XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 11, 25-30

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Za 9, 9-10;  Sal 144; Rm 8, 9. 11-13; Mt 11, 25-30 

En aquel tiempo tomando Jesús la palabra, dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. 

En las lecturas de las últimas semanas se nos ha hecho presente la llamada de Jesucristo a seguirle y también la misión de anunciar el Evangelio. En la presente semana escuchamos la invitación a vivir en unión con Cristo. Una unión que solo los sencillos, aquellos que no se creen sabios ni entendidos, hombres y mujeres que andan cansados y agobiados, pueden experimentar. Es inmensa la riqueza del presente evangelio pero esta no sería posible sino es a partir de la comprensión de lo que es contarse entre los que Jesús llama: «los pequeños».

El Siervo de Dios Juan Pablo II nos explica al respecto: «...en los años de su vida pública, (Cristo) repitió con insistencia que solamente aquellos que se hubiesen hecho como niños podrían entrar en el Reino de los Cielos (Mt 18,3; Mc 10,15; Lc 18,17; Jn 3,3). En sus palabras, el niño se convierte en la imagen elocuente del discípulo llamado a seguir al Maestro divino con la docilidad de un niño (...) “Convertirse” en pequeños y “acoger” a los pequeños son dos aspectos de una única enseñanza, que el Señor renueva a sus discípulos en nuestro tiempo. Sólo aquél que se hace “pequeño” es capaz de acoger con amor a los hermanos más “pequeños”...» (Juan Pablo II, Mensaje para la cuaresma 2004, 8 de diciembre de 2003).

El evangelio nos habla también de la conmoción de Jesús, cuando exulta en el Espíritu Santo y dice: «...Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a pequeños...», Jesús se alegra por la misericordia de la paternidad divina; se alegra además porque Él puede revelarla y porque de modo especial pude irradiarla para los que Él mismo llama pequeños. Esta bendición que brotó del corazón de Cristo, nos recuerda que la auténtica madurez de la sabiduría y sencillez no se apoyan en la superficialidad de la vida y del pensamiento, ni en la negación de la problemática de la realidad, sino en las garantías de las promesas de Dios en Cristo. La sencillez conduce al amor porque la verdadera caridad, el amor, va siempre acompañada por la sencillez de corazón, que es propia de aquellos a quienes el Evangelio, haciéndose eco de las palabras del Señor, llama los «pequeños». El Siervo de Dios Juan Pablo II decía: «...quien sienta el amor por ella [por la verdadera sabiduría] pueda emprender el camino adecuado para alcanzarla y encontrar en la misma descanso a su fatiga y gozo espiritual (Fides et ratio, 6), porque madurar en el conocimiento de la verdad constituye la vocación y el destino del hombre...» (Juan Pablo II, Homilía en la misa para las universidades eclesiásticas, 23 de octubre de 1998).

El ser pequeño y estar cansado y agobiado, son dos situaciones tan diferentes en cada hombre. El pequeño es uno que se deja conducir, llevar por otro, y este otro es Cristo para el creyente. Cansado y agobiado es la situación a la que ha llegado la persona que ha puesto todo de sí para lograr o alcanzar algo, pero la meta la ve inalcanzable; tantas personas, por eso, hoy en nuestros días llegan a la depresión o al suicidio; pero el evangelio dando una respuesta nos dice: «...lo que es imposible para el hombre es posible para Dios...».

Así se comprende el significado de la expresión: «...mi yugo es suave y mi carga ligera...» porque  el "yugo" evoca las numerosas pruebas que el humilde tendrá que afrontar, pero se nos manifiesta cuán suave es el "yugo" de Cristo y cuán ligera es realmente su carga cuando la acepta en el Señor que nos ama. La vida y la misión de los humildes, “los pequeños”, es testimonio de que las dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado que lleva  a la santidad y que abre al creyente hacia perspectivas de un bien mayor que sólo el Señor conoce.

El Papa Benedicto XVI nos dice: «... Llevar el yugo del Señor significa ante todo: aprende de Él. De Él debemos aprender la pequeñez y la humildad –la humildad de Dios que se muestra en su ser hombre. Algunas veces quisiéramos decirle a Jesús: Señor, tu yugo no es para nada ligero. Más bien, es tremendamente pesado en este mundo. Pero al mirarlo a Él que ha cargado con todo –que en sí ha probado la obediencia, la debilidad, el dolor, toda la oscuridad, entonces todos nuestros lamentos se apagan. Su yugo es el de amar con Él. Y mientras más lo amamos, y con Él nos convertimos en personas que aman, más ligero se vuelve nuestro yugo aparentemente pesado...» (Benedicto XVI, Misa Crismal, 5 de abril 2007).

El plan de Dios no puede ser aceptado más que por aquellos que se presentan ante él conscientes de su vacío y pequeñez, con la pobreza radical que caracteriza al ser humano, con la actitud de humilde y esperanzada búsqueda de Alguien que pueda llenar sus vidas. Los magistrados y los fariseos, los sabios y los entendidos, los que sabían las leyes no escucharon la palabra de Dios. Porque el Evangelio no es una palabra para el estudio de los sabios, sino una palabra de vida para la salvación. Por ello para escuchar el Evangelio y para acogerlo hace falta tener un corazón libre de la sabiduría que vuelve soberbio al corazón, hace falta abandonarse a la voluntad y a  las exigencias del amor y no defenderse ante la verdad que la propia palabra va manifestando en nuestras vidas.

San Agustín comenta al respecto: «...es verdadero también lo que dijo el mismo Señor: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mt 11,30). El amor hace que sea ligero lo que los preceptos tienen de duro. Sabemos lo que es capaz de hacer el amor. (...) Si, pues, los hombres son tales cuales son sus amores, de ninguna otra cosa debe preocuparse uno en la vida, sino de elegir lo que se ha de amar. Estando así las cosas, ¿de qué te extrañas de que quien ama a Cristo y quiere seguirlo, por fuerza del mismo amor se niegue a sí mismo? Si amándose a sí mismo, el hombre se pierde, negándose se reencuentra al instante...» (Sermón 96,1).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú