Jueves Santo

Juan 13, 1-15: Cena del Señor - Lavatorios de los pies

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Éx 12, 1-8.11-14; Sal 115; 1Cor 11, 23-26;  Jn 13, 1-15 

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: "Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?" Jesús le respondió: "Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde." Le dice Pedro: "No me lavarás los pies jamás." Jesús le respondió: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo." Le dice Simón Pedro: "Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza." Jesús le dice: "El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos." Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: "No estáis limpios todos." Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.

Jueves Santo es el día de la «hora» de Jesús, el día de su entrega. La «hora» es el momento de la intervención salvífica de Dios. Es tiempo de revelación, Es el momento fijado por el Padre para glorificar a su Hijo por la cruz.

En la primera Carta a los Corintios el apóstol San Pablo nos recuerda lo que hizo Jesús «…en la noche en que iba a ser entregado...». El mensaje del apóstol es claro la comunidad que celebra la Cena del Señor actualiza la Pascua, porque la Eucaristía no es la simple memoria de un rito pasado, sino la viva presencia del gesto supremo del Salvador. Esta es la experiencia que lleva a la comunidad cristiana a convertirse al  anuncio del mundo nuevo, inaugurado por la Pascua. El Siervo de Dios Juan Pablo II dice: «...Al contemplar en la tarde de hoy el misterio de amor que nos vuelve a proponer la Última Cena, también nosotros tenemos que permanecer en conmovida y silenciosa adoración. La Iglesia sigue repitiendo las palabras de Jesús y sabe que está comprometida a hacerlo hasta el fin del mundo. En virtud de esas palabras se realiza un admirable cambio: permanecen las especies eucarísticas, pero el pan y el vino se convierten, según la feliz expresión del Concilio de Trento "verdadera, real y substancialmente" en el Cuerpo y la Sangre del Señor...» (Juan Pablo II, Homilía Jueves Santo, 2001).

El Papa Benedicto XVI dice: «...La Última Cena de Jesús fue una cena pascual, en cuya forma tradicional Él introdujo la novedad del don de su cuerpo y de su sangre. Esta cena con sus múltiples significados fue celebrada por Jesús con los suyos en la noche antes de su Pasión. Teniendo en cuenta este contexto, podemos comprender la nueva Pascua, Jesús es el nuevo y verdadero cordero que derramó su sangre por todos nosotros. Jesús celebró la Pascua pero en lugar del cordero se entregó a sí mismo, su cuerpo y su sangre. De este modo anticipó su muerte coherentemente con su anuncio, en el momento en el que entregaba a sus discípulos su cuerpo y su sangre, cumplía esta afirmación. Ofreció Él mismo su vida, de este modo la antigua Pascua alcanzaba su verdadero sentido. (...) San Juan Crisóstomo, en sus catequesis eucarísticas, escribió en una ocasión: « ¿Qué estás diciendo, Moisés? ¿Qué la sangre de un cordero purifica a los hombres? ¿Qué les salva de la muerte? ¿Cómo puede purificar la sangre de un animal a los hombres? ¿Cómo puede salvar a los hombres, tener poder contra la muerte? De hecho, sigue diciendo Crisóstomo, el cordero sólo podía ser un símbolo y, por tanto, la expresión de la expectativa y de la esperanza en Alguien que sería capaz de realizar lo que no podía hacer un animal. Jesús celebró la Pascua sin cordero y sin templo, y, sin embargo, no lo hizo sin cordero ni sin templo. Él mismo era el Cordero esperado, el verdadero, como había preanunciado Juan Bautista al inicio del ministerio público de Jesús: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29)». Y Él mismo es el verdadero templo, el templo vivo, en el que vive Dios, y en el que podemos encontrarnos con Dios y adorarle. Su sangre, el amor de Quien es al mismo tiempo Hijo de Dios y verdadero hombre, uno de nosotros, esa sangre sí que tiene capacidad para salvar. Su amor, ese amor en el que Él se entrega libremente por nosotros, es lo que nos salva. El gesto nostálgico, en cierto sentido sin eficacia, de la inmolación del inocente e inmaculado cordero encontró respuesta en quien se convirtió para nosotros al mismo tiempo en Cordero y Templo...» (Benedicto XVI, Homilía Jueves Santo, 5 de abril de 2007).

El Jueves Santo toda la Iglesia centra su mirada en el momento excepcional de la Cena Eucarística, celebrando el memorial de Jesús, nuestro Buen Pastor, cuando toma el pan y el vino. En esta celebración eucarística estamos llamados a acoger este don, siempre nuevo; que con su fuerza divina penetre en nuestros corazones y nos haga capaces de anunciar la muerte del Señor y nuestra esperanza en la venida final: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!».

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú