Solemnidad: La Santisima Trinidad, Ciclo B

San Mateo 28, 16-20

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Dt 4, 32-34. 39-40;  Sal 32;   Rm 8, 14-17;  Mt 28, 16-20 

Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.      

Luego que la semana pasada se culminó el Tiempo Pascual con la Solemnidad de Pentecostés, la Iglesia nos hace presente esta semana la Solemnidad de la Santísima Trinidad a través de la cual nos quiere encaminar a entender que la obra de Cristo ha sido fundamentalmente revelarnos a Dios (Uno y Trino) por medio del Misterio Pascual.  Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: «… el domingo, que sigue a Pentecostés, celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Gracias al Espíritu Santo, que ayuda a comprender las palabras de Jesús y guía a la verdad completa, los creyentes pueden conocer, por decirlo así, la intimidad de Dios mismo, descubriendo que Él no es soledad infinita, sino comunión de luz y de amor, vida dada y recibida en un diálogo eterno entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, como dice San Agustín, Amante, Amado y Amor…» (Benedicto XVI, Ángelus en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, 11 de junio de 2006).

Esta fiesta, con la cual retomamos el tiempo Ordinario en la vida de la Iglesia, nos invita a profesar la Fe, en aquello en que consiste la Novedad del Pueblo de la Nueva Alianza: confesar a un único Dios en tres personas, y que se ha encarnado para salvar a la humanidad, o sea profesar al Dios que se ha hecho cercano al hombre. La revelación del Misterio de Dios alcanza su plenitud en Cristo, a través de Él podemos entrar en el Misterio de la Trinidad, porque al revelarse Jesús como Hijo nos revela al Padre; y así Cristo inaugura el nuevo culto a Dios, pues la manera como el Hijo nos lleva al Padre no será más a través de los sacrificios de machos cabríos o de una serie de ritos sacrificiales, sino a través de sí mismo y su Misterio Pascual. Por tanto, confesar la fe en el único Dios: Uno-Trino, no sólo significa reconocer a Dios, sino creer que de Él nos viene la vida y que esta vida estamos llamados a vivirla en íntima comunión con Él. Esto significa además que el creyente está llamado, a semejanza de Cristo, a manifestar y dar a conocer a Dios Padre a través de todos los momentos y acciones de su vida, porque «…Quien se encuentra con Cristo y entra en una relación de amistad con Él, acoge en su alma la misma comunión trinitaria, según la promesa de Jesús a los discípulos:  "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14, 23)…» (Benedicto XVI, Ángelus en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, 11 de junio de 2006).

En el diario acontecer los creyentes podemos preguntarnos: ¿cómo el Hijo nos lleva nuevamente de retorno al Padre?, al respecto, y siguiendo la línea de la segunda lectura, San Pablo nos dice que somos hijos en el Hijo, referencia que nos hace retornar al libro del Génesis, donde en el momento de la creación encontramos a Dios diciendo: «...hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza...», esto quiere decir que, desde el principio, cuando Dios crea al hombre lo crea para la comunión; y esta comunión a la cual el hombre y la mujer están llamados, tiene como fuente a la Santísima Trinidad. El Siervo de Dios Juan Pablo II nos dice: «…el Espíritu es el don del Padre, que nos hace hijos adoptivos,  haciéndonos partícipes de la misma vida de la familia divina. Con el Espíritu Santo en el corazón podemos dirigirnos a Dios con el  apelativo familiar «abbá» (papá), que Jesús mismo usaba en su relación con  su Padre celeste (Mc 14, 36). Como él podemos caminar según el Espíritu en la libertad interior profunda, adoremos a la  Divinidad en tres personas: el Padre en el Hijo con el Espíritu Santo. Pues  el Padre desde toda la eternidad genera un Hijo coeterno y reinante con él, y el Espíritu Santo está en el Padre, glorificado con el Hijo, potencia  única, única sustancia, única divinidad... Trinidad Santa…» (Juan Pablo II, La gloria de la Trinidad en Pentecostés, 31 de mayo de 2000).

De esta manera, podemos comprender que la obra de Cristo ha sido que a través de Él podamos recobrar esa imagen divina que por el pecado se ha dañado profundamente en cada hombre; pero que por gracia y misericordia del Padre nos ha sido devuelta por el Misterio Pascual de Cristo, entonces ahora la comunión a la cual estamos llamados los hombres tiene como su fuente y manantial la comunión de la Santísima Trinidad. Porque así como Dios es una comunión perfecta, nosotros al ser creados a su imagen y semejanza hemos sido creados para la comunión, estamos llamados a vivir en el amor y para el amor. De allí que en el evangelio de San Juan, Cristo dice: «...Padre para que sean uno como nosotros somos uno…». San Agustín nos dice al respecto,: «... tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, el Espíritu es el mismo, con la diferencia que en el primero existe en tablas de piedra, a las que va asociado el temor; mientras que en el segundo momento las tablas son el propio corazón donde se inscribe la ley y asocia el amor...» (San Agustín, Sermón 156, 14-15).

El cristiano está llamado a vivir con Dios Uno y Trino, y sólo a partir de este misterio el mandato de amor y comunión de Cristo tiene sentido. La vida y acción del creyente ha de estar inspirada por Dios (Uno y Trino) y, al mismo tiempo, el creyente está llamado a dar aquello en lo que cree. De esta manera el mandato que tenía el pueblo de Israel de amar a Dios con el corazón, el alma y la mente, en la Nueva Alianza, es posible gracias al Espíritu que por el Hijo hemos recibido.

Para concluir podemos decir que cada uno de nosotros, para manifestar el misterio de la Santísima Trinidad operante en nuestra historia, ha de vivirse manifestando y haciendo presente el amor de Dios a través de la comunión con los hermanos, como nos dice el Papa Benedicto XVI: «…Cristo (camino, verdad y vida), nos ha revelado el misterio de Dios: Él, el Hijo, nos ha hecho conocer al Padre que está en los Cielos, y nos ha dado al Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo. La teología cristiana sintetiza la verdad sobre Dios con esta expresión: una sola sustancia en tres personas. Dios no es soledad, sino comunión perfecta. Por este motivo, la persona humana, imagen de Dios, se realiza en el amor, que es don sincero de sí mismo…» (Benedicto XVI, Ángelus en la Solemnidad de la Santísima Trinidad, 22 de mayo de 2005).