V Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 14, 1-12

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch 6, 1-7;   Sal 32;   1P 2, 4-9;   Jn 14, 1-12

 

"No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino." Le dice Tomás: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" Le dice Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto." Le dice Felipe: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta." Le dice Jesús: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. 

 

En esta V semana del Tiempo Pascual, la liturgia va manifestándose como una preparación al acontecimiento de la Ascensión del Señor. Jesucristo antes de su partida prepara a sus discípulos fortaleciéndolos en la esperanza, por ello las palabras con las cuales se inicia el evangelio de esta semana: «...No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios; creed también en mí...». Estas palabras de Jesús a sus discípulos son una clara manifestación de la necesidad que ellos tenían de aliento, porque ante la mención de su próxima partida se sentían desalentados, temían ser abandonados y quedarse solos.

El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «...pero el Señor los consuela con esta promesa concreta: «...Me voy a prepararos sitio...» y después «volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 14, 2-3). En nombre de los Apóstoles replica a esta afirmación Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?». La observación es oportuna y Jesús capta la petición que lleva implícita. La respuesta que da permanecerá a lo largo de los siglos como luz límpida para las generaciones futuras. «Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí»...» (Juan Pablo II, Homilía Imagen de Cristo doliente y resucitado, 1 de mayo de 1999).

Es importante en este Tiempo Pascual reflexionar sobre estas tres palabras: camino, verdad y vida.  

El Camino, palabra muy relacionada con la idea de «búsqueda». ¿Qué buscamos? Hemos visto algunas de las cosas que frecuentemente los hombres se ponen como meta de su vida y de su acción: el dinero, el éxito, el egoísmo, el bienestar. (...) a la larga esto no satisface al hombre. Estas cosas no pueden llenar el corazón humano. (...) La tradición espiritual del cristianismo no sólo subraya la importancia de nuestra búsqueda de Dios. Resalta algo todavía más importante: es Dios quien nos busca. El nos sale al encuentro. Nuestro camino significa querer dar una respuesta a nuestras necesidades, a nuestros interrogantes, a nuestra Búsqueda y también salir al encuentro de Dios que nos busca con un amor tan grande que difícilmente logramos entender. Este encuentro con Dios se realiza en Jesucristo. En El, que ha dado la vida por nosotros, en su humanidad, experimentamos el amor que Dios nos tiene. ¡El es el Camino que nos conduce al Padre!  Pero hay que reconocer que nosotros no tenemos ni la fuerza, ni la constancia, ni la pureza de corazón suficiente para seguir a Dios con toda nuestra vida y con todo nuestro corazón. Jesús desea acompañarnos, como acompañó a los discípulos en el camino de Emaús. El nos indica la dirección del camino a seguir.

La Verdad. ¿Qué es la verdad?» (Jn 18, 38). Hay respuestas que se dan sobre la verdad.  La primera, que es poner todo nuestro anhelo en la satisfacción plena e inmediata de los sentidos, una búsqueda continua de los placeres de la vida. La segunda respuesta, la de los violentos que ponen todo su interés en el poder y en el dominio sobre los demás. Esta respuesta no sólo conduce a la destrucción de la dignidad del otro sino también a la propia destrucción. La tercera respuesta, representada por los drogadictos, busca la liberación y automatización mediante la evasión de la realidad. (...) La verdad y la mentira. Tenemos que reconocer que muchas veces la mentira se nos presenta como verdad. Por eso es necesario discernir para reconocer la verdad, la Palabra que viene de Dios, y rechazar las tentaciones que vienen del «padre de la mentira»: el pecado, que es la negación de Dios. La verdad es la exigencia más profunda del espíritu humano. Sobre todo debemos tener sed de la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre la vida y el mundo. La Verdad es Jesucristo. ¡Amar la Verdad! ¡Vivir en la Verdad! Llevar la Verdad al mundo. ¡Ser testigos de la Verdad! Jesús es la Verdad que salva; es la Verdad completa a la que nos guiará el Espíritu de la Verdad.

La Vida, Cristo es la Vida. La fe cristiana establece un vínculo profundo entre amor y vida. En el Evangelio de Juan leemos: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). El amor de Dios nos lleva a la vida, y este amor y esta vida se hacen realidad en Jesucristo. El es el amor encarnado del Padre; en El «se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres» (Tt 3, 4). Cristo es el único interlocutor competente al que se pueden plantear las preguntas esenciales sobre el valor y sobre el sentido de la vida. El sentido de la vida, nos dirá El, está en el amor. Sólo quien sabe amar hasta olvidarse de sí mismo para darse al hermano realiza plenamente la propia vida y expresa en el grado máximo el valor de la propia existencia terrena. Es la paradoja evangélica de la vida que se rescata perdiéndose (Jn 12, 25), una paradoja que halla su luz plena en el misterio de Cristo muerto y resucitado por nosotros. (Juan Pablo II, Mensaje IV Jornada Mundial de la Juventud, Santiago de Compostela, 19 de agosto de 1989).

Para terminar, Jesús anuncia que va a preparar un lugar (sitio), refiriéndose a «la casa del Padre», lugar donde el discípulo podrá estar eternamente con el Maestro participando de su misma dicha.  Se nos hace notar que para alcanzar esa meta (el sitio) solamente hay un camino a seguir: Cristo, camino al que el discípulo ha de ir conformándose de modo progresivo. Viene en este punto la relación con las palabras del Apóstol San Pablo cuando nos dice que la santidad consiste precisamente en este hecho: en que ya no es el cristiano el que vive, sino que es Cristo mismo quien vive en él.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú