XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 14, 13-21

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Is 55, 1-3;   Rm 8, 35.37-39;   Mt 14, 13-21 

Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, le siguieron a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos.

Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: “El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.” Mas Jesús les dijo: “No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.” Dícenle ellos: “No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.” Él dijo: “Traédmelos acá.” Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiéndolos, dio los panes a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Mt 14, 13-21 

En este domingo las lecturas propuestas por la liturgia de la Palabra presentan a Cristo como el pan de vida terna, el maná para el desierto de la vida del hombre que Dios nos ha provisto. Pensamos que este domingo nos debe ayudar, para nuestra reflexión y meditación, el tener en cuenta que nos encontramos celebrando el  Año de la Eucaristía; pues el Sínodo que se llevará a cabo en octubre de este año nos hablará de: “La Eucaristía fuente y cumbre de la vida y misión de la Iglesia”. Si el Sínodo va ha hablar sobre lo que significa el misterio de la Eucaristía para la Iglesia, haciendo una interiorización como creyentes, las lecturas de este domingo también nos tienen que ayudar a poder decir: la Eucaristía fuente y cumbre de la vida del creyente.

Expondremos unas pequeñas reflexiones  tanto a la primera lectura como al Evangelio para pasar luego al comentario.

Según la primera lectura dice: “…Oíd también los que no tenéis dinero: Venid, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde…”. Y sólo donde tiene lugar esta gratuidad de lo dado y recibido el hombre sale satisfecho. Esto significa sencillamente que sólo la gratuidad del amor y de la gracia es capaz de saciar el hambre insondable del alma, lo que por tanto presupone en ella la existencia de un sentido de esta gratuidad o al menos la obligación de engendrarlo. Nadie podría saciarse con el amor impagable de Dios, si recibiera este amor calculadamente para sí mismo y pretendiera acapararlo sólo para sí (Salmo 16).

En el evangelio se presenta de manera muy significativa la multiplicación de los panes y los peces. El Bautista ha sido decapitado; Jesús también corre peligro y se retira a un lugar tranquilo y apartado; pero la multitud del pueblo le sigue, y  Jesús, nuevamente, siente lástima de ellos, enseña y cura a todos los enfermos. Se hace tarde y los discípulos le aconsejan que despida ya  a todo el gentío para que así puedan ir a comprarse de comer. Jesús les responde: “…Dadles vosotros de comer…”. Y como ellos responden que no son capaces de hacerlo, Jesús debe realizar otro prodigio. Las revelaciones de Dios en Cristo se insertan de este modo en las necesidades de la humanidad.

Como sabemos San Pablo sufrió el martirio en Roma aproximadamente entre los años 65 – 66 de nuestra era. Entonces tendríamos que mencionar entre otras, dos razones por las cuales San Pablo en este capítulo 8 de la Carta a los Romanos dice: “…quién nos separará del amor de Cristo…”. Como primer punto tendríamos que decir que este capítulo 8 viene luego de toda la exposición que San Pablo hace sobre la ley y la gracia, y como éstas en un momento determinado se contraponen.

Como sabemos, todo el Antiguo Testamento hace presente a través de los profetas una denuncia frontal al culto exterior. Por eso, en el lenguaje ordinario de las personas, cuando se habla de fariseo se entiende por algo que sólo externamente se hace sin que corresponda al deseo interno. San Pablo, educado dentro de la tradición judía, cuando dice que la ley no salva, se está refiriendo a este culto sólo exterior; y por ello es que cuando habla de la fe llega a esta síntesis de toda su doctrina que se expresa a través de la siguiente frase: “…ya no soy yo es Cristo que habita en mí, y mientras vivo, vivo de la fe de Aquel que me amó hasta dar la vida por mí…”.

El segundo punto prácticamente emana del primero, lo que significa vivir de la economía nueva, de la alianza nueva de la que podemos participar por medio de las aguas bautismales. De esta manera el hombre nuevo que ha nacido de la obra redentora de Cristo, participa del amor de Cristo a través del mandamiento nuevo: “amaos como yo os he amado”.

Por esta razón, la primera lectura es toda una profecía que se concretiza en esta liturgia a través del evangelio, pues vivir del pan del cielo es poder vivir del amor de Dios; y la participación de este banquete, que es una expresión de amor de Dios, que se nos ofrece y nos llama en el Hijo, a todos, a poder participar gratis de éste banquete; para lo cual sólo hay una pequeña condición como lo dirá Mateo en el momento en que Cristo recibe el bautismo de Juan el Bautista: “…éste es mi Hijo amado, escúchenlo…”.

Mateo, en el evangelio nos hace presente, como buen judío, el maná que baja del cielo, y como dice el Éxodo: “…cada uno recogerá la ración que le corresponde…”. Más que hablar de un texto que hace relación a la Eucaristía o al Santo Sacrificio de la Misa, nos manifiesta cómo el alimento con el cual Dios nutre a los suyos- su pueblo, no sólo es un alimento que sacia a cada uno (aquel que lo come), sino que hace sobrar alimento, podríamos decir para otros.

Podríamos decir al respecto que el cristiano-creyente no es uno que da la vida o su vida por los otros, sino que es un instrumento que da la vida, pero la vida de Aquel de quien la recibe; y esa vida que transmite de quien la recibe no es que lo hace vaciarse de sí mismo, sino que comunica y hace que se reciba la vida de quien sólo todos podemos recibirla; por eso san Mateo dice en el evangelio: “…comieron, se saciaron y sobró…”.

Mateo en el discurso de la montaña, en el versículo 16 del capítulo 5, dice al final: “…para que los hombres viendo vuestras buenas obras den gloria a vuestro Padre del cielo…”; por eso cuando el evangelio dice “y sobró”, esto que sobra, según el evangelio, es lo que el creyente siendo morada de Dios hace para que los no creyentes siendo alcanzados por la Palabra o las obras de los  creyentes (sobró), conozcan quién es la fuente de nuestra vida, que es Dios.

La misión del creyente está en poner de manifiesto no solamente al Dios de la vida y comunicar como a través de la obra cumplida en Cristo desde la cruz participamos de una vida nueva; sino que en éste anuncio damos a comer aquello que también a nosotros nos nutre. Y entonces este “sobró” significa que la Palabra de Dios, que trasciende todo, que es el mismo Cristo, no puede reducirse solamente a nuestra existencia; por eso que el ser testigo del evangelio significa que al acoger la Palabra salvadora, que es el mismo Cristo y que a mí me ha curado y salvado, al otro que la escucha lo puede curar y salvar según la realidad concreta de su vida. Por eso, el testigo no es uno que tiene que sufrir y encontrarse en la situación de sus oyentes, sino que anunciando al mismo Dios y Cristo, que a él le está salvando y curando; anunciándolo a sus oyentes, este mismo Dios Salvador, como ya hemos dicho, obrará con la misma eficacia según la realidad concreta de aquellos que lo acogen.

Por eso, cada domingo que celebramos la Santa Misa-Eucaristía se hace presente este milagro providente del amor de Dios, en donde se nos ofrece el mismo Cristo, haciendo nuevamente presente el memorial de su amor que se entrega a través de su Palabra y a través de su Cuerpo y Sangre por medio del sacramento. San Pablo dirá: “…ay de mí si no anunciara el evangelio…”. Así, por consiguiente, el cristiano es otro Cristo, que no ha venido al mundo a vivir para sí mismo sino para ser un don, un instrumento para la humanidad tal como Cristo lo es para nosotros; entonces podemos comprender lo que Mateo dice en el capítulo 5: “…vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra…”.

Al respecto san Ambrosio dice: “Yo soy el pan de la vida: quien viene a mí no tendrá más hambre y quien cree en mí no tendrá más sed; lo han escuchado lo han visto y no han creído en Él, por eso están muertos. Más ahora crean para vivir. Pues del cuerpo de Dios ha brotado para nosotros una fuente eterna, pues Cristo bebe nuestra amargura para donarnos la dulzura de su gracia. Comentario al Salmo 118, San Ambrosio obispo, Discurso 18”.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú