Fiesta del Bautismo del Señor

Mt 3, 13-17

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hch 10, 34-38; Mt 3, 13-17 

Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: "Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" Jesús le respondió: "Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia." Entonces le dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco." 

Al término de la celebración del Nacimiento de Cristo, de las Solemnidades: de la Sagrada Familia, de María Madre de Dios y de la Epifanía del Señor, la Iglesia culmina este ciclo de Navidad con la Fiesta del Bautismo del Señor; que no es en sí una conclusión, sino más bien es apertura o inicio a la vida nueva que Dios nos provee en Cristo, para reconciliarnos con Él y recobrar la Dignidad de imagen y semejanza del Padre. Por eso, como nos manifiesta la teología del sacramento del bautismo, ésta es la entrada a la participación de la vida de Dios, porque en Cristo somos rescatados, adoptados y reincorporados al Pueblo Santo de Dios.

Esta Fiesta, tal como nos decía el Siervo de Dios Juan Pablo II es: «…un momento de la «manifestación» de Cristo estrechamente relacionado con la Navidad. Más aún, la liturgia oriental pone más de relieve la revelación de Jesús como Hijo de Dios que su nacimiento en Belén. Esa revelación tuvo lugar con singular intensidad precisamente durante su bautismo en el Jordán…» (Juan Pablo II, Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor, 12 de enero 1997).

Como sabemos Juan el Bautista, a las orillas del Jordán, administraba un bautismo de penitencia, a través del cual exhortaba a la conversión pero anunciaba: «…Detrás de mí viene el que puede más que yo (...). Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo…». Muchos llegaban hasta él y ante el Precursor llega también Jesús, quien con su presencia, transforma ese bautismo de conversión, ese gesto de penitencia pasa a ser una solemne manifestación de su divinidad. Repentinamente tiene lugar ahora la segunda epifanía con la apertura del mismo cielo desde donde resuena una voz: «…Este es mi Hijo amado, en quien me complazco…», y el Espíritu Santo desciende sobre Jesús en forma de paloma. En aquel acontecimiento extraordinario Juan ve realizarse cuanto se había dicho a través de las profecías con respecto al Mesías nacido en Belén, adorado por los pastores y los Magos.

El Mesías, el anunciado por los profetas, el Hijo predilecto del Padre, a quien debemos buscar mientras se deja encontrar, y llamar mientras está cercano. Con el bautismo todo cristiano lo encuentra de manera personal: es insertado en el misterio de su muerte y de su resurrección, y recibe una vida nueva, que es la misma vida de Dios. El bautismo con el agua y el Espíritu Santo es el sacramento primero y fundamental de la Iglesia, sacramento de la vida nueva en Cristo. Por ello la liturgia nos invita hoy a sacar «…aguas con gozo de las fuentes de la salvación…», nos exhorta a revivir nuestro bautismo, dando gracias por los numerosos dones recibidos. El bautismo con agua de Juan recibe su pleno significado del bautismo de vida y de muerte de Jesús. Aceptar la invitación al bautismo significa ahora trasladarse al lugar del bautismo de Jesús y así, recibir en su identificación con nosotros nuestra identificación con El.

El Papa Benedicto XVI manifestó lo siguiente: «…En el bautismo somos adoptados por el Padre celestial, pero en esta familia que él constituye hay también una madre, la madre Iglesia. El hombre no puede tener a Dios como Padre, decían ya los antiguos escritores cristianos, si no tiene también a la Iglesia como madre. Así de nuevo vemos cómo el cristianismo no es sólo una realidad espiritual, individual, una simple decisión subjetiva que yo tomo, sino que es algo real, algo concreto; podríamos decir, algo también material. Pero, naturalmente, Dios no actúa de modo mágico. Actúa sólo con nuestra libertad. No podemos renunciar a nuestra libertad. Dios interpela nuestra libertad, nos invita a cooperar con el fuego del Espíritu Santo. Estas dos cosas deben ir juntas. El bautismo seguirá siendo durante toda la vida un don de Dios, el cual ha grabado su sello en nuestra alma. Pero luego requiere nuestra cooperación, la disponibilidad de nuestra libertad para decir el "sí" que confiere eficacia a la acción divina.» (Benedicto XVI, Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor, 7 de enero de 2007)

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú