Viernes Santo

Juan 18, 1-19, 42

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 52, 13-53,12; Sal 30; Hb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19, 42 

"Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo". La parte central de la liturgia de esta celebración del Viernes Santo es la adoración de la cruz, que se inicia con el rito de descubrir la cruz cubierta con un paño morado, que se irá descubriendo en tres veces, cada vez una parte, hasta que quede totalmente descubierta. En este antiguo rito se simboliza la revelación progresiva del misterio de la cruz a lo largo de los siglos. Cada una de esas tres veces en que se va descubriendo la cruz representa una época o una fase de la historia de la salvación: la primera representa la cruz prefigurada en el Antiguo Testamento; la segunda, la cruz hecha realidad en la vida de Cristo, la "cruz de la historia"; la tercera, la cruz celebrada en el tiempo de la Iglesia, la "cruz de la fe".

De esta manera siguiendo a Jesús en el camino de su pasión vemos el amor de Dios por nosotros, iniciado con la creación, que se hace visible en el misterio de la cruz, en la kénosis de Dios, en el vaciamiento, en el abajamiento del Hijo de Dios del que nos ha hablado el apóstol san Pablo en la primera lectura. Así la cruz revela la plenitud del amor que Dios nos tiene, amor crucificado, que no acaba en el escándalo de la cruz, sino que culmina en la alegría de la Resurrección y la Ascensión al cielo, y en el don del Espíritu Santo.

Benedicto XVI dice: «...En el sacrificio de la cruz Dios sigue proponiendo su amor, su pasión por el hombre, la fuerza que, como dice el Pseudo Dionisio, "impide al amante permanecer en sí mismo, sino que lo impulsa a unirse al amado" (De divinis nominibus, IV, 13: PG 3, 712)...» (Benedicto XVI, Via Crucis 2007)

En el libro El Misterio de la Cruz, Odo Casel dice: «...El camino que el Señor siguió para triunfar fue la derrota, ser clavado al madero de la ignominia y borrado de entre los hombres, la muerte, el abandono por parte de sus amigos y aun, temporalmente, por parte de su Padre. . Pero desde lo alto de la Cruz el Salvador predica la verdad. Quien quiera estar en la verdad, debe subir con el Señor a la Cruz. Toda la vida de la Iglesia procede de la Cruz. Por esta razón la Iglesia prosperó y brilló más siempre que estuvo desposada con la Cruz. La Cruz es en sí misma una contradicción, por cuanto que implica muerte y vida, humillación y gloria. Da muerte a la vida carnal, y de ese modo, da la vida del Espíritu. Tiene, pues, dos caras: la una, la que da hacia atrás, es terrible y espantosa; la otra, la que mira hacia adelante, está llena de luz, de esplendor y de Amor.

Cristo Resucitado aparece con las manos extendidas, pero que ya no se encogen dolorosamente en la Cruz, sino que abrazan victoriosamente a todo el mundo y lo atraen hacia Sí. Así como Cristo fue ensalzado a la gloria del Padre por su humillación, también los que están "en Cristo" solamente pueden ser ensalzados por la humildad de la Cruz. Porque la nueva vida que trae el Señor es tan superior a la vida terrena que no se puede llegar a ella si no es a través de la muerte espiritual. Por eso se hizo Jesús obediente: renunció a la afirmación de sí mismo, incluso hasta la muerte: hasta la entrega de lo más grande que tiene el hombre, es decir, el "yo", que, al menos, quiere defender siempre su existencia. Es más; se hizo obediente hasta la muerte de Cruz: hasta la suprema ignominia, fue cancelado violentamente, arrojado de entre los hombres, colgado entre el cielo y la tierra, condenado como un malhechor. Nada terreno quedó en El; fue verdaderamente aniquilado: "He sido reducido a la nada" (Salmo 72, 22). Más en el momento en que murió al mundo, empezó a vivir para Dios.

Para nosotros, los cristianos, esta relación entre Cruz y Gloria se ha hecho algo normal. Pero es necesario descubrir que no es cosa natural en manera alguna. Por el contrario, es algo extraño, inaudito y aun, aparentemente, absurdo. La cruz, para el hombre antiguo, era el símbolo de la suprema ignominia y de la destrucción completa. En la cruz, el pobre criminal quedaba totalmente exterminado y era borrado de la comunidad de los hombres lleno de oprobio y vergüenza, en medio de los tormentos más atroces. Sin embargo, nosotros rendimos homenaje a este instrumento de tortura y de ignominia, y lo ensalzamos en grado sumo. ¡Qué inversión de todos los valores! En la Cruz podemos ver que el cristianismo ha traído un espíritu nuevo, que este mundo no podrá entender y tiene que odiar necesariamente y cuyo símbolo supremo es: la Cruz.

El hombre no puede ver en la Cruz más que un paso. La gloria viene después de la Cruz, tras la Pasión y la muerte. Sin embargo, la Iglesia habla de la gloria que está en la Cruz. Por gloria, el mundo entiende honor, reconocimiento por parte de los hombres, fama, triunfo, poder. En Dios es totalmente distinto. Su gloria es Él mismo, su bondad, su amor y su poder eternos. (Odo Casel, El Misterio de la Cruz, Madrid, 1964, 243-245).

Nos unimos a la invocación del Papa Benedicto XVI: «... Señor, concédenos que te contemplemos en esta hora de tu ocultamiento y tu anonadamiento, a través de un mundo que desea suprimir la cruz como una desgracia molesta, que se oculta a tu vista y considera una pérdida inútil de tiempo el fijarse en ti, sin saber que llegará un momento en que nadie podrá esconderse a tu mirada...» (Benedicto XVI, He aquí el madero de la cruz, Meditaciones para Viernes Santo).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú