Domingo de Ramos

Mt 26, 14-27, 66: De Passione Domini

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 50, 4-7;    Sal 21;    Flp 2, 6-11;    Mt 26, 14-27, 66

Hoy, Domingo de Ramos, nos encontramos en el umbral del Misterio Pascual de Cristo, por ello la liturgia en esta fiesta basada en el evangelio de San Mateo nos hace presente la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, acontecimiento que desencadena de un modo rápido todo el final de la vida terrena de Jesús, final que llevará a dar cumplimiento a las antiguas profecías que hablaban del Siervo de Yahvé que vino para hacer nacer al nuevo Israel, no de la carne ni de la sangre, sino de la misericordia de Dios.

El domingo de Ramos es el comienzo de la Semana Santa, en la que se sitúa el «Santo Triduo Pascual de la pasión y resurrección del Señor», es un preludio que anuncia la gran celebración del Triduo, en una mezcla de elementos triunfales (procesión, entrada) y elementos dolorosos (pasión).

En este día se nos presenta la entrada triunfal, donde los sencillos, aclaman y acogen a Jesús, mientras que otros, los jefes del Sanedrín, lo rechazan y condenan. Jesús viene como Rey y Mesías pero con una concepción totalmente original: no con poder vengador de enemigos y salvador de amigos; sino con humildad y sencillez, como salvador de pobres y oprimidos. La subida de Jesús a Jerusalén es un peregrinar hacia la Pascua, para cumplir a plenitud su misión. Por ello su triunfo aparece sellado con el sufrimiento: por la cruz.

El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «…La cruz es el centro de esta liturgia, con vuestra participación en esta solemne celebración, mostramos que no os avergonzáis de la cruz. No teméis la cruz de Cristo. Es más, la amáis y la veneráis, porque es el signo del Redentor muerto y resucitado por nosotros. Quien cree en Jesús crucificado y resucitado lleva la cruz en triunfo, como prueba indudable de que Dios es amor. Con la entrega total de sí, precisamente con la cruz, nuestro Salvador venció definitivamente el pecado y la muerte…« (Juan Pablo II, Homilía del Domingo de Ramos, 24 de marzo 2002).

Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, con esta aclamación se da el verdadero sentido de la procesión que la Iglesia recomienda como parte de esta liturgia, porque no sólo se hace presente al Mesías que entra triunfante a la ciudad santa sino que manifestamos que, como miembros de la Iglesia, estamos llamados a llevar en nuestro cuerpo el morir de Cristo. Así la lectura de la Pasión nos sitúa ante Cristo, vivo en la Iglesia, porque el misterio pascual, que reviviremos durante los días de la Semana Santa, es siempre actual. Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estamos con él o escapamos o  si somos simples espectadores de su muerte. De esta manera estamos llamados a participar de forma activa, y no como en un evento intrascendente, del misterio de la Pasión.

San Agustín nos dice: «…Celebramos con toda solemnidad el misterio grande e inefable de la pasión del Señor (…) Ellos obraron la maldad, nosotros celebramos la solemnidad; ellos se congregaron porque eran crueles, nosotros porque somos obedientes; ellos se perdieron, nosotros fuimos encontrados; ellos se vendieron, nosotros fuimos rescatados; ellos le miraban para insultarle, nosotros lo adoramos llenos de veneración. En consecuencia, Cristo crucificado es, para los infieles, escándalo y necedad; para nosotros, en cambio, el poder y la sabiduría de Dios. (…)He aquí la debilidad de Dios que es más fuerte que los hombres, y la necedad de Dios más sabia que los hombres (Sermón 218 B)».

La liturgia nos invita a subir hacia Jerusalén con Jesús aclamado, el mismo que dentro de poco «…padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día…». Por ello San Pablo nos ha recordado que Jesús «…se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo…» para concedernos así la gracia de la filiación divina. De aquí brota la paz y la alegría para cada uno de nosotros, aquí está el secreto de la alegría pascual, que nace del dolor de la Pasión. La Iglesia, nuestra madre, nos garantiza que no seremos defraudados. Que este ingreso a Jerusalén nos lleve a descubrir que nada, excepto Jesucristo puede darnos el amor, la paz y la vida eterna que anhela profundamente nuestro corazón.

Nuestro Papa Benedicto XVI nos dice: «…En la antigua liturgia del Domingo de Ramos el sacerdote, al llegar ante la iglesia, tocaba fuertemente con la cruz de la procesión contra el portón, que todavía estaba cerrado y que en ese momento se abría. Era una bella imagen del misterio del mismo Jesucristo que, con la madera de su cruz, con la fuerza de su amor, tocó desde el lado del mundo a la puerta de Dios; del lado de un mundo que no lograba acceder a Dios. Con la cruz, Jesús ha abierto de par en par la puerta de Dios, la puerta entre Dios y los hombres. Ahora está abierta. Pero el Señor también toca desde el otro lado con su cruz: toca a las puertas del mundo, a las puertas de nuestros corazones, que con tanta frecuencia y en tan elevado número están cerradas para Dios. Y nos habla más o menos de este modo: si las pruebas que Dios en la creación te da de su existencia no logran abrirte a Él; si la palabra de la Escritura y el mensaje de la Iglesia te dejan indiferente, entonces, mírame a mí, que soy tu Señor y tu Dios. Este es el llamamiento que en esta hora dejamos penetrar en nuestro corazón. Que el Señor nos ayude a abrir la puerta del corazón, la puerta del mundo, para que Él, el Dios viviente, pueda venir en su Hijo a nuestro tiempo y llegar a nuestra vida…» (Homilía Domingo de Ramos, 1 de abril 2007).

 

 

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú