Solemnidad de Pentecostés

Juan 20, 19-23

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Hch 2, 1-11; Sal 103; 1Co 12, 3-7. 12-13; Jn 20, 19-23 

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros.” Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.” Dicho esto, sopló y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”


            En el día de Pentecostés el Espíritu Santo descendió con fuerza sobre los Apóstoles; así comenzó la misión de la Iglesia en el mundo. Jesús mismo había preparado a los Once para esta misión al aparecérseles en varias ocasiones después de la resurrección. Antes de la Ascensión al cielo les pidió que permanecieran juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Ellos se reunieron en oración con María  en  el Cenáculo, en espera del acontecimiento prometido. El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice al respecto: «...Así, desde el día de Pentecostés, el Espíritu Santo se manifiesta como Aquel que da la fuerza interior (don de la fortaleza) y al mismo tiempo ayuda a realizar las oportunas opciones (don del consejo) (...) Los Hechos de los Apóstoles son la historia del cumplimiento de la promesa de Cristo: es decir, que el Espíritu Santo, mandado por El, debía descender sobre los discípulos y realizar su obra cuando El, terminada su 'jornada de trabajo', concluida con la noche de la muerte, volviera al Padre. Esta segunda fase de la obra redentora de Cristo comienza con Pentecostés...» (Juan Pablo II, Catequesis La fecundidad de Pentecostés, 20 de diciembre de 1989).

La liturgia de esta semana a través de la primera lectura y del evangelio nos presenta dos grandes imágenes de la misión del Espíritu Santo. En los Hechos de los Apóstoles se narra cómo el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, bajo los signos de un viento impetuoso y del fuego, irrumpe en la comunidad orante de los discípulos de Jesús y así da origen a la Iglesia. Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «...en aquel día se encontraban en Jerusalén, "judíos piadosos (...) de todas las naciones que hay bajo el cielo". Y entonces se manifestó el don característico del Espíritu Santo: todos ellos comprendían las palabras de los Apóstoles: “La gente (...) les oía hablar cada uno en su propia lengua". Porque el Espíritu Santo da el don de comprender, o sea, supera la ruptura iniciada en Babel -la confusión de los corazones, que nos enfrenta unos a otros-, reconstruye las fronteras. El pueblo de Dios, que había encontrado en el Sinaí su primera configuración, ahora se amplía hasta la desaparición de todas las fronteras. El nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, es un pueblo que proviene de todos los pueblos. La Iglesia, desde el inicio, es católica, esta es su esencia más profunda...» (Benedicto XVI, Homilía Solemnidad de Pentecostés, 2005).

San Cipriano dice sobre la obra del Espíritu Santo: «...Mas, toda mancha de mi vida anterior fue lavada con el agua de la regeneración y en mi corazón, limpio y puro, fue infundida la luz de lo alto. Con la infusión del Espíritu Santo, el segundo nacimiento me convirtió en un hombre nuevo e inmediatamente, de modo maravilloso, se desvanecieron mis dudas. Se hizo patente lo misterioso, se hizo claro lo oscuro, se hizo fácil lo que antes parecía difícil, se pudo realizar lo que antes se creía imposible. Y pude comprender entonces que era terreno el que, nacido de la carne, vivía sujeto a los pecados, pero que empezaba a ser de Dios este mismo, a quien vivificaba ya el Espíritu Santo... Así como espontáneamente el sol alumbra, el día ilumina, la lluvia humedece, así mismo el Espíritu celestial se infunde en nosotros...» (San Cipriano a Donato 4.14.15).

El Espíritu Santo es el cumplimiento de las promesas esperadas por el pueblo de Israel, así nos lo dice el Siervo de Dios Juan Pablo II: «...En Pentecostés se han cumplido también las palabras proféticas de Ezequiel: «...infundiré en vosotros un espíritu nuevo...». Y verdaderamente este 'soplo' ha producido la alegría de los segadores, de forma que se puede decir con Isaías: 'Alegría por su presencia, cual la alegría en la siega' (Is 9, 2). Pentecostés (la antigua fiesta de la siega), ha adquirido ahora en Jerusalén un significado nuevo, como una especial 'mies' del divino Paráclito' Así se ha cumplido la profecía de Joel: '... yo derramaré mi Espíritu en toda carne' (Jl 3, 1)...» (Juan Pablo II, Catequesis Pentecostés fiesta de la nueva mies, 5 de julio de 1989).

Así también en la segunda lectura el Apóstol Pablo confirma este acontecimiento cuando nos dice: «...Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu...». A partir de estas palabras se nos pone de manifiesto que la Iglesia debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre clases y razas. «...En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo libres. Son el viento y el fuego del Espíritu Santo los que deben abrir sin cesar las fronteras que los hombres seguimos levantando entre nosotros; debemos pasar siempre nuevamente de Babel, de encerrarnos en nosotros mismos, a Pentecostés. Por tanto, debemos orar siempre para que el Espíritu Santo nos lleve a la comunión, nos otorgue la gracia de la comprensión, de modo que nos convirtamos en el pueblo de Dios procedente de todos los pueblos y en Cristo, que como único pan nos alimenta a todos en la Eucaristía y nos atrae a sí en su cuerpo desgarrado en la cruz, llegar a ser un solo cuerpo y un solo espíritu....» (Benedicto XVI, Homilía Solemnidad de Pentecostés, 2005).

La venida del Espíritu Santo está estrechamente vinculada con el misterio pascual, que se realiza en el sacrificio redentor de la cruz y en la resurrección de Cristo. Se realiza así la economía de la Salvación de Dios, que comienza cuando El «se dona» al hombre, creado a su imagen y semejanza. En Pentecostés unido al misterio pascual de Cristo, este 'donarse de Dios' encuentra su cumplimiento. Los Apóstoles y todos los presentes en el Cenáculo en compañía de la Virgen María, aquel día fueron los primeros que experimentaron esta nueva efusión de la vida divina que, en ellos y por medio de ellos, y por tanto en la Iglesia y mediante la Iglesia, se ha abierto a todo hombre, 'el don de la filiación divina', que es universal como la redención. «...Pero, ¿cómo entrar en el misterio del Espíritu Santo? ¿Cómo comprender el secreto del Amor? Este es el misterio que nos desvela Pentecostés:  el Espíritu Santo ilumina el corazón humano y, al revelar a Cristo crucificado y resucitado, indica el camino para llegar a ser más semejantes a Él, o sea, ser "expresión e instrumento del amor que proviene de Él" (Deus caritas est, 33)...» (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Pentecostés 2006).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú