III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 4,12-23

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 9,14; Sal 26; 1Cor 1,10-13.17; Mt 4,12-23

 

Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y dejando Nazará, vino a residir en Cafarnaúm junto al mar, en el término de Zabulón y Neftalí; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido». Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.» Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres.» Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron. Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. 

 

Con el tiempo Ordinario se hace presente el quehacer de la vida cristiana, como dice San Pablo, en la segunda lectura llamando la atención a la comunidad de Corinto: «…porque en Cristo todos los hombres hemos sido llamados a vivir en la comunión con el Padre y los hermanos en la fe, y en el amor al prójimo…». Con esto nos está invocando a orar por la Unidad entre los Cristianos; tal como nos invita en este tiempo la Iglesia, porque nosotros estamos llamados a vivir nuestra fe como miembros de un solo cuerpo, la Iglesia que Cristo ha fundado. El Santo Padre Benedicto XVI ha manifestado: «…La oración es la conversión del corazón,…«No ceséis de orar» (1 Ts 5,17). Con esta invitación, San Pablo quiere dar a entender que de la nueva vida en Cristo y en el Espíritu Santo procede la capacidad de superar todo egoísmo, de vivir juntos en paz y en armonía fraterna, de cargar con disponibilidad el peso y los sufrimientos de los demás. ¡No tenemos que cansarnos nunca de rezar por la unidad de los cristianos! La misión evangelizadora de la Iglesia pasa por tanto por el camino ecuménico, el camino de la unidad de fe, del testimonio evangélico y de la auténtica fraternidad…» (Ángelus, 20 enero 2008).

En la primera lectura, el profeta Isaías anuncia una luz que comienza a brillar. Nada es precipitado, esta luz aparece poco a poco. En el evangelio, San Mateo recoge esta profecía de Isaías la cual ve realizada en los primeros pasos dados por Jesús. El texto de Isaías alude a los acontecimientos del año 732, cuando los asirios invaden el norte de Palestina, Zabulón y Neftalí. Entonces la población sufrió el destierro, pero Isaías devuelve al pueblo la confianza: «…El pueblo que habitaba en tinieblas, vio una luz grande…». Es patente la aplicación de la profecía a la llegada del Mesías y de la Buena Noticia. El pueblo que vive inmerso en las tinieblas de la ignorancia de Dios y en la esclavitud de sus propios pecados, ve ahora surgir la luz, la llegada del Mesías. Sobre aquellos que habitan en el país de la sombra ha brillado una gran luz, quedando roto el yugo que les oprimía. Se anuncia así la misión de Cristo. Por eso en el evangelio se presenta a Jesús como la luz que brilla, el Mesías que además no quiere actuar solo, que busca colaboradores para su misión, unos sencillos pescadores a los que desde el inicio les promete que hará de ellos pescadores de hombres.

Las lecturas de la presente semana nos ofrecen tres momentos, que están interrelacionados: el Anuncio del Reino, la llamada a la conversión y la elección: el dejar las redes.

Primero, las palabras del profeta Isaías cuando dice que el pueblo ve una gran luz, podemos asociarlas con el anuncio que el mismo Cristo hace en el evangelio, cuando dice: «...Por que el reino de los cielos está cerca...». Esto significa que la espera en el cumplimiento de las promesas en que vivía el Pueblo de la antigua Alianza, ha llegado a su término. Ahora todo cambia, se pasa del régimen de la ley a vivir del cumplimiento de las promesas, es decir al cumplimiento de la Palabra, que se encarna en Cristo y que en Él se nos ofrece viva y realizada. Por eso pasamos de la oscuridad a la luz; de la esclavitud a la liberación-libertad; de la muerte a la vida. Porque Cristo con su Presencia en nuestras vidas, inaugura en cada uno de nosotros el reino, de manera existencial-personal; el anuncio implica acoger esta Palabra de Vida y dejar que esta verdad cambie nuestra vida.

Segundo, seguidamente del Anuncio del Reino viene la llamada a la conversión. Hay una relación muy estrecha entre el anuncio del reino y la invitación a la conversión. Recordemos brevemente la respuesta de Pedro: «...hermanos que debemos hacer, (...) convertíos, y arrepentíos de vuestros pecados,...» (Hch 2, 36ss). Podemos citar otro pasaje, cuando el dueño de casa nota que uno de los invitados no tiene el traje y le dice: «...amigo como haz entrado aquí,...»; el Señor reviste a sus invitados con trajes de gala significando así la Vida Nueva en Cristo, pero no sólo de manera exterior, como denunciaban los profetas. El Libro del Apocalipsis, nos habla que aquellos que tienen las vestiduras blancas, es porque han sido purificadas en la sangre redentora del cordero, dando así a entender la conversión a Cristo, porque aceptando la Luz, que ilumina nuestras tinieblas, pasamos a participar de la Vida Nueva. Entonces así como Cristo ha tenido su anonadamiento, igualmente todo hombre para participar de la vida nueva en Cristo está llamado a desvestirse de su condición antigua, para ser revestido de la Naturaleza Nueva, así se da cumplimiento a la profecía de Ezequiel: «... yo no quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva,...».

Tercero es la actitud de los pescadores que ante la llamada del Maestro dejan todo y lo siguen. En este sentido podemos mencionar que en el antiguo Israel, el de la Antigua Alianza, el discípulo elegía a su maestro, aquel a quien seguiría fielmente en la meditación de la escritura y la tradición de sus padres, y por consiguiente en las enseñanzas de la ley mosaica. Pero ahora, Jesús Desvela lo que trae consigo este Reino de los Cielos. Pues serán miembros de este Nuevo Pueblo aquellos a quienes el Señor llame,  y esta llamada tiene, por así decirlo, una condición, escuchar la voz del Hijo Unigénito de Dios. La respuesta a esta llamada, el seguirle, será porque se ha operado en el que ha escuchado la voz del Hijo, una metanoia, es decir una conversión-cambio de Vida, y por esto deja todo. Así las redes están significando: la seguridad para el hombre, aquellos que las dejan.

Los miembros-discípulos del Nuevo Pueblo de Dios, son los que ponen en Él toda su esperanza, porque de Él mismo viene la Vida, porque Cristo que es la revelación del Padre, con su vida misma nos ha revelado que la seguridad está en vivir la voluntad del Padre, y esto sólo se realizará en nosotros si escuchamos y seguimos al Hijo.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú