Sagrada Familia

Mateo 2, 13-15. 19-23

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Eclo 3, 3-7. 14-17;   Sal 127;   Col 3, 12-21;   Mt 2, 13-15. 19-23 

Cuando ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma contigo al Niño y a su madre y huye a Egipto; y estáte allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al Niño para matarle." Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto;  y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

Muerto Herodes el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: "Levántate, toma contigo al Niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel, pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño." Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue  a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliera lo dicho por el profeta: Será llamado Nazoreo.

Luego que ayer hemos celebrado el acontecimiento del nacimiento de Nuestro Salvador, la liturgia nos presenta inmediatamente la Solemnidad de la Sagrada Familia; signo que nos hace presente que el Dios no solamente se ha hecho hombre, sino que incluso ha nacido del seno de una familia, como todo hombre que viene a este mundo, que para su crecimiento humano necesita del padre y de la madre.

A continuación ofrecemos el subsidio de un pequeño comentario teológico bíblico sobre cada lectura.

En la segunda lectura, San Pablo nos muestra la unidad del amor en la familia. "...sobrellevaos mutuamente y perdonaos...". El amor es el único vínculo que mantiene unida a la familia más allá de todas las tensiones. Y esto una vez más no en plano de la simpatía puramente natural, sino que "...todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea en nombre de Jesús y en acción de gracias a Dios Padre...". El amor recíproco de los padres aparece diferenciado: a los maridos se les recomienda el auténtico amor (como el que Cristo tiene a su Iglesia), sin despotismo ni complejo de superioridad; y a las mujeres, la docilidad correspondiente. EL amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta en una psicología insólitamente profunda: la obediencia de los hijos a los padres "...le gusta al Señor...", que ha dado ejemplo de esta obediencia. El comportamiento de los padre, por el contrario se fundamenta con precisión: "No exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos": La autoridad paterna incontestada ha de fomentar en el hijo su propio coraje de vivir, cosa que pertenece ciertamente a la  esencia de la autoridad. El delicado tejido del amor mutuo diferenciado no puede romperse: La Sagrada Familia es el ejemplo a seguir.

En la primera lectura se nos presenta la abnegación y desvelos de los hijos por sus padres que son deber de gratitud y que parece como uno de los diez mandamientos principales de la ley. Sirácida describe este deber muy concretamente y a la vez con suma delicadeza. Los padres ancianos deben ser cuidados y tratados con respeto. EL que no honra a sus padres, no experimentará ninguna alegría de sus propios hijos. Pero el mandamiento es elevado al plano religioso: la piedad para con los padres será tenida en cuenta para obtener el perdón  de los propios pecados. Más aún: "El que honra a su madre, honra a Dios". Detrás del progenitor humano se encuentra Dios, sin la acción del cual no puede nacer ningún hombre nuevo. Engendrar y traer hijos al mundo es un acontecimiento que sólo es posible con Dios. Por eso en el cuarto mandamiento el amor agradecido de los padres es inseparable de la gratitud debida a Dios.

El evangelio nos presenta los vínculos del amor que deberían mantener unida a la familia natural, y que en este caso son vividos por la única familia sobrenatural, en la que el Niño es el Hijo de Dios. En este sentido, esta singular unión de Hombre, Mujer y Niño es la norma para el comportamiento cristiano de cualquier familia terrenal. Se describe ante todo la abnegación y los desvelos del padre -e indirectamente también de la Madre-, por el destino del niño. Las instrucciones que José recibe del ángel del Señor tienen como único objetivo el bien del Niño. No se alude a las dificultades que tales instrucciones entrañan para José, las órdenes son categóricas, el propio José habrá de decidir cómo cumplir tales órdenes, no importa que pierda su trabajo, tampoco se dice cómo se las arregló para ganar el pan de su familia en Egipto. Únicamente se alude, de nuevo por el bien del Niño, a la orden de regresar a Israel, con la indicación expresa de evitar el territorio de Arquelao, el cruel hijo de Herodes, y establecerse en Nazaret. El Padre está al servicio del Niño y de dos palabras proféticas de las que entonces no podía presentir nada: "...no son los hijos quienes tiene que ganar para los padres, sino los padres para los hijos...".

 

La Sagrada Familia, José y María; padres de Jesús, deben ayudarnos e inspirarnos en cuanto a lo que significa el quehacer de un padre y una madre. No solamente María obedece al designio de Dios, sino que incluso José; como el domingo pasado nos puso el evangelio, también él obedece al designio de Dios, cuando el ángel le dice: "...José no temas tomar a María como tu esposa, porque el niño que ha de nacer de ella es obra del Espíritu Santo...".

De esta manera tenemos un primer elemento en común tanto en María como en José, que es la obediencia al designio de Dios. Todo hombre y mujer que sienten que están llamados a compartir su vida juntos, es porque hay un designio de Dios que los llama a vivir en esta comunión de amor. El hombre y la mujer, como nos dice el primer capítulo del Génesis, han sido creados por Dios a su imagen y semejanza y son llamados a vivir en una comunión de amor. Así como nos dice el libro del Génesis: "...no es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una ayuda..."

Podemos decir que el hecho que el hombre y la mujer estén llamados a la vida en una comunión de amor, significa que hay un designio de Dios, desde la creación del hombre y la mujer, a vivir en esta comunión. Y por eso cuando Mateo en el capítulo 19 dice: "...lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre...", está revelándonos expresamente que éste es un designio de Dios y que no se inicia desde Cristo, sino que con Cristo comienza a tener un carácter de revelación, y que toda unión entre un hombre y una mujer, haciendo una lectura cristiana del texto, está llamada a recibir primeramente esta bendición de Dios, para que de una manera expresa el hombre y la mujer manifiesten que quieren vivir según este designio de Dios, que en el sentido cristiano le llamamos vocación a la vida conyugal.

Por eso que el matrimonio en la vida cristiana es una vocación, porque hay un designio de Dios para el cual se es llamado para realizar y vivir de la Gracia de Dios, aún en medio de las debilidades y flaquezas humanas. Por eso, vocación, en la vida cristiana, no sólo debe entenderse como referida a aquellos que viven en el estado de celibato o vida virginal. También los esposos deben entender su vida como vocación. Y así como a María se le aparece un ángel y también a José, los esposos deben ver en su vida matrimonial que Dios los llama a participar de una vida amorosa y a encarnar una realidad: "el hombre ha sido creado por amor y llamado para vivir en el amor."

En este contexto del amor de los esposos, los hijos se reciben como un don y una bendición de Dios, y no sólo como fruto de un amor recíproco entre los esposos, sino como un don de Dios, o dicho de otra manera, como un bien con el cual Dios bendice a los esposos. Así, si Cristo es para la humanidad el mayor don de Dios y el mayor bien que se nos ha concedido a los hombres, igualmente los hijos están llamados a ser este don para los esposos y para la humanidad, porque el hijo no sólo es bien para los esposos, sino que es un bien que se abre y se ofrece para la humanidad.

Entonces podríamos decir que así como los esposos participan del proyecto de Dios, éste no se termina ni se queda encerrado en los esposos, sino que este proyecto y designio de Dios se prolonga y se ofrece como un bien a la sociedad y a la humanidad a través del bien de los hijos. Por eso los padres están llamados a ser administradores de la vida de los hijos para que este bien, según el designio de Dios, pueda ser una bendición no solamente para ellos como padres, sino como Dios lo ha dispuesto. Por citar algunos ejemplos, el hijo que se realiza en la vida como médico no sólo será una gratificación y honor para los padres, sino que es un bien para todos aquellos que se beneficien de su profesión; o como un sacerdote que no sólo es un bien  y una bendición para los padres sino que también es un bien y es un don para todas las personas que estarán bajo su servicio de pastor en la Iglesia.

Que el Señor bendiga de una manera especial a todos aquellos que han sido llamados a la vida matrimonial, y que no duden, aún en medio de las dificultades de la convivencia, que la Gracia de Dios les ayudará a perdonarse, a reconciliarse, a amarse recíprocamente; porque Dios es fiel, y como dice San Pablo: "...la gracia de Dios nos basta...".

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú