VI Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 14, 15-21

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch 5, 8. 14-17;  Sal 65; 1P 3, 15-18;  Jn 14, 15-21

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os ejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él. 


Esta VI semana del Tiempo de Pascua, cercana a la fiesta de la Ascensión, la Iglesia es invitada a intensificar la invocación al Espíritu Santo. Jesucristo en el Evangelio, nos hace la promesa de que no nos dejará solos cuando retorne a la Casa del Padre, nos manifiesta que mandará el Paráclito, Espíritu Consolador, que estará presente por siempre entre nosotros. Además nos explica brevemente el valor o sentido de su muerte: una Muerte Redentora, condición necesaria para que se cumpla el plan salvífico de Dios que tendrá su culmen con la venida del Espíritu Santo; la que en palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II: «...constituye la condición de todo lo que, con esta venida, se verificará para los Apóstoles y para la Iglesia futura a medida que, acogiendo el Espíritu, los hombres reciban la nueva vida. La venida del Espíritu y todo lo que de ella se derivará en el mundo serán fruto de la redención de Cristo...» (Juan Pablo II, Catequesis El Espíritu Santo que Cristo nos prometió, 26 de abril de 1989).

 

Las lecturas de este domingo confirman que Dios deja estará presente de forma providencial, lo cual visto desde la fe es signo del amor de Dios, que como muestra de fidelidad no abandona al hombre, obra de sus manos. Pero esta redención universal debe realizarse mediante el Espíritu Santo. El Espíritu Santo –Paráclito-  es el que viene después y en virtud de la partida de Cristo. Las palabras del evangelista San Juan expresan así esta relación causal, el Espíritu viene mandado en virtud de la redención obrada por la muerte y resurrección de Cristo: «...Cuando me vaya os lo enviaré...». Así, según el designio divino, la partida de Cristo es condición indispensable de este envío y venida del Espíritu Santo, lo que indicará que desde entonces comienza la Nueva  Humanidad recreada en Cristo por obra del Espíritu Santo.

 

El Espíritu Santo presentado por Jesús es evidentemente una Persona diversa de Él: «...Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito (...) Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho...». El Espíritu Santo revelado por Jesús es, por tanto, un ser personal, la tercera Persona de la SantísimaTrinidad, con un obrar propio personal. Constantemente Jesús habla del Espíritu Santo adoptando el pronombre personal «él»: «...Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa...». De esta manera se presenta la verdad del Espíritu Santo como Persona, y no sólo como una potencia impersonal emanada de Cristo, porque siendo una Persona, le pertenece un obrar propio, de carácter personal. Jesús, hablando del Espíritu Santo, dice a los Apóstoles: «...Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está (...) Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho...». En el mismo discurso de 'despedida', Jesús muestra los vínculos que unen a la persona del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo: por ello el anuncio de la venida del Espíritu Santo es al mismo tiempo la definitiva revelación de Dios como Trinidad.

 

Citamos nuevamente al Siervo de Dios Juan Pablo II cuando nos dice: «...En el texto de Juan está contenida la revelación de la acción salvífica de Dios como Trinidad. En la Encíclica Dominum et Vivificantem he escrito: El Espíritu Santo, consubstancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y don (increado), del que deriva como de una fuente (fons vivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación; la donación de la gracia a los hombres mediante toda la economía de la salvación' (n. 10). En el Espíritu Santo se halla, pues, la revelación de la profundidad de la Divinidad: el misterio de la Trinidad en el que subsisten las Personas divinas, pero abierto al hombre para darle vida y salvación. A ello se refiere San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, cuando escribe: 'El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios' (1 Cor 2, 10)...» (El Espíritu Santo que Cristo nos prometió, 26 de abril de 1989).

 

Es de gran importancia hacer notar que el evangelio de esta semana nos hace presente que el Espíritu Santo Paráclito revestirá de la vida nueva a todos aquellos que acogen el anuncio y la predicación de Cristo. Además que el Espíritu Santo dará la garantía que avivará sus vidas en la esperanza para que el creyente no se sienta abandonado y, que además, hará testigos de todos aquellos que al ser revestidos de la vida nueva, viven su vida en la esperanza de encontrarse un día Cristo en la Casa del Padre. El Papa Benedicto XVI nos dice: «...Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera, se le ha dado una vida nueva...» (Spe Salvi, n. 2)

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú