Conmemoración de los Fieles Difuntos

Juan 6, 37-40

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Job 19, 1.23-27a;   Sal 26;   Rm 5, 5-11;   Jn 6, 37-40 

     Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. 

La liturgia de esta semana nos presenta la conmemoración de los fieles difuntos ofreciéndonos una singular oportunidad para meditar en la esperanza cristiana de la vida eterna. Frente al enigma de la muerte, en muchos permanece viva la convicción de un juicio final, el hecho es que la esperanza de la Vida eterna no indica solo una vida que dura para siempre, sino que se refiere a una nueva existencia, plenamente inmersa en el amor de Dios, que libera del mal y de la muerte y nos pone en comunión con todos los hermanos. Al respecto el Siervo de Dios Juan Pablo II dijo: «…la liturgia de este domingo nos invita de nuevo a reflexionar en el misterio de la resurrección de los muertos. Este anuncio cristiano no responde de manera genérica a la aspiración del hombre a una vida sin fin; al contrario, es anuncio de una esperanza cierta porque, como recuerda el Evangelio, está fundada en la misma fidelidad de Dios. En efecto, Dios es «Dios de vivos» y a cuantos confían en Él les concede la vida divina que posee en plenitud. Él, que es el «Viviente», es la fuente de la vida…» (Juan Pablo II, Homilía, 8 de noviembre de 1998).

El apóstol San Pablo nos habla continuamente de la esperanza cristiana refiriéndose a la vida eterna. Nos hace mirarla siempre como meta final, manifestándonos que esta esperanza se fundamenta en Jesucristo que murió en la cruz y resucitó para salvarnos, porque nos ama y piensa en nosotros. San Pablo llega a la convicción de que la vida eterna es algo tan seguro que no admite duda alguna por ello manifiesta que: «…Nosotros somos ciudadanos del cielo…» (Flp 3,20). Esto porque cuando se vive una fe que se apoya en Cristo se enciende en el alma el deseo de unirse a Él en la gloria, como lo experimentó el mismo Pablo. El Papa Benedicto XVI dice al respecto: «… (la) identidad cristiana consta de dos elementos: no buscarse a sí mismo, sino revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, para participar así personalmente en la vida de Cristo hasta sumergirse en Él y compartir tanto su muerte como su vida. Es lo que escribe San Pablo en la carta a los Romanos: "Hemos sido bautizados en su muerte. Hemos sido sepultados con Él. Somos una misma cosa con Él. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús"…» (Benedicto XVI, La centralidad de Cristo en San Pablo, 28 de junio de 2008).

En la revelación de Cristo, predicada y testimoniada por la Iglesia, la esperanza de la resurrección se coloca en el contexto de «un cielo nuevo y una tierra nueva», en donde encontrará su plenitud de realización la «vida nueva» a la cual estamos llamados a participar todos los hombres por la gracia del amor de Jesucristo Resucitado. El Siervo de Dios Juan Pablo II dijo al respecto: «...La esperanza es, por consiguiente, un don del Espíritu Santo, Espíritu de Cristo, por el cual el hombre, ya en el tiempo, vive la eternidad: vive en Cristo como partícipe de la vida eterna, que el Hijo recibe del Padre y d sus discípulos. San Pablo dice que ésta es la esperanza que «no falla» (Rm 5, 5), porque se apoya en el poder del amor de Dios, que «ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado»…» (Juan Pablo II, El testimonio de la esperanza en la Iglesia, comunidad profética, 27 de mayo de 1992)

La Iglesia, depositaria de la tradición y enseñanza de la fe, nos da testimonio vivo de esta esperanza -esperanza de la vida eterna, de la resurrección de los cuerpos, de la felicidad eterna en Dios-, y lo hace como eco de la enseñanza de los Apóstoles, especialmente de San Pablo, quien nos manifiesta en toda su predicación que Cristo mismo es fuente y fundamento de esta esperanza. En la celebración eucarística al término del Sínodo de los Obispos, el Papa Benedicto XVI ha manifestado que: «…Llevamos con nosotros la renovada consciencia que la tarea prioritaria de la Iglesia, al inicio de este nuevo milenio, es sobre todo nutrirse de la Palabra de Dios, para hacer más eficaz el compromiso de la nueva evangelización. Es necesario que esta experiencia eclesial llegue a cada comunidad; es necesario que se comprenda la necesidad de traducir en gestos de amor la Palabra escuchada porque solo así se hace creíble el anuncio del Evangelio, no obstante las fragilidades que marcan a las personas. Esto exige en primer lugar un conocimiento más íntimo de Cristo y una escucha cada vez más dócil de su palabra…» (Benedicto XVI, Homilía en la Clausura del Sínodo de los Obispos, 26 de octubre de 2008).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú