VI Domingo de Pascua, Ciclo B

Jn 15, 9-17

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Hch 10, 25-27.34-35.44-48  Sal 97   1 Jn 4, 7-10   Jn 15, 9-17 

 

 

«Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.  Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.  Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.  Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.  Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.  Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.  No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.  No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.  Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.» 

La semana anterior, la Liturgia nos presentó la parábola de la vid y los sarmientos, este domingo continuamos dentro del mismo capítulo del Evangelio según San Juan que nos pone de manifiesto que la vida cristiana, vivida según el mandamiento nuevo de Cristo, es la que realmente puede llevar a los hombres a una verdadera unión y comunión, y que ésta es fruto del misterio de Cristo, como dice San Pablo: «...Cristo ha destruido el muro de odio que separaba a los hombres...», esto es por medio de su muerte en la cruz y por su victoriosa resurrección.

Podemos decir que el amor cristiano no tiene otro modelo sino aquel que le ha manifestado su Buen Pastor. En un sentido común, el ‘amor’ y el ‘mandamiento’ parecen contraponerse, sin embargo, Cristo hace presente en el Evangelio que entre el ‘mandamiento’ y el ‘amor no hay ningún sentido de contradicción. Más aun, tienen una estrecha relación como la de causa-efecto; por eso, Él dice: «…Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado… si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor...». Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI: «… La fe no significa sólo aceptar un cierto número de verdades abstractas sobre los misterios de Dios, del hombre, de la vida y de la muerte, de las realidades futuras. La fe consiste en una relación íntima con Cristo, una relación basada en el amor de Aquél que nos ha amado antes (Cf. 1Jn 4, 11), hasta la entrega total de sí mismo. «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rm 5, 8). ¿Qué otra respuesta podemos dar a un amor tan grande, sino un corazón abierto y dispuesto a amar? Pero, ¿qué quiere decir amar a Cristo? Quiere decir fiarse de Él, incluso en la hora de la prueba, seguirle fielmente incluso en el Vía Crucis, con la esperanza de que pronto llegará la mañana de la resurrección. Si confiamos en Él no perdemos nada, sino que ganamos todo. Nuestra vida adquiere en sus manos su verdadero sentido. El amor por Cristo se expresa con la voluntad de poner en sintonía la propia vida con los pensamientos y los sentimientos de su Corazón. Amarlo quiere decir permanecer en diálogo con Él, para conocer su voluntad y realizarla prontamente…» (Benedicto XVI, Homilía en la Plaza Pilsudski de Varsovia, 26 de mayo de 2006)

El tipo de amor que Cristo revela a sus discípulos es un amor de obediencia a la voluntad de su Pastor. Por consiguiente, en esta íntima relación entre ‘amor’ y ‘mandamiento’ que Cristo pide a sus discípulos, debe existir una actitud de obediencia por parte de los discípulos. De esta manera, Cristo nos ayuda a comprender que queda superada esta aparente contradicción entre ‘ley’ (mandamiento) y ‘amor’, pues la ‘ley’ en el sentido cristiano no es una carga sino un ánimo que nos orienta, preserva y ayuda a mantenernos en la vida que Cristo nos ha legado.  El amor, en el sentido estricto de la palabra, visto de una manera objetiva, es más exigente que la propia ‘ley’.  El amor cristiano significa negarse a sí mismo, como dice San Pablo: «...todo lo soporta, todo lo espera, todo lo excusa...» (1Cor 13,7-8). Si el amor tiene esta dimensión ilimitada es porque nace de Dios y termina en Dios, es decir, nace del infinito y tiende al infinito.  Por eso, Cristo dice en el Evangelio: «...como el Padre me ha amado así os he amado yo...». No somos nosotros los que hemos amado a Dios, es Él quien nos ha amado a nosotros primero. Este amor se ha revelado como una donación de sí mismo, sin reserva, hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Este amor es capaz de cancelar todo tipo de resentimiento y egoísmo, porque incluso lleva a amar y perdonar a los propios enemigos.

En el evangelio también encontramos la expresión que dice «…yo os he elegido a vosotros…» esto no significa que sólo Dios ama a algunos, la elección de Dios, según el libro del Génesis: «…hizo al hombre a su imagen y semejanza…»; esto quiere decir que el amor que Cristo nos ha manifestado en el misterio pascual significa que Dios ama a su criatura, que Dios ama la obra de sus manos, y por lo tanto el misterio de la redención de Cristo ha sido para recrear en él esta imagen y semejanza con Dios que el demonio, a través del pecado y de la mentira, había desdibujado en el hombre. Por ello, cuando en el evangelio se dice: «…permaneced en mi amor…», está significando: escuchar, acoger, creer en las promesas de Dios que se realizarán en nosotros, y por esto Cristo ha dado la vida por nosotros para que estas promesas que Él ha llevado a cumplimiento a su plenitud se cumplan en cada una de nuestras vidas; y por lo tanto la elección de Dios está en que en nosotros se realice esta obra redentora amorosa del Padre de la Misericordia.

El siervo de Dios Juan Pablo II nos dice al respecto: «… Jesús, al mismo tiempo que anuncia el amor del Padre, nunca deja de recordar que se trata de un amor exigente. Este rasgo del rostro de Dios se aprecia en toda la vida de Jesús. Su «alimento» consiste en hacer la voluntad del que lo envió (Jn 4, 34). Precisamente porque no busca su voluntad, sino la voluntad del Padre que lo envió al mundo, su juicio es justo (Jn 5, 30). Por eso, el Padre da testimonio de Él (Jn 5, 37), y también las Escrituras (Jn 5, 39)…» (Juan Pablo II, Catequesis El  amor exigente del Padre, 7 de abril de 1999).

Concluyendo, el Evangelio de este domingo pone de manifiesto cómo la vida del cristiano se va nutriendo, revistiendo y alimentando de esta realidad del amor que nos ha revelado Cristo, que en otras palabras expresa lo que es Dios mismo.  Por una parte, su vida sólo se concentra en una exigencia y, por otro lado, su vida será un testimonio palpable del Dios único. Por ello  sólo si vivimos unidos a Cristo podemos dar frutos: como el sarmiento no separado de la vid, y estos frutos brotarán de la vida del creyente por el mismo hecho que vive obedeciendo y observando los mandamientos del Dios de la vida y amando en la dimensión que Cristo nos ha amado, éste amor quiere decir siendo un don para los demás.