las tentaciones de Jesús después de su bautismo. Como sabemos el corazón es la sede de los sentimientos e impulsos de toda persona humana, y al mismo tiempo Cristo en el evangelio de San Marcos dice al respecto: “...no es lo de fuera que contamina al hombre sino lo que hay en su corazón...”, por eso Cristo cuando rechaza la insidia del maligno a través de la primera tentación que es del pan dice: “... no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios...”, porque como dice San Pablo : “...de la boca rebosa lo que hay en el corazón...”. Varios Salmos expresan que Dios es el único que puede escudriñar lo profundo del corazón del hombre, entonces si solamente la palabra de Dios puede penetrar y escudriñar el corazón del hombre. Cristo cuando rechaza al maligno en la primera tentación del pan, nos está haciendo presente que la palabra que sale de la boca de Dios es Él mismo, y sólo Cristo, que es la Palabra de Dios, puede saciar el corazón del hombre, porque Cristo mismo es el que escudriñando el corazón del hombre puede, sólo El, colmar el anhelo de todo hombre con el cual desea llenar su corazón; por eso la frase de San Agustín expresa este anhelo del hombre, cuando dice: “...nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti...”. Por eso se entiende que tantos hombres se dejen llevar por los impulsos de su corazón, porque van buscando el anhelo de la plena felicidad, y por eso el autor sagrado cuando dice en el Deuteronomio: “... amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...”, nos está diciendo que si el hombre se abre al amor de Dios, solo el amor de Dios puede colmar este deseo de amor del hombre.

En la segunda expresión “…amarás con toda tu alma…”, podemos referirla a la segunda murmuración en el desierto del pueblo de Israel y a la segunda tentación de Cristo en el desierto, el agua en un sentido común sacia la sed si esto lo elevamos y lo interpretamos a la luz de la segunda tentación de Cristo en el desierto cuando Satanás le dice: “…tírate del pináculo del templo para que todos vean que tu eres Dios, porque nadie hará caso a un carpintero si no ve cosas extraordinarias…”, Satanás quiere llevar a Jesús a buscar su ser o a esperar ser reconocido por los otros. Mucha gente vive su vida u orienta su vida en función de aquello que los demás le den o como lo acepten, cuando el ser lo da Dios, porque Dios nos a hecho a su imagen y semejanza. Entonces el hombre sin Dios es un hombre que busca saciar su ser, pero el hombre que ha encontrado a Dios sabe que es en Dios, y su vida tiene sentido en Dios, y su enfermedad sus limitaciones tienen sentido en Dios; no tiene que buscar sucedáneos o esperar el reconocimiento, el aplauso o las limosnas de las personas para sentir que es persona, como Satanás pretendía así engañarlo a cristo porque era un pobre carpintero, pero el diablo al mismo Dios que Es quería hacerlo sentir que no era; y esta es la trampa por la cual el demonio cada días engaña al hombre, porque el hombre es en Dios hombre, pero Satanás hace creer a tantos hombres que no son y tienen que buscar ser, cuando ya son en Dios.

En la última expresión del autor sagrado en el Deuteronomio: “… amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, tu alma y tus fuerzas…”, Satanás en la tercera tentación muestra a Cristo todos los bienes del mundo, y lamentablemente esta es la tentación más sutil con la cual el demonio engaña al género humano: el poder. Ya Satanás en las primeras líneas del Génesis le dice a Eva: “…lo que pasa es que Dios no quiere que ustedes sean dioses…”; porque el hombre ante las riquezas se endiosa, piensa que tiene todo poder para conquistar el mundo y tener todo lo que desea poseer, en otras palabras se cree dueño de su existencias. Cristo en el evangelio de Marcos dice al respecto en una parábola: “…un cierto propietario tuvo una gran cosecha derrumbó sus antiguos graneros y construyó nuevos, y dijo: ahora diviértete, bebe y descansa alma mía, y el Señor le respondió: necio esta misma noche se te pedirá el alma…”; por eso la respuesta de Cristo a esta tentación es: “…sólo adorarás al Señor tu Dios y a Él rendirás culto…”. En esta tercera expresión y tentación a la que somos sometidos todos hombre está llamado a reconocer la providencia y la fidelidad de Dios para con su vida, ya el mismo Salmo dice: “…si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles…”; y según el capítulo 8 del Deuteronomio dice: “…anduviste por el desierto y no se gastaron tus calzados ni tus vestidos, y tu Dios estuvo contigo…”. Una herejía llamada el pelagianismo, donde su doctrina afirmaba que todo dependía de la fuerza de voluntad del hombre, como que el hombre podía llegar a conquistar el reino de los cielos por sus propias fuerzas, pero ya el mismo Cristo en el evangelio de mateo dice: “…no se puede servir a Dios y al dinero…”, y esto quiere decir como dice el mismo Deuteronomio en el capítulo 30: “….hay dos caminos uno del bien y otro del mal…”; y esto nos da a entender que si Dios no es la fuerza y fundamento de nuestra vida es porque hemos buscado otras seguridades que no son Dios.

Concluyendo podemos decir que la vida cristiana consiste en amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, y esto dicho en palabras sencillas es vivir en la gracia del Espíritu Santo en la voluntad de Dios, porque la voluntad de Dios nos lleva a la santidad y la santidad se expresa en el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú