XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 25, 1-13

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Sb 6, 12-16;   Sal 62;   1Ts 4, 13-17;   Mt 25, 1-13 

Entonces, el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran insensatas, y cinco prudentes. Cuando las insensatas tomaron sus lámparas, no tomaron consigo aceite; pero las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y como tardaba el novio, todas cabecearon y se quedaron dormidas. A la media noche se oyó gritar: "¡He aquí el novio! ¡Salid a recibirle!" Entonces, todas aquellas vírgenes se levantaron y alistaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan." Pero las prudentes respondieron diciendo: "No, no sea que nos falte a nosotras y a vosotras; id, más bien, a los vendedores y comprad para vosotras mismas."  Mientras ellas iban para comprar, llegó el novio; y las preparadas entraron con él a la boda, y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!" Pero él respondiendo dijo: "De cierto os digo que no os conozco." Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.

Mt 25, 1-13 

En el presente domingo, las lecturas que nos propone la liturgia nos hacen presente la tensión en la cual está llamada a vivirse la vida cristiana. San Pablo nos dice que la fe se vive en esperanza; porque si supiéramos con objetividad lo que esperamos en el sentido de algo que sabemos lo que será, nos afirma que ya no sería esperanza, porque el mismo San Pablo dice que vivimos la fe como una esperanza aún velada. Esta fe en la que Cristo fundó la Iglesia, y en la que estamos llamados a vivir la vida cristiana, no nos lleva a vivir una esperanza desencarnada de nuestra realidad, pues tenemos XXI siglos de vida de la Iglesia que nos garantizan la fidelidad de Dios en sus promesas, y que la realización del cumplimiento de estas promesas se ha iniciado con la Encarnación de Cristo y ha tenido su culmen en su Misterio Pascual, que se ha concretizado en su muerte, y muerte de cruz por amor a los hombres.

A través de la segunda lectura San Pablo reafirma el sentido de la vida cristiana que se vive: en esperanza. En otra de sus cartas, dirigida a los Corintios (1Co, 15), sostiene el mismo San Pablo: “…si los muertos no han resucitado vana es nuestra fe…, siendo los más dignos de compasión entre los hombres…”. Por eso, el mismo San Pablo dirá en otra de sus cartas: “…mientras los judíos piden señales y los griegos piden sabiduría; nosotros predicamos un Cristo y Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos…”. De esta manera tenemos que decir que solamente en la medida que estemos unidos a Cristo, vivamos siendo uno con Cristo, la esperanza en la cual estamos llamados a vivir la vida cristiana se convierte en una estrada luminosa en medio de un túnel oscuro. El mismo Cristo nos ha dicho que nadie puede ir al Padre sino a través de Él; en consecuencia si no somos uno con Él, nuestra esperanza siempre permanecerá velada y no será una revelación del amor de Dios para nosotros en Cristo.

De esta manera, podemos entrar al evangelio del presente domingo. Al respecto, tenemos que decir que es uno de los evangelios quizás con mayor número de comentarios; nosotros sólo quisiéramos remarcar el siguiente aspecto. Nuestro actual Papa Benedicto XVI, en su todavía breve tiempo de pontificado, está haciéndonos presente que solamente una renovación sincera en la vida cristiana entrará por un verdadero camino de conversión, sí ponemos el fundamento de nuestra vida en Cristo. El mismo Papa en el comentario a la hora intermedia, del día en que se inició el Sínodo sobre la Eucaristía (2 de octubre del presente año), les dijo a los padres sinodales que: “la perfección cristiana consiste en ser imagen de Dios,… y esto por medio de ser oyentes de la Palabra.”

El aceite, del que habla el evangelio del presente domingo, no sólo se refiere al Espíritu Santo, o a la unción que recibe un elegido de Dios; como se realizaba en el Antiguo Testamento. Este aceite, en el contexto del presente evangelio, se está refiriendo a la palabra de Dios, y no sólo a la palabra de Dios escuchada, sino acogida y encarnada en el hombre. De esta manera, podemos entender en el evangelio porque algunos entran en el banquete y otros no. Pues, el que tiene encarnada en su vida la palabra de Dios, no sólo entrará en el banquete del Reino, sino que su vida, ya aquí en este mundo, la vive como un anticipo del banquete del Reino. Así como aquel que en su vida no vive la palabra de Dios encarnada en su existencia, no espera en el banquete, por eso dice el evangelio: “se durmieron”; porque su vida misma, como la viven no hace presente la espera del banquete del Reino; antes bien su vida expresa lo que dice San Gregorio Nacianceno: su fe no es una lámpara que ilumina sus vidas, por el contrario viven: de manera orgullosa,  arrogante, indolente, negligente (San Gregorio Nacianceno, Discurso 40). La frase de Cristo al final del presente evangelio: “…no os conozco…”, es porque no reconoce en aquellos la imagen y semejanza con la cual han sido creados por el Padre del cielo, y que sus vidas propiamente tendrían que haber expresado el ser imagen y semejanza de Dios. Pues ésta ha sido la vida de Cristo, revelar al Padre, por eso la respuesta que le da a Felipe en el evangelio de San Juan: “…Felipe, quien me ha visto a mí ve al Padre…”.

Concluyendo, debemos decir que la vigilancia a la cual se refiere el evangelio del presente domingo no sólo consiste en orar, sino es ser conscientes de lo que San  Pedro nos dice: “…porque el diablo como león rugiente ronda buscando como devorarnos…”. Y sólo podemos resistir a las tentaciones y seducciones del maligno si estamos unidos a Cristo como el sarmiento está unido a la vid.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú