IV Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 10, 1-10

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch 2, 14. 36-41;   Sal 22;   1P 2, 20-25;   Jn 10, 1-10 

En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. Entonces Jesús les dijo de nuevo: "En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. 

En este Cuarto Domingo de Pascua la Iglesia de una manera particular se acoge a las palabras de Cristo: «...pedid al dueño de la mies que envíe obreros a su mies...»; porque este domingo es dedicado a pedir a Dios por las vocaciones sacerdotales. «...Si por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación cada cristiano está llamado a dar testimonio y a anunciar el Evangelio, la dimensión misionera está especial e íntimamente unida a la vocación sacerdotal. En la alianza con Israel, Dios confió a hombres escogidos, llamados por Él y enviados al pueblo en su nombre, la misión profética y sacerdotal...» (Benedicto XVI, Mensaje por la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2008).

La figura del Buen Pastor ocupa un lugar particular en la liturgia pascual. Cristo dice: «...Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas...». Sabemos que estas palabras fueron confirmadas durante la pasión. Cristo dio su vida en la cruz. Y lo ha hecho por amor. El Siervo de Dios Juan Pablo II dice al respecto: «... el sacrificio del Calvario, por parte de Cristo,  es, sobre todo, la donación de Sí mismo, y el don de la vida que, permaneciendo en el poder del Padre, le es restituida al Hijo de una forma nueva, espléndida. Así, pues, la resurrección es el mismo don de la vida restituida al Hijo en recompensa de su sacrificio. Cristo es consciente de esto, y lo expresa también en la alegoría del Buen Pastor: "Nadie me la quita (esto es, la vida), soy yo quien la doy por Mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla" (Jn 10, 18). Estas palabras evidentemente se refieren a la resurrección y expresan toda la profundidad del misterio pascual...» (Juan Pablo II, Audiencia General 9 de mayo 1979).

Jesús es la imagen del Buen Pastor aquel que da su vida por las ovejas. Ya en el Antiguo Testamento el profeta Ezequiel anunciaba: «...Por eso, así dice el Señor Yahvé: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré... Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la majada...» (Ez 34, 11. 15). Así recogiendo esta imagen, Jesús nos revela un aspecto del amor del Buen Pastor que el Antiguo Testamento no presentía aún: dar la vida por las ovejas. El Buen Pastor, según las palabras de Cristo, es precisamente el que «viendo venir al lobo», no huye, sino que está dispuesto a entregar la propia vida para que ninguna de las ovejas se pierda. Este es el discurso de Jesús, cuyo significado esencial está precisamente en que "el buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10, 11). Así por medio del sacrificio pascual Cristo ha asegurado a cada uno la vida divina que desde la caída de Adán a causa del pecado original, se había perdido. Sólo Él podía devolver esta dignidad al hombre. Al respecto nos dice San Agustín: «... ¿Acaso el que primero te buscó, cuando lo despreciabas en vez de buscarlo, te despreciará, oveja, si lo buscas? Comienza, pues, a buscar a quien primero te buscó y te llevó sobre sus hombros. Haz que se realice su palabra: las ovejas que me pertenecen escuchan mi voz y me siguen...» (Enarrationes in Psalmos, Sal 69, 6).

Sobre este evangelio Santo Tomás nos dice: «... De nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros; por ello Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles y son pastores todos los buenos obispos. Os daré—dice la Escritura—pastores conforme a mi corazón. Pero aunque los prelados de la Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo el Señor dice en singular: Yo soy el buen pastor; con ello quiere estimularnos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor...» (Santo Tomás, Comentario al Evangelio de San Juan, 10, 3).

La alegoría del Buen Pastor y la imagen del redil, tienen importancia fundamental para entender lo que es la Iglesia y las tareas que debe realizar en la historia del hombre. La Iglesia no sólo debe ser el "redil", sino que en ella se debe realizar este misterio entre Cristo y el hombre: el misterio del Buen Pastor que da su vida por las ovejas. Para ello de modo particular debemos fijar la mirada en la vocación de los Pastores: presbíteros y obispos, figuras actuales del Buen Pastor. El Papa Benedicto XVI nos dice: «...La Iglesia es misionera en su conjunto y en cada uno de sus miembros. Si por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación cada cristiano está llamado a dar testimonio y a anunciar el Evangelio, la dimensión misionera está especial e íntimamente unida a la vocación sacerdotal. En la alianza con Israel, Dios confió a hombres escogidos, llamados por Él y enviados al pueblo en su nombre, la misión profética y sacerdotal...» (Benedicto XVI, Mensaje Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2008).

La vocación al Ministerio Sacerdotal «...es esencialmente una llamada a la Santidad, en la forma que brota del sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo pobre, casto y humilde; es amor sin reserva a las almas y donación al verdadero bien; es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos, porque tal es la misión que Cristo le ha confiado...» (Pastores dabo vobis, 33). La santidad de la Iglesia depende esencialmente de la unión con Cristo y de la apertura al misterio de la gracia que obra en el corazón de los creyentes, por ello oramos por las vocaciones al sacerdocio, recordemos las palabras de Jesús: «...la mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies...» (Mt 9, 37) y humildemente en el Padre elija obreros para su mies.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú