Fiesta. Sagrada Familia de Jesús, María y José

Lc 2, 22-40

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Eclo 3, 2-6. 12.14;   Sal 127;   Col 3, 12-21;   Lc 2, 22-40 

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: "Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones." Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.

Luego de haber celebrado el acontecimiento del Nacimiento de Nuestro Salvador, la liturgia nos presenta la  Fiesta de la Sagrada Familia; signo que nos hace presente que Dios no solamente se ha hecho hombre sino que incluso, como todo hombre que viene a este mundo, ha nacido en el seno de una familia, porque necesita de un padre y de una madre para su crecimiento humano. La Fiesta de la Sagrada Familia nos invita a acoger, vivir y proclamar la verdad y la belleza del matrimonio y de la familia, según el plan de Dios. En una muy recordada alocución el Papa Paulo VI dijo: «… Nazaret nos enseña el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social…» (Paulo VI, El ejemplo de Nazaret, 5 de enero de 1964). También nuestro querido Siervo de Dios Juan Pablo II dijo: «…La familia es la primera comunidad de vida y amor el primer ambiente donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios.” (Juan Pablo II, Encuentro con las Familias en México, 1990).

Nuestro actual Papa Benedicto XVI dice al respecto: «… En el Evangelio no encontramos discursos sobre la familia, sino un acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer en una familia humana. De este modo, la consagró como camino primero y ordinario de su encuentro con la humanidad. En su vida transcurrida en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sometido a su autoridad durante todo el tiempo de su infancia y su adolescencia (cf. Lc 2, 51-52). Así puso de relieve el valor primario de la familia en la educación de la persona. María y José introdujeron a Jesús en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de Nazaret. María y José educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres conoció toda la belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, así como las exigencias de la justicia, que encuentra su plenitud en el amor (cf. Rm 13, 10). De ellos aprendió que en primer lugar es preciso cumplir la voluntad de Dios, y que el vínculo espiritual vale más que el de la sangre. La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el "prototipo" de toda familia cristiana que, unida en el sacramento del matrimonio y alimentada con la Palabra y la Eucaristía, está llamada a realizar la estupenda vocación y misión de ser célula viva no sólo de la sociedad, sino también de la Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano…» (Benedicto XVI, Ángelus en la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, 31 de diciembre de 2006).

El Salmo responsorial pone de relieve la presencia de Dios en la familia, específicamente en la comunión matrimonial del varón y de la mujer, en la comunión que lleva al amor y a la vida. Dios está presente en esta comunión como Creador y Padre, dador de la vida humana y de la vida divina. De su bendición participan los cónyuges, los hijos, su trabajo, sus alegrías, sus preocupaciones. En la escuela de Nazaret, cada familia aprende a ser crisol de amor, de unidad y de apertura a la vida. El Papa Benedicto XVI ha dicho: «…los grandes teólogos de la Escolástica han calificado el matrimonio, es decir, el lazo para toda la vida entre el hombre y la mujer, como sacramento de la creación, instituido por el Creador y que Cristo --sin modificar el mensaje de la creación-- acogió después en la historia de su alianza con los hombres. El matrimonio forma parte del anuncio que debe ofrecer la Iglesia el testimonio a favor del Espíritu creador presente en la naturaleza en su conjunto y de manera especial en la naturaleza del hombre creado a imagen de Dios…» (Benedicto XVI, Discurso a los miembros de la Curia Romana, 22 de diciembre de 2008).

Por eso, miramos con un profundo agradecimiento a Cristo que nos revela que Dios es amor y, optando por vivir en familia en medio de nosotros, la eleva a la dignidad de “Iglesia Doméstica”. En nuestro tiempo, cuando nos circunda una concepción equivocada de los derechos que ensombrece la naturaleza misma  de la institución familiar y del vínculo matrimonial, es preciso que en todos los niveles se unan los esfuerzos de todos los que creen en la importancia de la familia basada en el matrimonio, porque los creyentes estamos llamados a estar atentos a los signos de los tiempos y como nos dice la Gaudium et Spes: «…trabajar para promover diligentemente los bienes del matrimonio y de la familia, con el testimonio de la propia vida y con la acción concorde con los hombres de buena voluntad…» (GS, n. 52).

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Rector Seminario Diocesano Corazon de Cristo
Diócesis del Callao - Perú