XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Dt 4, 1-2.6-8; SaL 15; St 1, 17-18.21b-22.27; Mc 7, 1-8.14-15.21-23


Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". Él les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios por seguir la tradición de los hombres". Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre".

Mc 7, 1-8a.14-15.21-23


Dios que es un Padre providente y sabe lo que cada uno de sus hijos necesita permite que acontezcan situaciones, que tantas veces humanamente son inaceptables, pero dentro del plan de Dios, dice San Pablo: “... todo concurre para bien de aquellos que Dios ha elegido...”. Al Papa Benedicto XVI cuando visitó Polonia, ante el campo de concentración de Auschwitz, donde en tiempos pasados se produjo uno de los genocidios más escalofriantes de la historia de la humanidad, los periodistas le preguntaron si Dios había estado allí o no había estado; porque ante la maldad que se manifiesta, el hombre en general se cuestiona sobre la existencia de Dios y aún más de un Dios de amor y Padre de los hombre. Para un ensayo de homilía ofrecemos los comentarios a cada lectura y luego pasamos a la propuesta de lo que podría contener ésta la presente semana.

Las lecturas del presente domingo buscan responder a las preguntas: ¿En qué consiste la religión auténtica? ¿Cuál es el culto verdadero? La primera lectura responde que la religión auténtica consiste en cumplir fielmente todos los mandamientos del Decálogo. Jesucristo, en el evangelio, enseña que la Palabra de Dios está por encima de las tradiciones y leyes humanas. Por tanto, la verdadera religión está en el corazón del hombre, que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios. Santiago en su carta nos dirá que la religión pura e intachable ante Dios consiste en el amor al prójimo, especialmente a los más necesitados.
En la segunda lectura, en el envío de su Hijo a los hombres, el Padre ha superado ampliamente la excelencia de la palabra de su ley. Su “...don perfecto...” es que ha querido “...engendrarnos con la palabra de la verdad...”. Ahora su palabra no solamente nos es comunicada como mandamiento, sino que ha sido plantada en nosotros. Esta palabra está tan dentro de nosotros que debe ser, ahora más que nunca, no solamente escuchada sino también llevada a la práctica, para que la palabra viva del Padre produzca en nosotros un fruto divino, verdaderamente digno de Dios. Jesús es el cumplimiento, no la abolición de la ley en nuestros corazones, y sin embargo en este cumplimiento va más allá de lo que era la fidelidad a la ley. Porque la palabra que se nos dijo entonces desde fuera es ahora una palabra implantada en nuestro interior.

La primera lectura describe la incomparable superioridad de los mandamientos divinos con respecto a toda sabiduría humana. Las grandes naciones tienen sus leyes, elaborados por una cierta sabiduría humana; estas leyes cambian según las diversas situaciones o coyunturas históricas y se adaptan a las nuevas circunstancias. La ley que Dios ha promulgado para Israel, por el contrario, es inmutable: “...No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada...”; pues esta ley proviene de la vida eternamente válida de Dios legislador. Y aunque Israel no sea más que un pueblo pequeño, políticamente poco importante, las grandes naciones tendrán que reconocer que la ley promulgada por Dios es más justa que otras legislaciones humanas y que el pueblo que observa esta ley es más sabio e inteligente, en las cosas divinas, que otros pueblos, los cuales reconocerán quizá mucho de su sabiduría e inteligencia. Porque la inteligencia propiciada por la ley de Dios no es una simple cultura humana, sino una sabiduría del corazón que brota de la obediencia a Dios. La inteligencia de Israel consiste en ser hechura de Dios.

En el evangelio debemos situar la reprimenda de Jesús a los fariseos, en el contexto del cumplimiento de la nueva ley que implanta Jesús, la ley en nuestro interior. La palabra pronunciada por Dios se ha ido cubriendo de tantos aditamentos externos (prohibiciones), que se ha convertido en una forma de culto a Dios totalmente vacía (por ello estas palabras de Cristo son hoy tan actuales para los cristianos formalistas como lo eran entonces para los fariseos). Jesús explicará lo que quiere decir de una manera drástica: los alimentos que entran en el hombre desde fuera jamás le hacen impuro; más bien el mal procede siempre de dentro del corazón, ya se quede en pensamiento o se convierta en obra. Y es tanto más perverso que el mal provenga de un corazón en el que la palabra viva, encarnada de Dios ha sido plantado como ley. Por el contrario, todo lo que proviene de la palabra de Dios que habita en nuestros corazones y es inspirado por ella, forma parte de lo que San Pablo llama “culto razonable o auténtico”, ya sea expresado o tributado directamente a Dios o a los hombres en la vida cotidiana.

En la primera lectura, Moisés claramente expresa al pueblo: “...no añadirán nada a aquello que Dios nos ha dado como norma...”, esta recomendación de Moisés aplicándola a nuestros tiempos podemos decir que la vida que Cristo nos ha revelado, es un don que estamos llamados a vivir, y cómo podemos vivir este don de Dios?, si somos fieles a todo aquello que Él nos ha revelado. En consecuencia la vida cristiana no se puede convertir en un sincretismo de cosas, o sea añadir verdades o conceptos, o darle una forma a la vida cristiana que no es aquella como Cristo la ha revelado. Un ejemplo sería la palabra “Tolerancia” no entendida correctamente dentro del sentido cristiano, que tantas veces se contrapone a lo que es la corrección fraterna, o desdibuja el sentido de la misericordia y el perdón en la vida cristiana. Si Dios a través de Moisés previno al pueblo de Israel de esta gran tentación, cuanto más nosotros en nuestros tiempo por toda la corriente de pensamiento agnóstica, nominalista existente que se tiende a interpretar o presentar ambiguamente el sentido de la vida cristiana, y de esta realidad no estamos libres incluso aquellos que estamos vinculados de manera muy estrecha en la vida de la Iglesia. De esta manera las palabras de Moisés dirigidas al pueblo de Israel deben resonar, de manera particular hoy día, fuertemente para nosotros.

El hecho que muchas veces pensamos que Dios está ausente de nuestra vida, no es en sí que Dios esté ausente, sino que es el mismo hombre quien se aleja de Dios, como hemos dicho anteriormente, dejándose llevar por todo el oleaje de la mentalidad moderna; con esto no se quiere decir que lo moderno es contrario al espíritu evangélico, pero sí que muchas cosas que se propone la modernidad son contrarias desde su fundamento con la vida cristiana, como ejemplo podemos citar el hecho que hoy día se propongan los matrimonios del mismo sexo o la elección libre del género. Esto indica que muchas veces el hombre ante el embate de la modernidad piensa que para no quedarse rezagado, se tiene que entrar en la mentalidad actual y pensar,, y obrar como ésta mentalidad sugiere. Por eso esta cercanía de la palabra de Moisés se refiere al hombre que vive según como Dios desea, por ello que en el libro del Deuteronomio se habla de dos caminos donde el escritor sagrado dice: “... hoy pongo delante de ti el camino del bien y el camino del mal, el camino de la bendición y el camino de la maldición, el camino de la vida y el camino de la muerte...”; por algo Cristo dice de sí mismo: “... yo soy el camino, la verdad y la vida...; nadie va al Padre si no es por mí y nadie viene a mí sin el Padre no lo atrae...”.

En el presente evangelio por lo tanto, Cristo dice: “...no es lo de fuera lo que contamina al hombre sino lo que hay en su corazón...”, esto nos está manifestando que el hombre actúa según lo que tiene en su corazón por consiguiente todo el desorden o la maldad, según el grado de magnitud, no tiene otro origen que el mismo hombre. Entonces todos los genocidios, u otros tipos de barbarie, como las guerras, expresan la naturaleza del hombre herida y marcada por el pecado original, así lo define Santo Tomás, cuando dice que el concupiscible es una potencia que Dios ha dado al hombre, para que el hombre pueda donarse, pero este concupiscible perturbado por el pecado se ha convertido en una fuerza que lleva al hombre a obrar fuera de los caminos de Dios; por algo San Pablo, en el capítulo 7 de la Epístola a los Romanos dice: “...es el bien que conozco... pero es el mal que realizo... quién me podrá librar de este cuerpo que me lleva a la muerte...”.

En el evangelio, en su inicio, el escritor sagrado ha presentado la discusión de los judíos con Jesús porque sus discípulos no observaban las normas prescritas según la ley; esto también es un dato muy importante que la revelación nos ofrece, pues tantas veces sustituimos lo que Dios nos ha revelado por normas o dictámenes que no llevan expresamente a vincularnos y a unirnos con Dios; todo aquello que no viene de Dios por lo tanto se tiene que imponer, pues coacciona la libertad del hombre. En la vida cristiana no se impone lo que Dios quiere sino se llama a la obediencia por amor a Dios, que nos ama y nos perdona. En consecuencia cuando la vida cristiana se vive como una imposición o una obligación lo primero que desaparece de la vida del creyente es la caridad, la caridad con el prójimo, por eso el mismo apóstol Santiago dice: “... no solamente escuchemos la palabras sino pongámosla en práctica...”.

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú