III Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Mateo 17, 1-9

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Éx 17, 3-7;    SaL 94;    Rm 5, 1-2.5-8;    Jn 4, 5-42 

Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: "Dame de beber." Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?" (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva." Le dice la mujer: "Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?" Jesús le respondió: "Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna." Le dice la mujer: "Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla." El le dice: "Vete, llama a tu marido y vuelve acá." Respondió la mujer: "No tengo marido." Jesús le dice: "Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad." Le dice la mujer: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar." Jesús le dice: "Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad." Le dice la mujer: "Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo." Jesús le dice: "Yo soy, el que te está hablando." En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: "¿Qué quieres?" o "¿Qué hablas con ella?" La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?" Salieron de la ciudad e iban donde él. Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: "Rabbí, come." Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis." Los discípulos se decían unos a otros: "¿Le habrá traído alguien de comer?" Les dice Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga." Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que he hecho." Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: "Ya no creemos por tus palabras; nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo."

 

En este tercer domingo del tiempo de Cuaresma la liturgia nos invita a proseguir por un camino radical de renovación interior, así a través de las lecturas escuchadas se nos llama a «beber de los manantiales de vida eterna». Es propicio recordar que en el Mensaje para la Cuaresma del presente año el Papa Benedicto XVI nos invoca: «…este tiempo esté caracterizado por un esfuerzo material y comunitario de adhesión a Cristo para ser testigos de su amor…».

En palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II: «…El tercero, cuarto y quinto domingo de Cuaresma forman un estimulante itinerario bautismal que se remonta a los primeros siglos del cristianismo, cuando por norma se administraban los Bautismos durante la Vigilia pascual. Por este motivo todavía hoy la liturgia de estos domingos se caracteriza por tres textos del Evangelio de Juan, que son propuestos según un esquema antiquísimo: Jesús promete a la Samaritana el agua viva, vuelve a dar la vista al ciego de nacimiento, resucita de la tumba al amigo Lázaro. Queda así clara la perspectiva del bautismo: a través del agua, símbolo del Espíritu Santo, el creyente recibe la luz y renace en la fe a una vida nueva y eterna. El «manantial de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14), del que habla la página del Evangelio de hoy, está presente en todo bautizado, pero hay que limpiarlo de todos los residuos del pecado para que no sea sofocada ni resecada…» (Juan Pablo II, Ángelus 3 marzo 2002).

En la primera lectura resuenan el cuestionamiento que se hace el pueblo de Israel: «… ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?...», es la pregunta del pueblo sediento, de qué vale la libertad conquistada si se encuentran ahora frente a la carencia de agua y alimento. A través del texto se quiere reafirmar la fe de un pueblo en Dios, la confianza y obediencia plena suceda lo que suceda. Es más, las dificultades y tribulaciones han de ser las que ponga de manifiesto la fe en Dios, porque siempre Él nos «da del agua de la roca». Dios está en medio de nosotros, pero no se manifiesta como nosotros humanamente esperamos o queremos, sino que nos lleva a buscar «el agua viva» que nos proporciona de la roca, la cruz que cada quien lleva en su vida, que en su entraña lleva una fuente de vida eterna.

En la segunda lectura San Pablo centra su pensamiento en lo que significa en la vida presente para los creyentes ser justificados por la fe. La salvación es una gracia de Dios que se nos otorga sin ningún mérito cuando nos apoyamos y confiamos plenamente en Jesucristo. Esta gracia es lo que define la justicia de Dios y la vida cristiana. De esto es de lo que debe gloriarse el cristiano, de creer y experimentar la gracia que nos llega por medio del Espíritu de Dios. Se nos esta manifestando claramente que todo es iniciativa divina, que Dios nos ha amado y nos ama, que no hay que vivir en el esfuerzo para salvarnos, porque la salvación es una gracia, un regalo que hay que saber acoger y agradecer el don de la fe.

En el evangelio, la Samaritana que se encuentra con Jesús junto al pozo de Jacob, es una figura representativa de cada uno de nosotros. En las características y actitud de esta mujer esta configurada nuestra situación existencial, viviendo una existencia rutinaria, resignada, pero que al ser puesta frente a la realidad de su situación y ante la posibilidad de cambio en su existencia, ante la persona de Jesús que ha salido a su encuentro junto al pozo de Sicar, descubre una luz en su vida. La presencia y la persona de Jesús descubren a esta mujer, que nos representa a todos, la posibilidad de algo nuevo y mejor, la salvación, el encuentro con Cristo ahonda más allá de la rutina y del pecado. En el corazón de la Samaritana, y en su misma situación de amargura existencial, excava el Rabí judío para descubrir en brote una fuente de agua viva.

La lectura de este evangelio nos lleva progresivamente a la revelación que Cristo mismo hace de su persona y de su misión. En la conversación con la Samaritana acerca del agua viva Cristo aparece como fuente de esa agua que lleva a la vida eterna. Jesús perdona el pecado, da sentido a la existencia, cambia las energías de esta mujer que se convierte en apóstol a partir de ese encuentro transformador. De este modo se nos hace ver que el pecado no es la realidad final e inmutable de nuestra historia, si  acogemos a Cristo como Salvador por medio de la fe todo cambia.

Nuevamente el Siervo de Dios Juan Pablo II habla sobre este encuentro de Jesús con la samaritana en su Carta Apostólica Mulieris Dignitatem: «… las mujeres que se encuentran junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad que él «enseña» y que él «realiza», incluso cuando ésta es la verdad sobre su propia «pecaminosidad». Por medio de esta verdad ellas se sienten «liberadas», reintegradas en su propio ser; se sienten amadas por un «amor eterno», por un amor que encuentra la expresión más directa en el mismo Cristo. Estando bajo el radio de acción de Cristo su posición social se transforma; sienten que Jesús les habla de cuestiones de las que en aquellos tiempos no se acostumbraba a discutir con una mujer. (…) Estamos ante un acontecimiento sin precedentes; aquella mujer —que además es una «mujer-pecadora»— se convierte en «discípula» de Cristo; es más, una vez instruida, anuncia a Cristo a los habitantes de Samaria, de modo que también ellos lo acogen con fe (cf. Jn 4, 39-42). Es éste un acontecimiento insólito si se tiene en cuenta el modo usual con que trataban a las mujeres los que enseñaban en Israel; pero, en el modo de actuar de Jesús de Nazaret un hecho semejante es normal…» (MD, 15).

El Papa Benedicto XVI dice al respecto: «…la promesa del agua nueva y del nuevo pan se corresponden. Corresponden a esa otra dimensión de la vida que el hombre desea ardientemente de manera ineludible (…) en la conversación con la Samaritana, el agua se convierte en símbolo del Pneuma, de la verdadera fuerza vital que apaga la sed más profunda del hombre y le da la vida plena, que él espera aun sin conocerla. (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 286).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú