Domingo de Ramos, Ciclo B

Mc 14, 1 – 15, 47

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

              Con la celebración del Domingo de Ramos la Iglesia a través de la liturgia nos invita a todos los creyentes a comenzar a celebrar el Misterio Pascual de Nuestro Señor Jesucristo, en esta semana como la llamamos “Semana Santa”, a través de la cual lleva a cumplimiento la historia de salvación que Dios a través de los profetas había anunciado a su pueblo. El hijo de Dios, encarna por tanto el anuncio del Mesías prometido, e incluso en el libro del Deuteronomio cuando Dios le dice a Moisés que suscitará un profeta como él, ese nuevo Moisés, este profeta ha realizado las misma señales que Moisés realizó delante del pueblo de Israel; pero ya no son las aguas del Mar Rojo que se abren para el pueblo de Israel, sino que en medio de las aguas de la muerte se ha hecho camino para que todos los regenerados por el bautismo pasen de la muerte a la vida; y así como el pueblo de Israel pasando por el Mar Rojo llegó a la tierra prometida; en Cristo, todos los hombres, participamos de la vida eterna porque Cristo ha cancelado nuestros pecados, que nos impedían participar del Reino prometido, por eso para el creyente la muerte física no es el término de la vida sino el paso definitivo a gozar de la eternidad.

San Agustín en su Tratado 51, dice que la palma (el ramo) manifiesta la victoria de Cristo sobre la muerte, en este sentido la Iglesia, al iniciar la liturgia de este domingo con una procesión, nos está indicando que en este día Cristo entra a Jerusalén victorioso, de manera singular nosotros estamos llamados a profesar públicamente la fe en Dios Redentor, porque Él es el Mesías, el esperado de todos los tiempos. De esta manera podemos decir que éste Domingo de Ramos nos introduce como en una antesala del Misterio Pascual de Cristo, o como el Siervo de Dios Juan Pablo II escribió en su libro Cruzando el umbral de la esperanza, éste es el contenido de este Domingo Solemne, porque estamos llamados a cruzar el umbral de la esperanza para celebrar la Pascua de Cristo.

Entrando en el contexto de las lecturas, ya estas mismas nos hablan del Mesías prometido. En la segunda lectura a los Filipenses, San Pablo con el Himno a la Kenosis, nos está haciendo presente al Dios que ha entrado en la historia para rescatar al hombre, por lo que ha descendido hasta la realidad más profunda del hombre. Como el mismo San Pablo en la Carta a los Corintios dice: «...Cristo con su pobreza ha enriquecido a los hombres...», de esta manera, la narración del himno en la segunda lectura nos hace presente que el poder de Dios no ha evidenciado en cuanto que se ha revelado de una manera potente o gloriosa, sino en cuanto ha tenido compasión de su creatura hasta el extremo de morir en la cruz por amor al hombre, al hombre esclavo del pecado y de la muerte, para liberarlo y recrearlo. Igualmente podemos decir que la acción de la mujer que derrama el aceite en los pies de Jesús, es un signo mesiánico, pues como sabemos bien, según el Antiguo Testamento a todos aquellos que Dios elegía, para dirigir a su pueblo, los ungían con el óleo, ésta mujer por lo tanto cumple este rito, porque Cristo desde la cruz, de su muerte en la cruz guiará a todo el pueblo rescatado de retorno a la casa del Padre. Es importante resaltar que siempre ante la elección de un ungido existen signos de contradicción, en este caso podemos decir el escándalo de Judas, la reacción de los fariseos y la negación del mismo Pedro, todos estos signos refuerzan este mesianismo de Cristo; por eso no debemos solamente entender que ésta mujer anuncia la muerte de Cristo cuando lo unge, sino que al mismo tiempo hace presente al elegido de Dios en medio de nosotros. En la respuesta que Jesús da a Judas «...pobres siempre tendréis...», Jesús está haciendo presente no sólo la condición social del hombre sino que, sobre todo, de aquellos pobres por quienes el Mesías tiene que ser anunciado siempre como salvación y buena noticia.

En el presente evangelio de San Marcos, podemos decir que la intención del evangelista es ponernos frente a la realidad de que a través de la cruz se revela quién es Jesús, o sea el Hijo de Dios. Otro elemento de la intención del evangelista es que el reconocimiento de que Jesús es el Hijo de Dios, al ponerlo en boca de un soldado romano, está dando a entender que la Nueva Alianza que Dios está pactando con su pueblo no va a quedar solamente circunscrita al pueblo de Israel, sino que a participar de esta Nueva Alianza están llamados todos aquellos que reconozcan a Cristo como el Hijo de Dios. Tenemos que añadir por lo tanto que Jesús aparece como el enviado de Dios para realizar el éxodo definitivo, al que están llamados también aquellos que no pertenecen al pueblo de Israel. Todos los elementos que en el evangelio se narran sobre el juicio de Jesús, su flagelación, la humillación, la pasión, son elementos que el evangelista narra para dar a comprender el precio con el cual el hombre deberá ser rescatado y liberado por el pecado cometido.

Esta propuesta de reflexión para la homilía de la presente semana nos invita a ponernos a los pies del Cristo, como la mujer que lo unge, y en el reconocimiento de su mesianismo adorarlo como el enviado de Dios. El peligro de ésta liturgia celebrativa es quedarnos solamente en lo externo de la celebración, por eso la procesión que debemos realizar por las calles proclamando a Jesús como el Señor, debemos también hacerla con un sentido de realizar un recorrido interior por nuestra vida, para que de esta manera en la vida de cada uno de los creyentes se cumpla lo que dice el Salmo: «... alzaos puertas, alzaos los dinteles, que va a entrar el Rey de la gloria...», «…Bendito el que viene en nombre del Señor…».

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Vicario General de la Diócesis del Callao
Perú