Solemnidad: El Sagrado Corazon de Jesus
San Juan 19, 31-37

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar  

 

 

 Os 11, 1.3-4.8c-9;   Sal de Is 12, 2-6;   Ef 3, 8-12.14-19;   Jn 19, 31-37 

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado - porque aquel sábado era muy solemne - rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron. 

La Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús ha sido la fecha elegida para dar inicio al Año Santo Sacerdotal convocado por nuestro Papa Benedicto XVI, año con el cual se nos invita a ver la importancia del ministerio sacerdotal, sin el cual la Eucaristía, y la propia Iglesia, no existirían. Este Año Sacerdotal coincide con el 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, a quien el Santo Padre proclamará patrono de todos los sacerdotes del mundo. Al respecto el Papa nos dice: «… para favorecer la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la que sobre todo depende la eficacia de su ministerio, he decidido convocar un especial “Año Sacerdotal”, que irá del 19 de junio próximo hasta el 19 de junio del 2010. Se celebra de hecho el 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars, Juan María Vianney, verdadero ejemplo de pastor al servicio del rebaño de Cristo…» (Benedicto XVI, El Sacerdocio Ministerial es indispensable para la Iglesia, 16 de marzo de 2009).

El tema elegido por el Santo Padre para este Año Sacerdotal es el de «Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote», con el que quiere manifestar la primacía absoluta de la gracia en el ministerio sacerdotal ya que aquellos que han recibido el orden sacerdotal, en virtud de dicho sacramento, han sido revestidos y adheridos al Señor por medio de un signo de amor y fidelidad. «…El Año Sacerdotal representa una importante ocasión para mirar, todavía más con grato estupor la obra del Señor que, “en la noche que fue entregado” (1Co 11,23), quiso instituir el Sacerdocio ministerial, uniéndolo inseparablemente a la Eucaristía, cumbre y fuente de vida para toda la Iglesia. Será un Año para redescubrir la belleza y la importancia del Sacerdocio y de cada Sacerdote, sensibilizando a todo el pueblo santo de Dios: Los consagrados y las consagradas, las familias cristianas, los que sufren y, sobre todo, los jóvenes tan sensibles a los grandes ideales vividos con auténtico empuje y constante fidelidad…» (Carta de la Congregación para el Clero, 3 de abril de 2009).

La elección de esta fecha para dar inicio a este Año Sacerdotal se pone de manifiesto en el sentido que ella contiene: el tema del amor, el cual se hace vivo al contemplar el costado traspasado de Cristo, del que habla San Juan en el Evangelio. El amor redentor del Hijo, manifestado en la cruz, es el centro de la fe y fuente de la esperanza en la que hemos sido salvados. Como personas, todos los creyentes y especialmente los ministros ordenados, necesitamos un "centro" para nuestra propia vida, un manantial de verdad y de bondad al que recurrir ante la sucesión de las diferentes situaciones y el cansancio de la vida cotidiana, necesitamos sentir no sólo el palpitar de nuestro corazón, sino, de manera más profunda, el palpitar de una presencia confiable, que percibimos con los sentidos de la fe y que es real: la presencia de Cristo, corazón del mundo. En palabras del Papa Benedicto XVI: «…Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno. El Corazón de Cristo es símbolo de la fe cristiana, particularmente amado tanto por el pueblo como por los místicos y los teólogos, pues expresa de una manera sencilla y auténtica la "buena noticia" del amor, resumiendo en sí el misterio de la encarnación y de la Redención…» (Benedicto XVI, El Decálogo del Corazón de Jesús, 1 de junio de 2008).

El Corazón de Cristo crucificado y resucitado es la fuente inagotable de gracia donde todo hombre puede encontrar amor, verdad y misericordia. Él nos da en abundancia la vida, que permite a nuestro propio corazón, muchas veces endurecido por la indiferencia, el egoísmo, el cansancio, el dolor y la muerte a la cual nos llevan nuestros pecados; abrirse a una forma de vida más elevada. Al mostrarnos su Corazón, Cristo nos hace presente que allí, en la intimidad de la persona (en el corazón), es donde se decide el destino de cada uno, la muerte o la vida en sentido definitivo. Por eso como dijo el Siervo de Dios Juan Pablo II: «… Es importante que siga viva la sensibilidad ante el mensaje que brota de esta Solemnidad: en el Corazón de Cristo el Amor de Dios salió al encuentro de la humanidad entera (porque) el Corazón de Cristo es la sede universal de la comunión con Dios Padre, es la sede del Espíritu Santo. Para conocer a Dios, es preciso conocer a Jesús y vivir en sintonía con Su Corazón, amando, como Él, a Dios y al prójimo...» (Juan Pablo II, Audiencia General, 8 de junio de 1994)

En cumplimiento del mandato apostólico: «…Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura…», el Santo Padre invita a todos los presbíteros a redescubrir la centralidad de Jesucristo, que da sentido y justa valoración al sacerdocio ministerial, «…porque la dimensión misionera del presbítero nace de su configuración sacramental a Cristo Cabeza: esta trae consigo, como consecuencia, una adhesión cordial y total a aquella que la tradición eclesial ha reconocido como la apostolica vivendi forma. Como Iglesia y como sacerdotes anunciamos a Jesús de Nazaret Señor y Cristo, crucificado y resucitado, Soberano del tiempo y de la historia, en la alegre certeza de que esta verdad coincide con las esperanzas más profundas del corazón humano…» ((Benedicto XVI, Discurso El Sacerdocio Ministerial es indispensable para la Iglesia, 16 de marzo de 2009).

Que la Gracia del Resucitado nos permita a todos la participación en la “vida nueva” a la cual por la imposición de manos del Obispo y la oración consagratoria de la Iglesia, hemos accedido al recibir el don del Orden Sacerdotal, ministerio que nos lleva a ser hombres nuevos. En palabras del Papa Benedicto XVI: «…El costado traspasado del Redentor es el manantial al que debemos recurrir para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. De este modo, podremos comprender mejor qué significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo, manteniendo fila mirada en Él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás…» (Benedicto XVI, Carta en el quincuagésimo aniversario de la encíclica «Haurietis aquas», 15 de mayo de 2006).

Acojamos a los medios de Gracias que en este tiempo la Iglesia nos concede. Buen Año Jubilar!