II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Juan 1, 29-34

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 49, 3. 5-6;   Sal 39;   1Co 1, 1-3;   Jn 1, 29-34 

Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.» Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo." Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.» 

La semana pasada celebramos la fiesta del Bautismo del Señor; e iniciamos en la Iglesia el llamado Tiempo Ordinario, esto es el recorrido de todo creyente por la Vida de la Iglesia. Las lecturas nos presentan a tres personajes conocidos: Isaías, Juan el Bautista y Pablo. Tres personajes importantes en la manifestación y anuncio del proyecto de Dios y su culminación final. Ellos mismos sienten que sus propias vidas se convierten en proféticas, porque han sido llamados para anunciar la Buena Noticia: la salvación de Dios a su pueblo. Ellos no han buscado esta misión, son llamados para señalarnos el camino de conversión a través del cual se concreta la salvación anunciada. Así el evangelio nos presenta a Juan el Bautista señalándonos: «...he ahí el cordero de Dios…doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios…».

En la primera lectura, Isaías habla a gente decaída, débil, sin esperanza, quiere levantar los ánimos, no con falsas promesas, sino llevando a la realización un anuncio  concreto para el cual el Señor cuenta con su testimonio. La misión encomendada le levanta, le une y le da confianza en sí mismo, porque toda misión significa siempre un encuentro, una llamada a salir de sí mismo y darse: «…Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad…».

San Pablo presenta, en la segunda lectura, el modelo del testimonio de los cristianos: ser precursores y testigos del que viene detrás de ellos; nos manifiesta el sentido y valor que tiene toda vocación al apostolado. Precisamente San Pablo, que anduvo tanto tiempo en rutas de falso mesianismo persiguiendo a los cristianos, a comprendido a la luz del acontecimiento del camino de Damasco, como Jesús, el Crucificado, es el Mesías auténtico; y cómo, en consecuencia, el apostolado verdadero es el anuncio de la Cruz de Cristo como único medio de Salvación. Nos hace ver que en el camino del creyente cuanto mejor se viva la labor de anuncio, mayor será el reconocimiento de la propia insignificancia y precariedad de la propia existencia, pero al mismo tiempo se experimentará grandemente el gozo de participar por la gracia en el cumplimiento de la tarea principal del creyente: el anuncio de la salvación.

El profeta Isaías y San Pablo saben que todo lo obtenido es por Gracia de Dios y Juan el Bautista lo atestigua, él ha llegado a la misma conclusión: con Jesucristo no queda ya nada que esperar, se ha llegado al cumplimiento o realización de la Promesa, se nos da todo, Cristo es la respuesta total de Dios para la vida del hombre. La figura del Bautista es centrada, por parte del evangelista Juan, en el «testimonio», Juan el Bautista asume su misión, dar testimonio del que es mayor que él, por lo cual su acto personal ni siquiera le parece ser digno de mención, por eso dice la palabra: «...a Él le toca crecer, a mí menguar...». Todo su ser y su obrar está dirigido al futuro, al ser y al obrar de otro, él sólo es comprensible como una función al servicio de ese otro: «…‘Yo envío a mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino’ (Mc, 1, 2). Muchos textos del Antiguo Testamento hablan de la intervención salvadora de Dios, que sale de lo inescrutable para juzgar y salvar, a Él hay que abrirle la puerta, prepararle el camino. Con la predicación del Bautista se hicieron realidad todas estas antiguas palabras de esperanza: se iniciaba algo realmente grande…» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 37).

La situación de aquel que da testimonio es extraña, porque es probable que Juan conociera personalmente a Jesús, ya que según Lucas, estaban emparentados como hombres. Por eso cuando dice: «...Yo no lo conocía...», realmente se está refiriendo a que no sabía  que este hijo de un humilde carpintero era el esperado de Israel. No lo sabe pero tiene una triple noción de su propia misión. Sabe, en primer lugar, que el que viene después de él es el importante, que «...existía antes que él...», es decir que procede de la eternidad de Dios. Por eso es consciente de la provisionalidad de su misión. En segundo lugar, conoce el contenido de su misión: dar a conocer a Israel, mediante su bautismo con agua, al que viene  detrás de él. Con lo cual conoce también el contenido de su tarea, aunque no conozca la meta o el cumplimiento de la misma. Finalmente, en tercer lugar, ha tenido un punto de referencia para percibir el instante en que comienza dicho cumplimiento: cuando el Espíritu Santo en forma de paloma descienda y se pose sobre el Elegido. Gracias a estas tres premoniciones puede dar Juan su testimonio total. Si el que viene detrás de él existía antes que él, debe venir de arriba, debe proceder de Dios: «...Doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios...». Él, que ha de bautizar con el Espíritu Santo, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Llegar a estas conclusiones es obra de Dios que actúa sobre Juan el Bautista que así retoma la profecía de Isaías: «...Yo te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra...».

Cristo el Hijo de Dios, el hecho de su encarnación es para llevar a cumplimiento  la voluntad del Padre, lo que significará su misión. Nosotros podemos participar de esta vida nueva del Hijo, porque, en Él, el cielo que se cerró Adán, por medio de Cristo se nos abre  y sólo si acogemos al Cordero de Dios que nos libra de la esclavitud y poder del pecado, lleva al hombre a ser repatriado al cielo; Hoy Dios nos lo ha abierto en Cristo, se accede al paraíso. El Papa Benedicto XVI nos dice: «…Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto…Su amor es la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente» vida…(Spe salvi, 31)».

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú