XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 20,1-16

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Is 55,6-9;    Sal 144;   Flp 1,20c-24.27a;    Mt 20,1-16 

Segunda Lectura:

Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Lo que importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

En la liturgia de la presente semana el Apóstol Pablo nos ofrece en la segunda lectura una confirmación de lo que hemos ido comentando las dos semanas precedentes, es decir cómo el hecho que Cristo se le manifestara en el camino de Damasco transformó su vida. A partir de entonces Cristo y el anuncio de la salvación se convierten en su razón de ser y en el motivo de toda su misión apostólica. Así a través de esta Epístola a los Filipenses queda de manifiesto que el creyente que se abandona radicalmente a la voluntad de Dios deposita su vida en sus manos del mismo modo que el Apóstol cuando dice: «…Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí…». Si nos abandonamos acogiendo confiadamente la muerte de nuestro propio yo y de nuestros planes, entonces eso significa que la división entre muerte y vida, que tantas veces nos agobia y atemoriza, en Cristo tiene su significado. El Papa Benedicto XVI nos dice al respecto: «…Tanto antes como después de la muerte estamos con Cristo y por esto, desde aquel momento en adelante, la muerte ya no es un verdadero confín. Pablo nos lo dice de un modo muy claro en su Carta a los Filipenses: “Para mí la vida es Cristo. Si puedo estar junto a Él (es decir, si muero) es una ganancia. Pero si quedo en esta vida, todavía puedo llevar fruto. Así me encuentro en este dilema: partir - es decir, ser ejecutado - y estar con Cristo, sería lo mejor; pero, quedarme en esta vida es más necesario para vosotros” (cf. 1,21ss). A un lado y otro del confín de la muerte Pablo está con Cristo; ya no hay una verdadera diferencia…» (Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual, 7 de abril de 2007).

Es importante que nos demos cuenta como Cristo puede transformar la vida de una persona y, por tanto, también nuestra propia vida. Porque Cristo es el culmen y la realización de la historia de la salvación y su muerte y resurrección son el cumplimiento de las promesas de Dios. Por ello mientras que muchos hombres desean tener una larga vida, Pablo, por el contrario, querría morir para estar con Cristo. Pero, más allá de este deseo ardiente, la voluntad de Dios es que Pablo tenga que permanecer en esta vida por el bien de la comunidad para que dé fruto en la tierra. Queda claro que Pablo no elige, ni impone sus planes, sino que deja a Dios elegir y decidir sobre su vida, porque sabe que Dios hará lo mejor. Y lo mejor no está, como muchos piensan, en el esfuerzo por la realización de buenas obras, sino únicamente en la realización de la voluntad de Dios en nuestra vida, cuyos planes están por encima de los deseos y aspiraciones humanas tanto como lo está el cielo de la tierra.

En sus catequesis con motivo del año paulino el Papa Benedicto XVI nos dice: «… Así pues, San Pablo ya no vive para sí mismo, para su propia justicia. Vive de Cristo y con Cristo: dándose a sí mismo; ya no buscándose y construyéndose a sí mismo. Esta es la nueva justicia, la nueva orientación que nos da el Señor, que nos da la fe. Ante la cruz de Cristo, expresión máxima de su entrega, ya nadie puede gloriarse de sí mismo, de su propia justicia, conseguida por sí mismo y para sí mismo…» (Benedicto XVI, Catequesis La centralidad de Cristo en San Pablo, 8 de noviembre de 2006).

San Juan Crisóstomo nos dice: «… Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Cristo. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas…» (San Juan Crisóstomo, Homilías antes de partir en exilio, 1-3).

Cuando el cristiano está configurado con Cristo, aunque su vida ya es Cristo, la muerte permite una comunión más perfecta con Él. Entonces, el creyente es aquel que con la gracia de Dios lleva una vida digna del evangelio de Cristo, y que está de tal modo unido a Él, que es la manifestación de Cristo en su existencia. Así se hace vida lo que nos dice San Pablo: «Mi vida es Cristo» (Flp 1, 21) y la muerte es una «ganancia», porque sólo muriendo se puede realizar plenamente el «estar con Cristo».

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú