III Domingo de Adviento, Ciclo B

Jn 1, 6-8. 19-28

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Is 61, 1-2a. 10-11;    Sal de Lc 1, 46-55;   1 Ts 5, 16-24;    Jn 1, 6-8. 19-28 

Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: "¿Quién eres tú?"  El confesó, y no negó; confesó: "Yo no soy el Cristo." Y le preguntaron: "¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?" El dijo: "No lo soy." - "¿Eres tú el profeta?" Respondió: "No." Entonces le dijeron: "¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?" Dijo él: "Yo soy  voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías." Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: "¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?" Juan les respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia." Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando

En esta tercera semana del tiempo de adviento la Iglesia nos invita, a través de las lecturas, a mantenernos en una expectante vigilancia, a estar en vela como se nos recomienda vivir este tiempo litúrgico, teniendo en cuenta que esta actitud de espera es una actitud de amor y confianza en el cumplimiento de las promesas, porque en la medida en que se ama se puede vigilar y vivir en una total y disponible apertura al amor y gracia de Dios Padre.

El Papa Benedicto XVI nos dice: «…En el lenguaje de la Iglesia la palabra Adviento tiene dos significados: presencia y espera. Presencia: la luz está presente, Cristo es el nuevo Adán, está con nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos del corazón para verla y para introducirnos en el río de la luz. Sobre todo, estar agradecidos al hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia como nueva fuente de bien. Pero Adviento quiere decir también espera. La noche oscura del mal es aún fuerte. Y por ello rezamos en Adviento y oramos con insistencia: ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, da fuerza al bien en el mundo y ayúdanos a ser portadores de tu luz, operadores de la paz, testigos de la verdad. ¡Ven Señor Jesús!...» (Benedicto XVI, Audiencia General del 3 de diciembre de 2008).

Tenemos nuevamente la figura de Juan el Bautista, personaje importante en el presente texto del evangelio y en lo que se refiere a este tiempo litúrgico. El Evangelio nos dice: «…Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” A la pregunta: “¿Quién eres?”, Juan el Bautista responde: “No soy el Mesías, ni Elías ni ninguno de los profetas” (cf. Jn 1,19-20). Y, ante la insistencia de los enviados de Jerusalén, declara: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor" (Jn 1,23).Con estas palabras Juan el Bautista revela en cierto sentido, su propia identidad, precisando el papel peculiar que le toca desempeñar en la historia de la salvación.

El testimonio de Juan Bautista resuena en el tiempo de Adviento: El Señor está cerca, es necesario preparar los corazones al Señor que viene. «… Juan Bautista predicaba el arrepentimiento con credibilidad porque antes amaba la Palabra de Dios que había escuchado en el corazón de su propio desierto. Escuchó, experimentó y vivió la palabra liberadora de Dios en el desierto. Su eficacia en el anuncio de esta palabra se debía al hecho de que su vida y su mensaje eran una sola cosa. El doblez de corazón es una de las cosas más desalentadoras que tenemos que afrontar en nuestras vidas. Cuántas veces nuestras palabras, nuestros pensamientos y nuestros gestos no son coherentes. Los verdaderos profetas de Israel nos ayudan a luchar contra toda forma de doblez…» (Rosica, Thomas c.s.b, Juan Bautista, el profeta de Adviento, Meditación en el II Domingo de Adviento, 5 de diciembre de 2008).

Jesucristo está cerca y viene en virtud del Espíritu Santo para anunciar la Buena Nueva; viene para sanar y liberar, para proclamar un tiempo de gracia y de salvación para comenzar ya en la noche de Belén, la obra de la redención del mundo, este es el mensaje que nos hace llegar la liturgia de este tercer domingo de adviento. Así en la segunda lectura, San Pablo se hace eco del anuncio gozoso del profeta Isaías que afirma: “Desbordo de gozo con el Señor” (Is 61,10), y Pablo exhorta: “Estad siempre alegres. El Señor está cerca”. Verdaderamente Cristo está cerca de nosotros en cada momento de nuestra existencia, y esta cercanía la vemos no solo en la perspectiva de la Navidad, también está cerca cuando lo contemplamos sobre todo en los eventos de nuestra vida porque Dios se hace historia, para que si Dios quiere podamos decir como Simeón: «…puedes dejar a tu siervo irse en paz porque mis ojos han visto a tu Salvador…».

El Papa Benedicto XVI nos dice: «…La santificación es don de Dios e iniciativa suya, pero el ser humano está llamado a responder con todo su ser, sin excluir nada; el futuro está, por decir así, contenido en el presente o, mejor dicho, en la presencia del mismo Dios, de su amor inquebrantable, que no nos deja solos, que no nos abandona ni siquiera un instante, como un padre y una madre no dejan nunca de seguir a los propios hijos en su camino de crecimiento. Ante Cristo que viene, el hombre se siente interpelado en todo su ser…» (Benedicto XVI, Homilía en las Primeras Vísperas del I Domingo de Adviento, 28 de noviembre de 2005).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú