XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 22, 1-14

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

Is 25, 6-10; Sal 22, 1-6; Flp 4, 12-14. 19-20; Mt 22, 1-14

 

Parábola del banquete nupcial

 

«Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo: “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo.  Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir.  Envió todavía otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: ‘Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda.’  Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron.  Se enojó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.  Entonces dice a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos.  Id, pues, a los cruces de caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda.  Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales.

Cuando entró el rey a ver a los comensales vio allí uno que no tenía traje de boda; le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’  Él se quedó callado.  Entonces el rey dijo a los sirvientes: ’Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.’  Porque muchos son los llamados, mas pocos los escogidos.”»

 

 

Así como la primera lectura de Isaías de la semana anterior hablaba sobre la viña, este domingo el profeta nos da el marco de la celebración. El banquete del que habla Isaías hace alusión al tiempo mesiánico, al tiempo de fiesta, de la liberación, del vino, de la alegría.

 

Si hacemos una comparación entre los términos que marcan las lecturas de este domingo con los de la semana anterior, podemos darnos cuenta de que hay una relación necesaria. Vino y banquete son dos expresiones muy importantes. De la viña se recogen las uvas para el vino, y el vino es para la fiesta.  El banquete es la celebración, la explosión del júbilo de los invitados y concurrentes a este evento. Por consiguiente, las lecturas de esta semana nos invitan a este encuentro y a esta participación.

 

Si detenidamente analizamos algunas expresiones del presente evangelio, nos daremos cuenta de que son como piezas que se armonizan para comunicarnos un mensaje que se nos invita a acoger.  Cuando el evangelista Mateo habla del “rey” se está refiriendo al mismo Dios.  La expresión “hijo del rey” está haciendo alusión al Mesías.  Cuando habla de los siervos se refiere a los profetas y a los apóstoles.  Los invitados que hacen caso omiso a la invitación serían los judíos y, en particular, la casta religiosa judía.  Los que son llamados de los caminos son todos los pecadores y publicanos.  El incendio en la ciudad hace referencia a la ruina de Jerusalén; y el traje de boda está haciendo presente al juicio final.

 

Como hemos apreciado, hay una serie de elementos que ha mencionado el evangelista que encierran todo un lenguaje simbólico.  En algunos pasajes de los evangelios, a Cristo se le ubica en un banquete, por ejemplo: las Bodas de Caná, cuando Jesús va a casa de Simón el fariseo, etc.  Podemos ubicar dentro de este evangelio dos parábolas que se anexan de una manera extraordinaria: “la gran cena o banquete y el vestido de la ceremonia.” En un momento estas dos parábolas daría la impresión de ser una antítesis de aquello que es la acogida de amor y el rechazo.

 

La primera parábola hace alusión directa a la actitud de rechazo de los primeros invitados a la boda y su indiferencia es la actitud que Cristo experimentó como una constante de sus primeros oyentes.  Tal es así que, incluso, dejó de hacer milagros en su pueblo natal por la falta de fe de los pobladores, por una actitud de incredulidad hacia la persona de Cristo.

 

Como nos presenta el evangelista: ¡el banquete esta preparado!; como diría Marcos y Lucas al inicio de su evangelio: “el tiempo se ha cumplido, ha llegado”. Esto indica que el Señor ni por el rechazo ni por la dureza del pueblo de la primera Alianza, se retracta de cumplir presurosamente sus promesas.

 

Podemos señalar que de esta realidad surge la comunidad del pueblo de la Alianza Nueva, los bienaventurados, es decir los pobres de espíritu.  Aquéllos que participan de este banquete son aquéllos que, por tanto, han lavado sus vestidos en la Sangre del Cordero (Ap. 13-15).  Es en este punto donde podemos ubicar como una antítesis del evangelio.  Es necesario traer a la memoria cuando Jesús dice a sus apóstoles: “... no todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos...”.  ¿A que se debe esta actitud de parte de Dios?  El hecho de tener el traje de fiesta no significa ponerse algo encima, antes bien, expresa la vida nueva como fruto del nuevo nacimiento en Cristo; pues Cristo hace de cada creyente su templo donde debe morar Él, el Padre y el Espíritu Santo.  Como dice Ap 19,8: “... el vestido de lino son las obras justas de los santos...” y San Pablo dirá en una de sus cartas: “...no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en este cuerpo mortal, vivo de la fe del que me amó hasta entregar su vida por mí...”

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú