X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 9, 9-13

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Os 6, 3-6; Sal 49; Rm 4, 18-29; Mt 9, 9-13

Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: “Sígueme.” Él se levantó y le siguió.
Y sucedió que estando él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: “¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?” Más él, al oírlo, dijo: “No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.”


En la presente semana el evangelio nos relata la vocación de Mateo, una vocación que presenta las características inusuales de las vocaciones que aparecen en el Nuevo Testamento: Es Cristo quien escoge y llama; y el escogido, llamado, al instante lo deja todo y sigue a Jesús. En este caso Jesucristo va a casa de Mateo en Cafarnaún; y Mateo, el publicano, desde ese momento le sigue como discípulo, quedando así señalado claramente que también los publicanos se sientan a la mesa del Señor. El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «...La primera reflexión que suscita este hecho es que el Señor acoge en su grupo a aquellos que, según la opinión de entonces, eran considerados como pecadores públicos. Cristo, en cambio, no excluye a ninguno de su amistad. El anuncio de la Buena Nueva consiste precisamente en esto: ofrecer la gracia de Dios al pecador. En la figura de Mateo se hace visible la paradoja de que, el que aparentemente está más lejano de la santidad, puede convertirse en un modelo de acogida de la misericordia de Dios...» (Benedicto XVI, Catequesis sobre Mateo, 30 agosto de 2006).

Mateo el publicano estaba sentado en su banco, cobrando impuestos, era su trabajo que a muchos de sus contemporáneos les parecía despreciable. Pero aquel día todo cambió. La voz de Jesucristo, que pasaba por su lado, sonó imperiosa: «...Vio Jesús a un hombre sentado, llamado Mateo, y le dijo: sígueme...». Con estas palabras Jesucristo se adentró en su vida para siempre, Mateo quizá no había pensado nunca en otro porvenir que no fuera el que le deparaba su trabajo, pero ante la llamada del Señor responde inmediatamente y cuando Dios llama la vida del hombre se transforma.

¿Por qué Cristo eligió a Mateo dentro del número de sus discípulos, si no era de la comunidad de los profetas? (como era lo normal en el pueblo de la Antigua Alianza). Podemos responder a esta interrogante diciendo que de esta manera, Cristo nos estaba preparando y dando a conocer que el pueblo de la Nueva Alianza no sería de aquellos que pertenezcan a una sola tribu, sino de aquellos a quienes Dios llama. En el ciclo de Catequesis dedicadas a la figura de los apóstoles, el Papa Benedicto XVI comenta lo siguiente: «... Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de aquel tiempo en Israel, era considerado como un pecador público. Mateo, de hecho, no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser determinados arbitrariamente (...) Ante estas referencias, hay un dato que salta a la vista: Jesús no excluye a nadie. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado en la mesa de la casa de Mateo-Leví, respondiendo a quien estaba escandalizado por el hecho de frecuentar compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2, 17). El buen anuncio del Evangelio consiste precisamente en esto: ¡en el ofrecimiento de la gracia de Dios al pecador!...» (Benedicto XVI, Catequesis sobre Mateo, 30 agosto de 2006).

Se nos presenta así una escena que desde entonces se ha repetido en la vida de muchos: El Señor ha salido al encuentro de muchos hombres y mujeres y les ha llamado. Esa llamada, la vocación, es parte del gran cuestionamiento del hombre, un interrogante que compromete toda su existencia: ¿qué quiere Dios de mí? Dios da la vocación y, con ella, las luces para verla. Por nuestra parte, en nosotros solo es posible allanar el camino, salir al encuentro apoyados en la oración y en la rectitud de vida. El Papa Benedicto XVI continúa diciendo: «...Con la figura de Mateo los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad, puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios y dejar vislumbrar sus maravillosos efectos en su existencia. En este sentido, San Juan Crisóstomo hace un comentario significativo: observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando los interesados. Pedro, Andrés, Santiago y Juan son llamados mientras estaban pescando; Mateo mientras recauda impuestos. Se trata de oficios de poca importancia, comenta el Crisóstomo, «pues no hay nada que sea más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca» («In Matth. Hom.»: PL 57, 363)...» (Ibid.).

En conclusión podemos decir que en la primera lectura encontramos una elección y llamada semejante a la del Evangelio: Abraham, a quien llamamos padre de la fe, igualmente ante una voz que le dice sal de tu tierra y parentela, se pone en camino. De la misma forma Mateo sigue a Cristo. Un elemento en común entre Abraham y Mateo: la llamada y la prontitud en el seguimiento. «...Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús: «Él se levantó y le siguió». La frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto significaba para él abandonarlo todo, sobre todo una fuente de ingresos segura, aunque con frecuencia injusta. Mateo: ¡se levantó y le siguió! En este «levantarse» se puede ver el desapego a una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión a la comunión con Jesús...» (Benedicto XVI, Catequesis sobre Mateo, 30 agosto de 2006).  

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú