XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Sb 2, 12.17-20; Sal 54; St 3, 16-4,3; Mc 9, 30-37


Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará".Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.

Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos".

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".


Mc 9, 30-37


Nuestra sociedad del tercer milenio está caracterizada y marcada por la globalización, en donde la cultura, el arte, la política, la ética, la moral, etc., se exponen de tal manera que se presentan como modelos a seguir y a los cuales tendríamos que orientarnos todos. Ante esta realidad también se percibe una sociedad que se mueve diariamente entre mucha tensión de orden político, la cual en muchos pueblos se expresa a través de la violencia en diferentes niveles. Cristo en el evangelio de San Juan, en los capítulos que corresponden a su discurso de despedida, dice a sus discípulos: “...ustedes están en el mundo pero no son del mundo...”; y en otro pasaje del mismo evangelio de San Juan dice: “...Padre te ruego por estos, no para que los retires del mundo sino para que los guardes en tu nombre...”.
Presentamos a continuación un breve comentario a cada lectura del presente domingo e inmediatamente después pasamos a la propuesta de homilía.

La segunda lectura nos desvela, con cierto rasgo de amargura, sin contemplaciones el interior de pecado del hombre ante Dios, el cual trae ahora sus consecuencias. El ansia de poder y grandeza, que en muchas circunstancias es causa de guerras y conflictos entre seres humanos, no conduce a nada bueno, porque el que es ambicioso, el codicioso es contradictorio en sí mismo. Porque ambiciona, más allá de su propia naturaleza, vive en el desorden oponiéndose tenazmente a la sabiduría del plan de Dios, es así que aunque pide sabiduría, no puede recibir nada porque para ello debería ser como niño, dócil a la obediencia y a la voluntad de Dios. Sólo escuchando la doctrina de Cristo podrá resolver esta contradicción interna que anida en el corazón del hombre, en la que él mismo se ha enredado y de la cual no puede liberarse por sí solo.

El texto de la primera lectura debe ser relacionado al Hijo de Dios, a Cristo. Cada uno de sus versículos concuerda con su comportamiento y con el de sus enemigos. Él les ha echado en cara sus pecados, su traición a la ley de Dios al haber decidido inclusive la muerte de su Hijo. Las injurias de las cuales fue objeto Jesucristo corresponden con las actitudes de los malvados descritos en esta palabra.

El evangelio de esta semana confirma la concepción mundana, según la cual el cristianismo sería una doctrina para niños indefensos y para los que quieren convertirse en tales: la gente débil. Sin embargo lo dicho trastoca radicalmente todo lo dicho y hecho hasta ahora. Aparece la enseñanza de Jesús, será entregado a manos de los hombres, lo matarán y resucitará al tercer día. Pero es él mismo el que determina su destino, no ellos; y lo hace con una libertad superior a todo, como obra de una firme y decidida voluntad de obediencia al Padre. Y luego de esta enseñanza, los discípulos, que no comprenden, discuten entre sí sobre quién es el más grande o el más importante. Pero, ser grande o poderoso se opone a la paciencia y moderación de la que Cristo da ejemplo. Entonces, al no encontrar escucha entre los suyos, Jesucristo toma a un niño en brazos para demostrar en él la verdad que proclama toda su existencia: el más grande, Dios, manifiesta su grandeza humillándose y poniéndose en el último lugar como servidor de todos; y el niño, el más débil de los seres humanos, que por esencia ha de ser cuidado y acogido, es el símbolo real de este Dios que es acogido cuando se acoge a un niño. Es la manifestación de Dios que en su servicio de esclavo asumido por amor a los pecadores, se manifiesta como el humilde llamado a servir.

En el evangelio del presente domingo, vemos el pobre entendimiento de los discípulos quienes en lugar de intentar comprender a Jesús, se dedican a discutir sobre quien de ellos sería el más importante en el reino del Mesías. Por ello, nuevamente se manifiesta la paciencia y pedagogía amorosa de Jesús, quien les quiere enseñar que sus seguidores, serán tales, solamente al imitarlo en su humillación para servir verdaderamente a Dios, sólo entonces serán tenidos como los primeros en el Reino. Un ejemplo concreto es el hecho de poner a un niño en medio de los discípulos y abrazarlo con afecto, pues el Señor ama a los que son sencillos y buenos, abiertos a la gracia del servicio. Jesucristo nos pone por delante la actitud del niño, obediente, dócil, en muchos caso débil y necesitado de ser acogido.

De esta manera nos hace manifiesto que lo importante ante Dios no es el aparentar o el ascender, el prestigio o éxito ante los hombres, lo primordial es estar cerca de Él, acoger y servir al Padre del cielo representado en el Hijo unigénito, su Enviado. La manera concreta de recibirlo es acogiendo en su nombre a “... uno de estos pequeños...”, esto significa, acoger a quienes se han hecho a sí mismos pequeños para Dios, los verdaderos discípulos y amigos de Jesús, aquellos que no se dejan contaminar o corromper con los poderes del mundo – muchas veces pensando que los utilizan para evangelizar y hacer el bien -, y son instrumentos dóciles del Padre y de su Espíritu.

También los primeros apóstoles y evangelizadores fueron “niños” ante los doctores de Israel y “pobres” ante la fuerza del mundo. Del mismo modo, en la Iglesia es necesario el servicio de los sucesores de los Apóstoles, los Obispos y los presbíteros, junto con los diáconos, porque la Iglesia no se constituye a sí misma, sino que debe ser convocada y presidida por aquellos que Cristo llamó y envió. Entonces se relaciona aquí el evangelio con la segunda lectura, donde el apóstol Santiago denuncia a muchos cristianos de la primitiva comunidad que viven olvidando las palabras de Jesús; porque la envidia y la discordia hicieron estragos en sus corazones. En nuestro tiempo, en nuestras actuales comunidades de creyentes, muchas veces también falta el verdadero espíritu de servicio y desfallece la oración, porque se reza mal o muy poco, con egoísmo, no pidiendo el bien para todos, amigos y enemigos, o no confiando en la providencia del Padre.

Para el mundo de hoy, dominado por una cultura de la satisfacción, los justos, los últimos, los verdaderos creyentes son necesarios. El creyente con frecuencia es el gran sufriente, como el Siervo de Yahvé, es además signo de contradicción en medio de un mundo que predica el individualismo. La vida del creyente es testimonio y alumbra una nueva realidad, obviamente no sin dolor, porque vivir la vida cristiana no es fácil en estos tiempos. Los justos-creyentes- provocan tanta conmoción, que los poderes del mundo no tienen otra preocupación que ahogar su voz. Porque ellos son testigos y testimonio de la esperanza, ven la vida desde la libertad y la misericordia, desde la entrega y la generosidad, desde Cristo y la Iglesia. Por eso mismo, Cristo, el justo por excelencia, salva a la humanidad contrariando a los poderes de su tiempo.

Por ello, en la medida en que atendamos correctamente la palabra de Jesús, estaremos abiertos a ella y acogeremos dignamente a los pequeños y débiles, y con ellos estaremos acogiendo a Jesús y al Padre. Esto ahora para nosotros significa ante todo acoger la Palabra, la caridad en la comunión profunda, hacernos los “primeros” en la ejecución de la voluntad del Señor, los “primeros” en el servir a los hermanos, de esta manera viviremos el auténtico significado de ser el último, el que se dona, porque lo que hace grande al creyente es vivir la vida en actitud de servicio, por eso dice Cristo en el evangelio: “...el que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos...".

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú