Domingo de Resurrección

Juan 20, 1-9

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch 10, 34-43;   Sal 117;   Col 3, 1-4;    Jn 20, 1-9 

El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto." Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. 

«..."Lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es la vida, triunfante se levanta" (Secuencia de Pascua). Hoy el cielo y la tierra cantan ‘el nombre’ inefable y sublime del Crucificado resucitado. Todo parece como antes, pero, en realidad, nada es ya como antes Hoy la Iglesia se detiene, atónita una vez más, junto al sepulcro vacío. Igual que María Magdalena que llegó para ungir con aromas el cuerpo del Crucificado; igual que los apóstoles Pedro y Juan, que acudieron por las palabras de las mujeres, la Iglesia se inclina sobre la tumba en la que fue depositado su Señor después de la crucifixión. Hoy, domingo de Resurrección, hago mío el anuncio del mensajero celestial: « ¡Ha resucitado, no está aquí!». Sí, la vida y la muerte lucharon y la Vida triunfó para siempre. Todo está orientado nuevamente a la vida, ¡a la Vida eterna!...» (Juan Pablo II, Domingo de Pascua, 23 abril 2000).

El Siervo de Dios en las Catequesis sobre la Resurrección dice: «... En el ámbito de los acontecimientos pascuales, el primer elemento ante el que nos encontramos es el 'sepulcro vacío'. Sin duda no es por sí mismo una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro en el que había sido depositado podría explicarse de otra forma, como de hecho pensó por un momento María Magdalena cuando, viendo el sepulcro vacío, supuso que alguno habría sustraído el cuerpo de Jesús (Cfr. Jn 20, 15). Más aún, el Sanedrín trató de hacer correr la voz de que, mientras dormían los soldados, el cuerpo había sido robado por los discípulos. A pesar de esto el 'sepulcro vacío' ha constituido para todos, amigos y enemigos, un signo impresionante. Para las personas de buena voluntad su descubrimiento fue el primer paso hacia el reconocimiento del 'hecho' de la resurrección como una verdad que no podía ser refutada.

Así fue ante todo para las mujeres, que muy de mañana se habían acercado al sepulcro para ungir el cuerpo de Cristo. Fueron las primeras en acoger el anuncio: 'Ha resucitado, no está aquí... Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro...' (Mc 16, 6-7). 'Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: ¡Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite! Y ellas recordaron sus palabras' (Lc 24, 6-8). Ciertamente las mujeres estaban sorprendidas y asustadas (Mc 24, 5). Ni siquiera ellas estaban dispuestas a rendirse demasiado fácilmente a un hecho que, aun predicho por Jesús, estaba efectivamente por encima de toda posibilidad de imaginación y de invención. Pero en su sensibilidad y finura intuitiva ellas, y especialmente María Magdalena, se aferraron a la realidad y corrieron a donde estaban los Apóstoles para darles la alegre noticia. De esta forma las mujeres fueron las primeras mensajeras de la resurrección de Cristo, y lo fueron para los mismos Apóstoles (Lc 24, 10).

Entre los que recibieron el anuncio de María Magdalena estaban Pedro y Juan (Jn 20, 3-8). Ellos se acercaron al sepulcro no sin titubeos, tanto más cuanto que María les había hablado de una sustracción del cuerpo de Jesús del sepulcro (Jn 20, 2). Llegados al sepulcro, también lo encontraron vacío. Terminaron creyendo, tras haber dudado no poco, porque, como dice Juan, 'hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos' (Jn 20, 9).

Digamos la verdad: el hecho era asombroso para aquellos hombres que se encontraban ante cosas demasiado superiores a ellos. La misma dificultad, que muestran las tradiciones del acontecimiento, al dar una relación de ello plenamente coherente, confirma su carácter extraordinario y el impacto desconcertante que tuvo en el ánimo de los afortunados testigos. La referencia 'a la Escritura' es la prueba de la oscura percepción que tuvieron al encontrarse ante un misterio sobre el que sólo la Revelación podía dar luz.

El 'sepulcro vacío' dejaba estupefactos a primera vista y podía incluso generar acierta sospecha, el gradual conocimiento de este hecho inicial, como lo anotan los Evangelios, terminó llevando al descubrimiento de la verdad de la resurrección. En efecto, se nos dice que las mujeres, y sucesivamente los Apóstoles, se encontraron ante un 'signo' particular: el signo de la victoria sobre la muerte. Si el sepulcro mismo cerrado por una pesada losa, testimoniaba la muerte, el sepulcro vacío y la piedra removida daban el primer anuncio de que allí había sido derrotada la muerte.

Para las mujeres y para los Apóstoles el camino abierto por 'el signo' se concluye mediante el encuentro con el Resucitado: entonces la percepción aun tímida e incierta se convierte en convicción y, más aún, en fe en Aquél que 'ha resucitado verdaderamente'. Así le pasó especialmente a María Magdalena, que al escuchar que Jesús le llamaba por su nombre, le dirigió antes que nada el apelativo habitual: Rabbuni, ¡Maestro! (Jn 20, 16) y cuando El la iluminó sobre el misterio pascual corrió radiante a llevar el anuncio a los discípulos: '!He visto al Señor!' (Jn 20, 18). Lo mismo ocurrió a los discípulos reunidos en el Cenáculo que la tarde de aquel 'primer día después del sábado', cuando vieron finalmente entre ellos a Jesús, se sintieron felices por la nueva certeza que había entrado en su corazón: 'Se alegraron al ver al Señor' (Jn 20,19-20). (Juan Pablo II, El sepulcro vacío y el encuentro con Cristo Resucitado, 1 de febrero, 1989)».

En la resurrección se nos revela el hecho de que «...en Cristo reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente...». Así, la resurrección completa la manifestación del contenido de la Encarnación. Por eso podemos decir que es también la plenitud de la Revelación, el centro de la fe cristiana y de la predicación de la Iglesia.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú