IV Domingo de Pascua, Ciclo B

Jn. 10,11-18

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

Hech. 4,8-12; Sal.117; 1Jn.3,1-2; Jn. 10,11-18

“Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre”. 

 En la presente semana, Cuarto Domingo de Pascua, celebramos la Solemnidad del “Buen Pastor”, en este día, la Iglesia invita a todos sus hijos a unirse a Cristo en oración para pedir al Padre que «…envíe obreros a sus mies…» porque se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Esto quiere decir que en este domingo la Iglesia, exhorta a todos los fieles a orar en especial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, y a los jóvenes a escuchar y acoger la invitación de Cristo y de sus discípulos a ser apóstoles y testigos del Evangelio, para así poder dejar todo -carrera, bienes, trabajo, proyectos personales- por anunciar el Reino de los Cielos.

El Papa Benedicto XVI expresa lo siguiente: «… me es grato invitar a todo el pueblo de Dios a reflexionar sobre el tema: La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. Resuena constantemente en la Iglesia la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). ¡Rogad! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada. (…) La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada constituye un especial don divino, que se sitúa en el amplio proyecto de amor y de salvación que Dios tiene para cada hombre y la humanidad entera…» (Benedicto XVI, Mensaje para la XVI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, IV Domingo de Pascua, 3 de mayo de 2009).

El Evangelio de la presente semana se puede dividir en tres partes así profundizar en su contenido. En la primera parte, podemos observar la contraposición que se da entre el pastor y el asalariado. El buen pastor consagra toda su vida a Dios, acto que se expresa en el servicio de cuidar a las ovejas. El asalariado, que para San Juan representa a los malos pastores, es aquel que vive para sí mismo. Es aquel que se preocupa de las ovejas en la medida en que le otorgarán un beneficio, es aquel a quien poco le interesa el bien de las ovejas.

El buen pastor es una figura bíblica que nace de la observación y la experiencia. Durante mucho tiempo, Israel fue un pueblo de pastores y los textos del Antiguo Testamento confirman la tradición de la época de los patriarcas y de las generaciones sucesivas. El pastor que cuida atentamente el rebaño y lo conduce a verdes praderas, se convierte en la imagen del hombre que guía y está al frente de una nación, siempre solícito de lo que le suceda. El buen pastor,  por lo tanto, será el que transmite el amor de Dios.

El siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «…En su predicación, Jesús recurre a la imagen del buen pastor, pero introduce un elemento del todo nuevo: buen pastor es el que da la vida por sus ovejas (Jn 10, 11-18). Atribuye esta característica al pastor bueno, distinguiéndolo de quien, por el contrario, es un asalariado y, por tanto, no se preocupa por su rebaño. El Padre lo mandó al mundo no sólo para que fuera el pastor de Israel, sino su rebaño. Más aún, se presenta a sí mismo como el prototipo del buen pastor, capaz de dar la vida por la salvación de la humanidad entera. Buen Pastor, que, después de haber predicado la «buena nueva» del Reino, ofreció en sacrificio su vida por las ovejas…» (Juan Pablo II, Homilía en el IV domingo de Pascua, 3 de mayo de 1998).

La segunda división que podemos hacer de este Evangelio, es presentar la relación ente el pastor y la oveja. Ya los profetas del Antiguo Testamento, como Amós y Oseas, comparan la relación de Dios con su pueblo con la relación de un esposo con su esposa. El hecho de que en el evangelio se repite por cuatro veces el verbo «conocer», está significando que el conocimiento del buen pastor hacia sus ovejas es el de una relación muy íntima y amplia que se comprende: de la inteligencia al corazón, de la comprensión al amor y del efecto a la acción. De esta manera, cuando Cristo dice: «Yo las conozco» está expresando que su conocimiento es total, porque Él, al encarnarse en la Virgen María y al asumir nuestra naturaleza humana, acoge esta realidad de conocimiento profundo de la realidad del hombre, porque Él se hizo hombre para que nosotros, unidos a Él, podamos llegar al Padre. Porque Cristo vino para llevarnos al Padre.

La tercera división, que podemos hacer de este evangelio está situada entre los versículos 17 y 18, donde se contempla que la misión del pastor es universal, para todos los hombres, porque Cristo ha muerto en la cruz por todos.  Como dice en el Evangelio de San Juan: «...cuando yo sea elevado en lo alto atraeré a todos hacia mí...». Por eso, también podemos relacionar esta figura del buen pastor con el grano de trigo que si no muere no da fruto. La misión de Cristo como pastor no sólo tiene que ver con las ovejas dispersas de la casa de Israel, sino que es una misión universal, dirigida a todos los hombres, creyentes o no, porque hay un solo pastor a través del cual la humanidad entera puede alcanzar la unidad y la salvación.

El Papa Benedicto XVI nos dice: «… el pastor que sale a buscar la oveja perdida es el mismo Verbo Eterno, y la oveja que carga sobre sus hombros y lleva de vuelta a casa con todo su amor es la humanidad, la naturaleza humana que Él ha asumido. En su encarnación y en su cruz conduce a la oveja perdida –la humanidad- a casa, y me lleva también a mí. El Logos que se ha hecho hombre es el verdadero «portador de la oveja», el Pastor que nos sigue por las zarzas y los desiertos de nuestra vida. Llevados en sus hombros llegamos a casa. Ha dado la vida por nosotros. Él mismo es la vida…» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 334-335).

Concluimos la reflexión de esta semana, Solemnidad del Buen Pastor, pidiéndole a Dios para que muchos jóvenes interesados por la vida cristiana escuchen la voz de Dios, a través de la vida del Buen Pastor y, como los apóstoles, se queden con Cristo anunciando el Evangelio desde la vocación a la que Dios les llama.

Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
Perú