VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 2, 1-12

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Is 43, 18-19. 21-22.24b-25;   Sal 40;   2Co 1, 18-22;   Mc 2, 1-12 

¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no. Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo, no fue sí y no; en él no hubo más que sí. Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él "Amén" a la gloria de Dios. Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.

La liturgia de la presente semana, a través de las lecturas, nos presenta un aspecto importante del contenido fundamental de la vida cristina; las palabras de S. Pablo, en la segunda lectura, nos ponen de manifiesto la radicalidad en la cual está invitado a vivir todo creyente. Es importante resaltar en este sentido, la fuerza y significado de la palabra: «Amén», la que en hebreo designa la solidez del granito, por ello San Pablo nos dice que Jesucristo es el Amén de Dios, es la prueba de que sus promesas son tan inquebrantables como una roca y son reales, llegan a cumplimiento. Precisamente en esta roca que es Cristo podemos apoyarnos para decir sí a Dios y vivir aceptando su voluntad en nuestra historia, voluntad que se pone de manifiesto desde el momento en que por el bautismo hemos recibido un sello y se nos ha impreso un carácter de hijos del Dios de la misericordia. El amén reafirma la fidelidad de Dios y la confianza, adhesión y abandono del hombre, que así acoge el plan salvador de Dios, el amén de la fe, es signo de la aceptación de Cristo, del mantenerse en la fidelidad hecha por el mismo Cristo.

Del mismo modo San Pablo nos hace notar que en la vida cristiana no hay cabida para la ambigüedad. La verdadera adhesión de los creyentes a Cristo es constante, no es algo de un momento, y ello es así porque es el propio Dios quien nos dio su Espíritu que nos mantiene en el "sí" constante y en comunión con Él incluyendo hasta la renuncia total de sí. Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «…San Pablo ofreció una admirable síntesis de la teología de la cruz en la segunda carta a los Corintios (cf. 2 Co 5, 14-21), donde todo está contenido en dos afirmaciones fundamentales: por una parte, Cristo, a quien Dios ha tratado como pecado en nuestro favor (v.21), murió por todos (v. 14); por otra, Dios nos ha reconciliado consigo, no imputándonos nuestras culpas (vv.18-20). Por este "ministerio de la reconciliación" toda esclavitud ha sido ya rescatada (cf. 1 Co 6, 20; 7, 23). Aquí se ve cómo todo esto es relevante para nuestra vida. También nosotros debemos entrar en este "ministerio de la reconciliación", que supone siempre la renuncia a la propia superioridad y la elección de la necedad del amor…» (Benedicto XVI, La teología de la cruz en la predicación de san Pablo 29 de octubre de 2008).

Así se trata de decir a Dios “Amén”, que quiere decir “sí”, y no decir a Dios “no”. Esta es la tarea del pastor, del párroco en la parroquia. Desear que todos la parroquia vivan cada vez más coherentemente y cada vez más cordialmente, y digan a Cristo y, en unión con Cristo-Redentor, digan al mismo Dios, “sí”. Para que el “no”, la negación de Dios y de lo que corresponde a su santa voluntad en nuestra vida humana, se pronuncie cada vez menos en las palabras y en los hechos.

San Pablo, gozoso y apasionado al mismo tiempo, hace un balance de lo sucedido en Corinto. Lo interesante es constatar cómo San Pablo, al tiempo de estas circunstancias más o menos difíciles de su propia tarea ministerial, comienza ya a señalar y subrayar una serie de actos imprescindibles para la buena marcha de cualquier ministerio apostólico. En primer lugar una sencillez y una sinceridad a toda prueba de la que Cristo es el mejor modelo en su entrega absoluta e incondicional a Dios Padre y a los hombres. En segundo lugar, un apóstol que se precie de serlo debe ser agente de alegría y no de tristeza para la comunidad. En alguna ocasión Pablo subraya la paradoja de la alegría a través del sufrimiento. Así vincula o relaciona la alegría con la fe: el creyente que lo es de verdad no puede por menos de sentir una incontenible alegría (Rm 14,17; Flp 4,4). Existe, es verdad, una tristeza saludable: la tristeza por haber hecho el mal. Pero esta tristeza ni es ni puede ser un fin en sí misma; sólo es camino hacia la auténtica alegría. Finalmente el apóstol, en el desempeño de su tarea ministerial, debe ser comprensivo y saber perdonar de corazón pues este es el espíritu del sí de Dios, que se ha encarnado por nosotros: Cristo.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Vicario General de la Diócesis del Callao
Perú